jueves, 29 de diciembre de 2011

POESÍA PORTUGUESA DE AHORA, por JOSÉ LUIS CAMPAL


(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad, gentileza del filólogo JOSÉ LUIS CAMPAL)


A pesar de la proximidad territorial, la literatura que se produce en Portugal sigue siendo, para la mayoría de los españoles, una nebulosa impenetrable, lo cual no deja de constituir en sí una paradoja dada la vecindad tanto física como emocional de los dos países, por no mencionar las familiares semejanzas que confluyen entre ambas lenguas, y máxime para un hablante asturiano.

El conocimiento de la poesía lusa suele concentrarse en una limitada tirada de nombres propios: Luís de Camões, Antero de Quental, Fernando Pessoa, Mário de Sá-Carneiro, Miguel Torga (seudónimo de Adolfo Correia da Rocha), Eugénio de Andrade (seudónimo de José Fontinhas), José Saramago, Ernesto Manuel de Melo e Castro, Sophia de Mello Breyner Andresen, José Viale Moutinho y alguno más, muy pocos. Para ser justos, esa básica nómina acerca de la lírica facturada en los últimos dos siglos en la nación hermana habría que ampliarla con otra tanda de personalidades poéticas, que bien pudiera asemejarse a esta que trazo seguidamente: Almeida Garrett, Alexandre Herculano, Guerra Junqueiro, Teixeira de Pascoais, Cesário Verde, Manuel da Fonseca, Florbela Espanca, António Gedeão (seudónimo de Rómulo de Carvalho), António Nobre, Camilo Pessanha, Carlos de Oliveira, Saúl Dias (seudónimo de Júlio Maria dos Reis Pereira), Adolfo Casais Monteiro, Mário Dionísio, Fernando Namora, Sebastião da Gama, Mário Saa, Jorge de Sena, Alberto de Lacerda, Fernando Assis Pacheco, Alberto de Serpa, Irene Lisboa, Ana Hatherly, Alexandre O’Neill, David Mourão-Ferreira, António Ramos Rosa, Alberto Pimenta, Nuno Júdice, Al Berto, Casimiro de Brito, Luís Veiga Leitão, etc.

¿Y ahora mismo? El número de poetas en activo en Portugal seguramente es tan abundante, me imagino, como en nuestro país (y algún día habrá que elaborar un repertorio bibliográfico al uso). Dado que la mejor carta de presentación de los escritores es su propia palabra, aportaré, por mi parte, y sin ánimo de jerarquizar su relevancia en el panorama general de las letras lusitanas, una traducción castellana (excusándome por la inevitable cojera que toda traslación idiomática comporta) de dos concisos poemas pertenecientes a dos creadores contemporáneos de cuya obra tengo excelente opinión: Jorge Castro y João L. Barbosa.

JORGE CASTRO, nacido en Porto en 1952, ha publicado los siguientes poemarios: Sopa de pedras (2003), Odes no Brejo & Alguns pecados (2005), Contra a corrente (Poemas que eu digo) (2005), Coisadas... assim ao correr do poema (2006), Havia trigo (2006), Auto das danações (2007), Poemas de menagem (2008), Ti miséria (2009), Apenas alguns poemas de cordel (2010) y Vinte poemas por amor e uma canção inesperada (2011). Del libro Poemas de menagem (Lisboa, Apenas Livros) vierto a continuación, respetando escrupulosamente la ortografía del original, la pieza «Casi nada en fin de casi todo» (página 33), una reflexión existencial sobre el plan de vida en cuyo espejo más de uno verá quizá reflejados sus íntimos afanes y congojas:

Casi nada en fin de casi todo
se alcanza de cuanto en la vida pretendemos

casi nada más delicado y estrecho
que lo que la línea de un abrazo nos hermana

casi nada o casi todo
y desengaños
serán lazos más unidos que creamos

en la urgencia vital
nos queda el modo
de vivir así mejor
cuando nos entregamos.

JOÃO L. BARBOSA, nacido en 1970, ha publicado los siguientes poemarios: Ninfa (2004), Tejo (2005), Eros (2005), O movimento do pêndulo (2007), Memória da terra (2008), Visíveis a olho nu (2008), O sol quando nasce (2009) y Debaixo de chuva (2011). Del cuaderno Memória da terra (Lisboa, Apenas Livros) vierto a continuación, respetando escrupulosamente la ortografía del original, la pieza «Piel de la tierra» (página 14), en la cual la voz poética ansía fundirse con el elemento telúrico de donde en su día emergiera, borrando las distancias que separan a ambos, hombre y medio:

la tierra labrada.
llego descalzo
de todo, desnudo.

poros con poros

heme aquí cuerpo maduro, fruto
de semilla lanzada en otra tierra

heme aquí erguido,
tronco desnudo de tierra

heme aquí tierra con piel
sobre la piel de otra tierra.


El escrutinio le corresponde ahora al lector. ¿Acaso no sería más que deseable que conociéramos en profundidad la realidad poética portuguesa?

BELÉN ENCINAS NOS FELICITA EL AÑO CON UN CUADRO DE SU PADRE

Mi amiga, Belén Encinas, me ha enviado la felicitación que sigue. El cuadro lo pintó su padre, Manolo Encinas, a quien todos queríamos muchísimo y que este año nos ha dejado. Con el permiso de Belén, quiero también felicitaros con esta estampa tan asturiana. Y, de paso, me adhiero al texto que ella misma ha puesto, porque siempre recordaremos a quien cariñosamente llamábamos Papá Manolo.



sábado, 24 de diciembre de 2011

ARTÍCULO DEL NOTARIO ÁNGEL AZNÁREZ publicado en LA NUEVA ESPAÑA

A VUELTAS CON LAS ÉLITES REVUELTAS








Los saltamontes parecían caballos listos para la batalla; llevaban coronas de oro sobre sus cabezas, su rostro tenía aspecto humano, sus cabellos parecían de mujer, y sus dientes de león.

Del Libro del Apocalipsis (¡Jopé o jolín, qué saltamontes!)




Se pueden reducir a tres los tipos o clases de escritores políticos, sabiendo que clasificar es simplificar y que encasillar suele ser el preferente recurso de los panolis. En primer lugar, tenemos los escritores políticos que podemos denominar normativos o del deber ser; son sermoneadores y sermoneros, que escriben y predican diciéndole a todo dios o quisque, sean políticos o ciudadanos, autoridades o subordinados, lo que deben hacer. Este tipo de escritor, que se pretende serio, grave y de autoridad, me hace mucha gracia y desata las riendas de mi imaginación, de por si propensa a la risión y a la risa. Es leer tanto sentido común y ¡zas! proyectarse en la mente la payasada en la que un charlatán o badulaque, subido a una banqueta, en medio del corrillo y en mañana de feria o rastro, vende peines. Lo siento, así resulta, que le vamos a hacer.

Un segundo tipo de escritor político es el que llamaremos apocalíptico, que anuncia o revela el final de los tiempos (“la parusía”). Suelen los de este tipo estar aturdidos por tanto oír ruidos de trompetas anunciadoras del Juicio final, convencidos de que esta vez va en serio y sin poder esperarse más (espera de veintiún siglos). Lo que causa las iras de los apocalípticos es el convencimiento de que en la vida social y política no hay “valores”, o que los “valores” de los demás son diferentes a los suyos - cosa insoportable, teniendo en cuenta que éstos, los apocalípticos, son autoritarios-Dicen sus contradictores que estos escritores tienen el mismo problema que el autor del libro Apocalipsis, sea el que fuese, Juan Santo o alguno de la “comunidad juanina” (o juanita): en vez de disfrutar de la bahía y de las playas de la Isla de Patmos, estupendas para el baño, se dedicó (el autor) a darse golpes contra la pared de la cueva, allá arriba, en lo más alto de la Isla del Egeo, con el resultado conocido y tremendo.

La tercera clase de escritor político es el denominado realista, que tienen como maestro a Maquivalo, el cual, harto de las mentiras que contaban los teóricos del poder de su época, sermoneadores y sermoneros, sobre el origen divino y la caridad o fraternidad debidas, miró lo que ocurría y vio que, por el dichoso Poder, aquéllos, que tanto predicaban, se mataban como conejos. Los realistas suelen ser más anglosajones que latinos, pues sus escritos siempre empiezan igual: “el hecho es” (The fact is), aunque los italianos, que tienen nombres para todo, llaman a eso “realtà effetuale”. Suelen ser los realistas incómodos, pues hacen preguntas incómodas y describen lo que ven, denominados “maquiavélicos” –Maquiavelo sigue purgando su atrevimiento-. Los demócratas de “chollo” y de olla segura los llaman golpistas, y eso sólo por señalar los “chollos” y apuntar a las ollas.

Este escritor, de la doble A (A y A), que es prudente y sin atrevimiento para declarar su pertenencia a uno de los tres tipos descritos, pues de todos tiene algo por haber sido educado en el sincretismo, declara su simpatía hacia los realistas. Sobre todo en este tiempo de crisis enormes, plurales como los demonios mismos, que, teniendo muchos inconvenientes, tienen algunas cosas buenas. Así, por ejemplo, se desmontan los tingladillos del teatrillo político, quedando las marionetas despelotadas, sin telones ni bambalinas, comprobándose que el llamado “rey” o “poder”, además de estar desnudo, es tartamudo (como en la película del Rey). Otra cosa buena es que, donde antes se gozaba y se disfrutaba con lo de la erótica del poder o el “eros” político, ahora hay más tristeza y menos cosquillas que en un tanatorio. Estas crisis, acumuladas lo están trastornando todo, todo, incluso la Teología bíblica en su misma Génesis, pues lo que fue maldición por el pecado de Adán y Eva en el Paraíso, el :”ganarás el pan con el sudor de tu frente”, hoy es cosa divina o bendición. ¡Qué mayor dicha que poder ganar el pan trabajando! Ni Dios pudo pensar en las patologías del capitalismo financiero o bancario, que hace sobrar a tantos.

Y otra consecuencia de las crisis es lo escrito por un italiano de izquierdas en octubre de 2009, de apellido tan poco italiano como Flores d´Arcais: “Y es que la crisis provoca incertidumbre ante el futuro y el miedo empuja a las masas hacia la derecha”. Ese parece ser el caso de las masas asturianas, primero con Cascos, y españolas después, con Rajoy. En principio me parece estupendo, pero puede ser fatal para el encumbrado en el Poder, aquí o allí, ya que las masas no perdonan y son muy exigentes, requiriendo a los que adora y encumbra, de la derecha, con culto o con liturgia, una omnipotencia propia de divinos. La epopeya puede acabar en drama si al “encumbrado”, aquí o allí, se le termina arrojando a los suelos, cual fetiche o santón de trapo, al tiempo que los enemigos políticos y los otros (enemigos) hacen sonar sus cornetas con el “tararí, tararí”.

Los escritores sermoneadores dirán que la Constitución y los Estatutos de Autonomía son los que fijan las reglas del juego político -lo que digan los apocalípticos es, a estos efectos, intrascendente-. Los realistas, siempre a la contra, dirán que no; que eso de las leyes son monsergas o disquisiciones de nocturnos y poéticos peritos en lunas. E insisten, con incordio, preguntando: ¿Quién verdaderamente manda aquí? ¿Quiénes son esos, los de la clase dirigente? Ellos mismos, realistas, responden que los de la clase dirigente son, por un lado, los de la clase política -con muy mala intención también llamada casta de hindúes que no indios- y, por otro lado, las llamadas élites. Clase política y élites, unas veces juntas, muy juntas (por ejemplo, en lo de sus financiaciones), y otras veces más separadas, nunca distantes.

Esas preguntas son pertinentes, no sólo por la crisis, sino también porque, en estos mismos momentos, se está produciendo un cambio o sustitución, en el Gobierno de España, resultado del 20 de noviembre pasado, en la que una clase gobernante sustituye a la anterior (antes, en mayo, pasó en Asturias). Lo de la “sustitución” ha de ponerse entre comillas, pues en España las sustituciones suelen ser suaves y de mucha prudencia, ya que al poder y a los poderes no le gustan las mudanzas: si de Franco al Rey ¡menudo cambio! sólo hubo transición, cómo de Zapatero a Rajoy va a haber ruptura o revolución.

Los realistas primero se preguntan por la élite de la clase política. Recordemos que el concepto de “clase”, en lucha o en paz, es marxista, y que de eso o de Marx ya ni se habla –a la socialdemocracia no le gustan las palabrotas gruesas-. Pero es en referencia a la política, donde aún perduran los conceptos de clase y lucha: lucha entre los del mismo partido político, entre los de arriba, que son los que mandan cobrando varios sueldos y los de abajo, que están en el paro, que son los que ponen los carteles y el entusiasmo. ¡Eso sí que es una lucha de clases! lucha en que “algunos son como los gatos, pues los tires donde los tires, siempre caen de pié”, añadiendo “y siempre cayendo del lado de los renovadores, no obstante estar ya en la Tercera Edad”. Algunos, que van sobrados de ideología política, son tan profesionales de la política, que impiden a los demás, del partido o ciudadanos, serlo a su vez.

Lo de las élites estrictas es más complicado, empezando ya por el nombre. La palabra “élite” es de buen ver y leer; no hay mayor aspiración que ser de una élite, de lo que sea. A veces es barato, como ponerse una pajarita, y a veces más caro, como comprar un libro. Lo que buscan las élites en el fondo, en el fondo, es la excelencia, que es aristocrática, teniendo en cuenta que eso, la aristocracia, es la verdadera pasión de los burgueses o de la burguesía. Y eso es así en unos tiempos, en los que los otrora excelentes, dejaron de serlo. Por ejemplo, si besas el anillo de un obispo y le llamas conforme a su título canónico “excelentísimo y reverendísimo”, te dirá: “no te propases, hijito”. Y si a un rector cualquiera de cualquiera universidad le llamas “Magnífico”, te mirará con cara de escamón y receloso. Y los pocos “aristócratas” que quedan, de verdad o mentira, se esconden para hacer aquelarres o brujerías, con capa y espada, en una oscura capillita de una catedral de provincias, buscando antepasados en árboles necrológicos (no confundir con los genealógicos).

Los de la élite quieren que se les siga llamando así, y no lo que en realidad son: individualidades, grupitos o grupos de presión política o lobbies económicos. No les gusta lo de “presión” por su tono explosivo y de violenta resonancia. Que ellos son muy finos y sensibles, aunque, en realidad, lo que persiguen es esa ordinariez de forrarse con “perres”. Los italianos Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, acaso por ser conocedores de la Mafia genuina, la italiana, fueron los que mejor estudiaron los grupos de presión, pero ninguno de esos sabios pudo imaginar lo que podían llegar a hacer unas élites, las financieras, los grupos de presión económicos y algún despistado por libre, que la actual crisis ha desnudado despelotando (como las marionetas del principio). La locura de lo de los saltamontes apocalípticos no resulta exageración al comparar con lo hecho y deshecho por las élites saltimbanquis y locas. Eso, lo que hicieron, lo contaremos otro día, próximamente


(LA NUEVA ESPAÑA, 24/1272011)

viernes, 23 de diciembre de 2011

Nada mejor para felicitar estas fiestas, a quienes se asoman a "Las mil caras de mi ciudad", que la imágenes de la propia ciudad. No he podido colgar mil fotos, pero os aseguro que tiene más de mil rincones entrañables, y miles de familias disfrutando de la Navidad. Otras, afortunadamente las menos, sufren en "mi" -en nuestra- ciudad, por ellas redoblo mis deseos de salud, de esperanza, de serenidad,de valor, de paciencia, de..., por ese orden no estaría mal, aunque pudiera haber otro más acertado. En ellas pienso, porque sé que todos en algún momento de nuestra vida podemos ser ellas. Disfrutar amigos si sois felices, que no se escape esta oportunidad.







miércoles, 21 de diciembre de 2011

BELÉN EN LA ALDEA, artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA


Después que el belén llegara a España traído de Nápoles por la reina María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III (esposa que, por cierto, llegó a Madrid con dos monos y un papagayo para indicar que odiaba a las corridas de toros), después de esto, el llamado belén franciscano fue adoptado como principal adorno navideño en las casas e iglesias españolas, imponiéndose (cuando todo aquello de las luchas de religión) al árbol luterano. Aquí, al lado mismo de nuestra ciudad, coronado el Alto del Infanzón, bajando hacia el llano extendido al pie de Peñas Blancas, encontramos la hermosa aldea de San Miguel. Allí, en el corazón del pueblo, después de pasar las casa de Margarita, y al lado de la de Vicente, está, en una camperita siempre verde y arreglada, la franciscana iglesia de San Miguel de Arroes, con su pórtico y espadaña, con su campana y su cruz, con su San Miguel picando al diablo encadenado, que yace a sus pies, y, por estas fechas, con su belén tal vez el más hermoso de Asturias, que el belenista José A. Braga Noval y sus amigos José Manuel Menéndez, Fernando R. Abad y José M. Guadamuro, todos ellos jubilados, amigos y compañeros de aquella entrañable Uninsa, que tanto hizo florecer a Gijón y a Asturias, van confeccionando con primor, maestría, paciencia artesana y generosidad sin límites.
Acercarse a San Miguel (que es algo así como una hijuela de Gijón) es ir a contemplar algo que seduce. Allí están ahora sus hermosos caminos de invierno, las antiguas casas de labradores y ganaderos, las corradas con montones de leña apilada para los fuegos de estufa, paneras centenarias con pegollos de bellísima piedra de grano, algún riachuelo atravesando prados y pomaradas. Y un caldo bien caliente en Casa Inés, viendo por el junquillo de las ventanas, mientras lo tomas, el sol o el granizo o el planear de los milanos sobre los gallineros cercanos. Todo eso después de visitar el belén lleno de instantes de luz, de colores, de estrellas, de caminos que van a desembocar al alma. Cada año, los vecinos de esta aldea de San Miguel lo ofrece cuantos quieran visitarlo. Y quién sabe si después de verlo vuelvas a recordar la gloría de otras cosas perdidas, el perfume de tu niñez, y retornes a la ciudad lleno de serenidad, de paz y acaso de más vida. (Publicado en EL COMERCIO, 21/12/2011)

martes, 20 de diciembre de 2011

OLVIDAR A LOS ESCRITORES DEL PASADO NO TIENE PERDÓN


La colección de cuadernillos literarios en tirada limitada y edición no venal «Letras de ayer» ha alcanzado su cuarta entrega, dedicada, como las anteriores, al rescate y divulgación de obra olvidada de escritores asturianos, o relacionados con la región, de tiempos pasados. «Letras de ayer» se fundó en 2008, posee periodicidad anual (se publica todos los diciembres) y está al cuidado de los filólogos Aurora Sánchez y José L. Campal.

Los cuadernillos tienen formato octavo, constan de 16 páginas, reproducen los textos de los autores facsimilarmente (y, por consiguiente, sin introducir ni la más leve modificación a cómo en su momento fueron concebidos y publicados) e incluyen una breve nota biobibliográfica que sitúa al literato en su contexto.

Hasta la fecha, la colección ha editado los siguientes números:



1) Cinco poemas, de Enriqueta González Rubín (2008).

2) Nueve poemas de 1908, de Andrés González Blanco (2009).

3) Ramillete lírico, de Margarita Blanca (2010).

4) Dintel astur, de Alfredo Alonso (2011).


En el primer número de la colección «Letras de ayer», consagrado a la escritora riosellana Enriqueta González Rubín, se reprodujo, entre otros, el poema titulado «Plegaria»:

¡Señor, Señor! de tu encumbrado asiento

sobre mí caer deja tu mirada,

que triste, melancólica, angustiada,

te dirige mi amante pensamiento.


¡Dios de mi corazón! tu faz airada

no vuelvas, al mirar tu criatura;

aunque barro, Señor, somos tu hechura;

por eso yo te llamo confiada.


Excelso Jehová, presta paciencia

y calma al corazón que triste gime:

esa virtud, que santa nos redime,

dame, pues, esa, de los santos ciencia.


Y al imitar la senda que en el mundo

con tus divinos pasos nos trazaste,

hollando espinas, cual, mi Dios, hollaste,

domine el mal, salido del profundo.


Pues si al fin del camino de mi vida

mi espíritu hasta vos radiante sube,

y envuelta en alba rutilante nube,

pura llega mi alma bendecida;


al mundo entonces desde aquella altura

echaré una mirada de desprecio,

compadeciendo al pobre mortal necio

que se afana por leve desventura.

En el número 2, que protagoniza Andrés González Blanco, miembro de una fecunda estirpe de creadores, se incluyeron textos como «Horas de ausencia», escrito en Madrid el 15 de diciembre de 1907 y que vio la luz en el diario ovetense El Carbayón. Dice así:

I

Yo entré en la vida lleno de singular denuedo,

pero la vida pronto calmó mi intemperancia...

Por más que lo suscite ahora ya no puedo

evocar el encanto de esa añeja fragancia...


Pero sé que, al salir de mi primera infancia,

sentía hacia las cosas cierto solemne miedo,

y andaba por el mundo con paso suave y quedo

como si en todo hubiera santidad y prestancia...


Sentía hacia los seres venerando respeto

y miraba con ojos de candor a las cosas

y ahogaba mis ímpetus cual se ahoga un secreto.


Ahora, mancillados todos mis ideales

aún recuerdo nostálgico esos tiempos pascuales

en que me imaginaba caminar sobre rosas.

II

Las teclas amarillas de un piano,

sonando en el silencio vespertino,

han mostrado a mi mente que en lo humano

hay siempre unos vislumbres de divino.


Sufro por estar solo y tan lejano

de alguien que separó de mí el destino,

¿dónde hallar el espíritu, mi hermano,

que anulará mi tedio libertino?


Y así, oyendo aquel lírico instrumento,

dormido al arrullar del compás lento,

sentía en mi interior cosas sin nombre...


Y mi alma decía: este piano

sonando en una tarde de verano,

casi me reconcilia con el hombre...

Para la tercera entrega, centrada en la figura de Margarita Blanca, una desconocida poetisa afincada en Soto del Barco cuya producción acogieron los periódicos asturianos de principios del siglo XX, se recopiló una serie de composiciones; he aquí la titulada «Las últimas flores»:

Mustia del valle está la verde alfombra;

y, escueto de su vívido follaje,

el árbol no proyecta fresca sombra,

ni canta el ruiseñor entre el ramaje.


Ni cual cinta de plata tersa borda

blando tapiz la cristalina fuente;

que de su cauce salta y se desborda

en turbia catarata, su corriente.


Ya las flores que daban su perfume

a los favonios del templado estío,

aleve troncha y sin piedad consume

del crudo otoño el aquilón bravío.


Gala y ornato del ameno prado

su capullo era ayer, lindo y pomposo,

y hoy por el suelo, seco y agostado

rueda a merced del viento revoltoso.


Así, del alma la ilusión primera

en delicioso ensueño concebida,

un momento subsiste y... pasajera,

queda como la flor, desvanecida.

El número más reciente de la colección le ha correspondido al aclamado poeta gijonés de principios del siglo XX Alfredo Alonso, esmerado cultivador tanto de la literatura en lengua vernácula como en idioma castellano. De entre las piezas exhumadas para la ocasión, seleccionamos el soneto «Religión universal», aparecido en el rotativo gijonés El Avance:

La noche es del amor templo grandioso

con sus músicas, himnos y rumores,

sus lámparas de tenues resplandores

y su imperio de sombras majestuoso.


A su influjo sagrado y misterioso

aduerme la materia sus rigores

y el espíritu reza sus amores

con la fe del creyente venturoso.


Salve noche estival, templo bendito

que al alma de los tuyos prestas vuelos

para hendir la región del infinito;


los que el lema de amor de sus anhelos

con letras de diamantes, ven escrito

en la página inmensa de los cielos.

El altruista empeño que persigue «Letras de ayer» es tan sencillo como intentar que los literatos que nos precedieron en el tiempo dejen de ser una oscura referencia en los recuentos académicos y puedan ser valorados y apreciados como se merecen por parte de los lectores contemporáneos, sus verdaderos y únicos albaceas

lunes, 19 de diciembre de 2011

ALABANZA Y AZAR DE LAS LIBRERÍAS, artículo del escritor JOSÉ ANTONIO MASES publicado en EL COMERCIO



Cuándo viene por aquí el señor Joyce?». Esa fue la tímida pregunta que un Hemingway con muy escaso dinero en el bolsillo hizo a Sylvia Beach cuando el norteamericano entró por vez primera en Shakespeare and Company, la mítica librería parisina situada en el número 12 de la rue l'Odeon. De aquella mujer, propietaria de la librería, fue recibiendo el veinteañero escritor de Oak Park, Illinois, los libros que no podía costearse. Aquellos eran días de pobreza, aunque también de felicidad, porque el hambre le imponía una estricta disciplina, pero Hemingway se había acostumbrado a compartirla con la gran riqueza que le proporcionaba el intercambio de pareceres, consejos y estímulos con los demás jóvenes de aquella 'generación perdida', bautizada así y capitaneada por Gertrude Stein, compañera y mentora de artistas desorientados y figura clave del movimiento artístico y literario de aquel tiempo. Ella y el acogedor refugio que él y sus colegas de sueños -Ezra Pound, Scott Fitzgerald, Joyce...- encontraron en Shakespeare and Company contribuyeron a que la fama los engrandeciera antes de lo esperado.

La influencia ejercida por la legendaria librería de Sylvia Beach tuvo ejemplos análogos en otros establecimientos esparcidos por muchos rincones del mundo, en los que, aparte de vender libros, se favorecían encuentros amistosos y veladas que impregnaban de intimidad el nombre de un autor y el de su obra, trasladándolos, a través de la palabra hablada, a un entrañable universo familiar donde, además, se trataba, con más o menos pericia y jerarquía, de todo lo divino y lo humano. Cada vez son más escasas las librerías como la de Sylvia, y las que en estos momentos se mantienen en pie están lastimosamente amenazadas no sólo por la irrupción del libro digital, sino a causa de la tormentosa embestida de escollos y penurias que hemos dado en llamar crisis. Y, al hablar de librerías cercanas al sentimiento, quiero acordarme de algunas tan entrañables como la porteña Pygmalión, que Jorge Luis Borges frecuentaba cuando no iba a la de La Ciudad (Galería del Este), que visitaba en las primeras horas de la mañana; he de evocar también, dirigiendo el recuerdo hacia La Habana, La Moderna Poesía, emplazada en la confluencia de las calles Obispo y Bernaza, donde no pocas veces acudía, desde su contiguo domicilio de Trocadero, 162, el gran Lezama Lima, orondo de carnes, premioso en el andar, un veguero contumaz prensado entre los labios y libres las manos rechonchas que viajaban por cantos y lomos escogidos, hasta ir descubriendo el vientre de las páginas aún no holladas y olorosas a tinta fresca; me veo en Oporto, acercándome a Lello e Irmao, una de los santuarios del libro más hermosos del mundo; llego al Lower Manhattan neoyorquino, y me dejo deslumbrar por la poderosa Barnes & Noble, la mayor librería de los Estados Unidos, ramificada en decenas de sucursales a lo largo de la metrópoli; recalo en el barrio londinense de Notting Hill y contengo el aliento, porque he llegado a The Travel Bookshop, donde se enamoraron cinematográficamente Julia Roberts y Hugh Grant, y celebro que, después de estar al borde del cierre, la popular librería continúe abierta, aunque en la precaria situación que soporta un gran número de pequeñas librerías del Reino Unido; no quiero, sin embargo, trasladarme imaginariamente a Berkeley, California, porque sé que allí agoniza, en espera de que se subaste en el mes de febrero de 2012, la librería de viejo de Peter Howard, probablemente la más prestigiosa de la bibliofilia norteamericana; me niego a volver a Nueva York para acercarme al 610 de la Quinta Avenida, porque me vería obligado a constatar que de la Librairie de France, fundada en 1928, sólo resta un sofisticado equipo de artilugios electrónicos que despacha libros "on line"
Renuncio, pues, a más incursiones supuestas y pongo los pies y la palabra en la tierra que piso. Esta tierra es la de la ciudad de Gijón, a donde llegan del resto del mundo, como es natural, las turbulencias que perturban y modifican la normalidad cotidiana. Y, abundando en librerías, voy a fijarme en tres, salpicadas también por los comunes aprietos que afectan hoy a un gremio de tan elevada importancia social y política, de una parte acosado por las irreductibles innovaciones tecnológicas y, de otra, desfavorecido por normas institucionales acaso poco protectoras.
En estas grisáceas horas de crisis y apatías, recorro las tres librerías, hermanadas por una calle común, la de la Merced. Hablo con Amador, no sólo avezado a cumbres de aires puros y abiertos, sino a millares de libros, y me deja caer cuatro palabras de plomo: «Esto está muy mal». Charlo con Chema y José Luis, que tanto saben de amor a lo escrito por los demás, y escucho esto: «Se vende poco, no hay dinero». Por último, me acerco al rincón de Tino; está acompañado de Javier y de Antón el de Turón. Tino ha sacado a la acera de su tienda dos o tres docenas de libros, entre los que hay primeras ediciones de autores famosos, y los ha colocado sobre una improvisada repisa de madera, al resguardo del toldo. Cinco euros por ejemplar, ese es el exiguo precio. Algunos de los peatones que pasan, entre las lluvias de diciembre y los trances del día, se detienen, curiosean durante unos instantes y reanudan la marcha. Ninguno ha sentido la tentación de inclinarse y, a cambio de tan menguado valor en metálico, echarse al bolsillo uno de los volúmenes expuestos por Javier, por Antón y por mí mismo- da la razón al desánimo de Tinos. La circunstancia -compartida por Javier, por Antón y por mí mismo- da la razón al desánimo de Tino


domingo, 18 de diciembre de 2011

MANOLO ENCINAS, JOSÉ AVELINO MORO, PATRICIO ADÚRIZ Y LUIS ARGÜELLES

Cuatro amigos de los que sólo uno está ya entre nosotros: Luis Argüelles, el primero de la derecha. Manolo Encinas -el primero de la izquierda-nos dejó hace unos meses, Moro y Áduriz hace años. Me ha enviado la entrañable foto - en blanco y negro, como procede a la época en que fue hecha- Belén Encinas, que se enfrenta a unas navidades sin su padre, y me pareció bien tener un recuerdo para ellos. Todos formaron parte de nuestras vidas, de la de Belén y de la mía. Nosotras no los olvidamos y me consta que algunas personas de las que se asoman al blog tampoco.

sábado, 17 de diciembre de 2011

POR LA POESÍA A LA CARNICERÍA, por VIRGILIO MOMINES

Me llamo Virgilio y soy poeta. Lo de Virgilio me gusta y me disgusta. Me gusta, pues así se llamó aquel gran poeta romano e híbrido, pues no se sabía si era más Dido o Eneas, y que tanto movía el culito al andar. Me disgusta, pues así se llamaba mi padrino, que era un sastre de los de antes, y ahora, cuando en la oficina preguntan por mí, por don Virgilio, me entra un no se qué, pues me suena a reverendo o consiliario de la Adoración Diurna.

Hasta que en la oficina me pusieron un ordenador, mi dedicación era ser un chupatintas; ahora, con el ordenador, sigo siendo un chupatintas, aunque sin qué chupar. Soy en nómina un administrativo o burócrata, que tramito partes de accidentes de tráfico. Nada más os debo indicar por temor a represalias. O sea, que lo mismo puedo ser de la policía municipal que de la nacional, que de eso que llaman una correduría, que es el colmo de la lentitud, que es en lo único que me pudiera parecer al poeta Kafka.

Estoy de buen ver, aunque tengo el mismo problema de tantos y de alguna tanta: estoy seco por arriba, ya con la copa pelada, como algunos árboles pelados. Como soy de genio, ese es mi carácter o destino, no estoy dispuesto, de ninguna manera, a colocarme un cascote, un postizo o una mata de pelos engomados de sabe Dios quién ni ir a una tienda de ortopedia capilar. No, no quiero que me insulten, llamándome, además de calvo, pájaro disecado, o icono bizantino al revés.

Hace días, como todos los años por estas fechas, lejos de aquí, celebramos unos poetas malditos –los divinos suelen ir al Cielo-, más con florituras y jeribeques que con palabras, la caída de la hoja, que, al ser marrones las hojas caídas, son muy propicias para escribir de oros y de platas, palabras muy poéticas, que tanto gustan. En la primavera, lo que celebramos, también poéticamente, son los capullos, unos con ganas de abrirse y enseñar la flor, y otros herméticos, muy herméticos, como herméticas son a veces ellas.

Pero esta vez, hace días, ocurrió algo excepcional. Cerca de nuestro lugar de celebración o “junta poética”, tuvo lugar lo que anuncia el cartel que se puede ver. Os preguntareis dónde ocurrió tal evento o animalada, pero no os lo puedo decir, esta vez, por mi propia seguridad e integridad, o mejor, por lo que queda de esta última. Si escribo que en un lugar de Vasconia, muchos vascos, los menos brutos de los vascos, o sea, algunos, algunos, podrían protestar. Si escribo que no fue en Extremadura, los extremeños pudieran pensar que doy por hecho que son igual de brutos que los otros, los vascos. Y si os fijáis bien en el cerdito o “cerdazo” con detenimiento, caeréis en la cuenta que no es gallego, pues los cerdos gallegos tienen las orejas más grandes y los morros, la “cachucha”, más rechoncha y respingona, pues para los antiguos celtas, gallegos, la oreja y el morro son lo más importante del cerdo, aunque hagan de ellas caldo o polvos.

La semana que viene os seguiré contando, que ahora voy a ver belenes navideños, si alguno quedare.

Nota: la bloguera no entiende nada, o más bien poco. Me ha enviado este texto -y foto- un tal Virgilio no sé qué. La verdad es que yo no conozco a ningún Virgilio, a no ser el poeta. Así que estoy ¿? Pero como una de mis carreras es la de criminóloga (no es broma, por la Facultad de Derecho de Oviedo), pues le voy a seguir la pista al tal Virgilio. Y cuando lo "atrape" ya veré lo que hago con él. Lo mismo puede ser un genio que un... Ya veremos, con el tiempo y mis dotes investigadoras seguro que cae. Y prometo deciros de quién se trata. ¿O es que ha caído ya? Creo que tengo la pista. Seguiré informando.

viernes, 16 de diciembre de 2011

LOS HIJOS NO DEBERÍAN MORIR NUNCA

Las navidades, fechas que casi por obligación tienen que ser alegres, nunca –o casi nunca desde que dejé de ser joven- lo son para mí. Siempre hay algo que, por una u otra razón, las estropea. Para empezar, al igual que el año pasado, me ha pillado una medio gripe que, amén de mantenerme callada –para regocijo de quienes dicen que hablo demasiado- por tremenda afonía, me produce un decaimiento físico que me impide hacer vida normal; que, por otra parte, sigo haciendo, pero no sin esfuerzo. ¡Ya está, ya lo solté!, pese a que sé que eso no importa a nadie, pero si no puedo hablar, al menos escribir… Disculpas, queridos amigos, no olvidéis que soy una chica (¿?, por lo de chica, vamos; no sé yo qué límite pone el Real para ese concepto y no lo voy a consultar, por si acaso), repito lo de chica y añado de barrio, de las que habla con sus vecinas, con el vendedor de cupón, con el pobre de la esquina y con todo el que se pone a tiro. Siempre, claro está, que no sea un/a imbécil, que de todo hay. Lo que hasta ahora llevo dicho –más bien escrito- no tiene nada que ver con el título, lo sé. Pero sí con parte de ese decaimiento que me tiene el alma encogida –catarros aparte-, que es la muerte de los hijos. Y es que este mismo mes se han muerto los hijos de dos personas queridas. A mi amiga Esther se le murió a primeros de mes su hija, 28 años, y a mi compañero, Ricardo, el sábado pasado su hijo, 48 años, hace ahora un año, otra amiga, Sara, daba sepultura a su nieto de 38 años. Me pongo en su piel y se me hiela el alma. Creo que el mazazo más grande que puede darnos la vida es el de enterrar a un hijo, va contra la naturaleza, va contra cualquier pronóstico que hayamos hecho de futuro. Podemos imaginarnos la muerte de nuestros mayores, hasta la propia, pero nunca se nos pasa por la cabeza la posibilidad de perder un hijo. El otro día en una conversación con un amigo, de esos que van y vienen de los que nunca sabes analizar sus sentimientos, ante la enfermedad que tiene su mujer –importante- me decía que las madres nunca deberían de morir. Quiero imaginar que pensaba en sus hijos -ya casados y con descendientes, pero me temo que aún sin destetar-, ni tan siquiera me pareció que se refiriese a la propia. Entiendo su sentimiento, entiendo el comentario, pero como acababa de suceder lo que relaté al principio, pues me quedé con la cantinela de que son los hijos los que nunca deberían de morir. Hablo como madre, como hija un día –lejano- tendré que enterrar a mi propia madre, sé perfectamente que si los términos se invirtiesen le causaría un sufrimiento tan grande que es como si la enterrase en vida. De acuerdo, cada uno tiene sus propios problemas y las gafas graduadas a su medida, pero las madres preferimos nuestra propia muerte a la de un hijo. Lo dicho: Los hijos no deberían morir nunca.


"LOS HOMBRES QUE PIERDEN LA SALUD POR JUNTAR DINERO, Y LUEGO PIERDEN EL DINERO PARA RECUPERAR SU SALUD; POR PENSAR ANSIOSAMENTE EN EL FUTURO OLVIDAN EL PRESENTE, DE MODO QUE ACABAN POR NO VIVIR NI EL PRESENTE NI EL FUTURO, VIVEN COMO SI NUNCA FUERAN A MORIR Y MUEREN COMO SI NUNCA HUBIESEN VIVIDO".

miércoles, 14 de diciembre de 2011

"LA DOLORES" artículo de Virginia Álvarez Buylla publicado en EL COMERCIO


Hoy estoy pensando en todas esas personas que, como yo, siempre tienen alguna parte de su cuerpo dolorida. Vamos, las que deberíamos llamarnos Dolores y andar por el mundo con cara de pena, pero que ni nos llamamos Dolores ni tenemos caras de pena y, encima, nos arreglamos para pasarlo bastante bien y hasta disfrutar. Os deseo a todos y a todas que paséis unas Navidades estupendas y, si hacéis lo que os digo, lo conseguiréis. Me levanto por la mañana con el cuello hecho puré; no puedo moverlo, pero miro la carita sonriente de alguno de mis nietos y soy feliz. Estoy tres horas de pie cocinando cosas ricas para mi familia. Cuando me siento a la mesa, las piernas me asesinan, pero, en cuanto me felicitan por lo rico que está todo, soy feliz. Se me levanta un dolor de cabeza de órdago; me siento a oscuras compadeciéndome de mi misma; me llaman unas amigas para ir a un concierto; me tomo un gelocatil y salgo corriendo; soy feliz. Me duele la espalda de cargar con mi pequeño nietecito, que pesa lo suyo, pero hoy, cuando escribo esto, es viernes, mi día de cine y de cena basura con mis amigas; soy feliz. Me duelen los pies de usarlos demasiado o demasiado poco, no lo sé muy bien, pero cenamos con los amigos: soy feliz.
Todas estas cosas están al alcance de cualquiera. Hay que darse cuenta de que esas personas a las que nunca les duele nada, benditas ellas, no son felices porque no saben lo que es estar siempre dolorido y no conocen la alegría que se siente cuando consigues deshacerte de algún dolor por un rato. Importante para disfrutar las fiestas navideñas: no escuchar ni leer ninguna noticia política ni económica. Nos importan un pimiento los nombres de los ministros, de los estafadores, de los cizañeros. No dejar que nadie os trate mal, ni de palabra ni de obra. Huir de esos pseudoamigos, que siempre te dicen la verdad (según ellos) y que te dejan hecha fosfatina. Decir algo amable a todo el mundo. Acariciar y besar lo más posible. Algunos abstenerse, que se os ve el plumero. Lo dicho: os deseo a todos una Navidad jubilosa, aunque sea con dolores. (EL COMERCIO 14/12/2012)

lunes, 12 de diciembre de 2011

CRÓNICA DE EXCENTRICIDADES, por el notario ÁNGEL AZNÁREZ



En principio fue la calle Campomanes de Oviedo (XXVI)

NERVIOSAS Y MENTALES



(Crónica de excentricidades)

Foto: La cara del Angelito

No sé el porqué los periódicos, incluso los extranjeros, gustan tanto llamarse lo que no son. Éste, que ahora el lector tiene en sus manos (o entre sus piernas), se llama “La Hora de Asturias”, que no es horario ni es diario. Es, por el contrario, de mes o de período mensual, que llega siempre, aunque unas veces con adelanto y otras con retraso, tal como suele ocurrir con todo lo de ese período. Esta “Hora de Asturias”, por llevar el “lá lá lá” muy delante, y, sobre todo, por tener periodicidad mensual, es, a no dudarlo, la prensa o la gaceta más femenina de Asturias, aunque esté dirigida por un paisano apellidado Vélez, el que todo lo ve, que es escritor, y que escribe con máquina de retratar.

Por culpa de lo del mes, este cronista tuvo que interrumpir su Crónica de la calle Campomanes e intercalar la crónica de actualidad “El otro debate que yo vi”, sobre el debate-camelo entre Rajoy y Rubalcaba; crónica que del papel subió a los cielos, donde no la dejan en paz, al ser juzgada peligrosa, más propia de estancia en Purgatorio que en Paraíso. Y al regresar, ahora, a la calle Campomanes de Oviedo, este cronista duda, como desentrenado, sin saber qué coger: la carrerilla o la carretilla. La carrerilla, pues tiene prisa por mucho que contar en poco tiempo, o la carretilla, pues lo a contar es tan ancho que ni los brazos lo abrazan. Será el juicio final, el de los lectores, el que diga qué se ha utilizado: carrerilla o carretilla, pies o la cabeza; y siempre con la esperanza de que esta crónica, como las anteriores, “salga” a la buena de Dios.

Terminábamos la Crónica XXV con el Marqués (de la Rodriga) con palacio en la calle Campomanes. A ese Marqués, amante de los gallos con espolones abajo y perendengues arriba; tío de un torero, apellidado con C de Caña; celestino, correveidile y anfitrión en su palacio de los amoríos de un militar africanista (Franco) y una señorita de provincias, a los que el papá de la nena decía no; a ese Marqués –repito- no lo conocí, pues cuando nací, llevaba años estando en gloria, habiendo muerto aquél en el año de la pera. Todo lo supe porque me lo dijeron, que es la peor manera de saber, pues frente a un puñado de biendicentes, hay miles de maldicientes, y dentro de estos últimos, hay cientos del “querer y no puedo”, también conocidos como “capones o capados de pluma” (la estilográfica).

Del que más aprendí sobre el Marqués, fue de un catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad de Oviedo en 1920, llamado don Pedro Sainz Rodríguez, que llegó a Oviedo con muy pocos veinte años, después de unas durísimas oposiciones, que así eran antes las oposiciones, no como ahora, que son refritos sin sofrito. El propio don Pedro, monárquico entre los monárquicos y de Franco, dejó escrito que era asiduo visitante del Marqués en su palacio de la calle Campomanes las noches de los sábados. Muy interesante, por cierto –aquí hacemos una incisión- es el libro que acaba de publicarse “Historia viva en las cartas de Pedro Sainz Rodríguez (1897- 1986)”, escrito por un tal Julio Escribano – esto de los escribanos se está poniendo muy interesante, pues ya son variopintos: escribanos de apellido, escribanos de pata negra y escribanos de pata coja o cojuelos-. Antes, para lo de la fe, era el escribano el que preguntaba, ahora, para fiarse o confiarse, es al escribano al que se pregunta: ¿Cómo te va, tronco?.

El palacio, en la mano de los impares, entre reclutas (los de la Caja) y los carteros (los de Correos), siempre estaba cerrado a cal y canto. A la entrada, por la calle Campomanes, un murete de piedra con verjas o herrería terminadas en pinchos; a la izquierda, el palacio, con ventanas y ventanales cerradas con contraventanas y contra-ventanales; al fondo, en la lejanía y a lo alto, el viejo jardín abandonado, que la imaginación infantil lo hacía poblado, unas veces, por fieras de la selva, como la de Tarzán, y, otras veces, por hadas adornadas con muchos perifollos y con mitras de papel. Quien esto veía, estaba abrazado a una farola callejera, que regalaba esa luz para atardeceres y noches, de tanto romance y melancolía, luz entre el amarillo limonero y la crema tostada.

La paz de aquel lugar, que era como la de los cementerios, se alteraba cuando pasaba el tranvía, que al girar a Martínez Marina casi en ángulo recto, sus ruedas chirriaban como cerdos en matanza, no descarrilando por milagro del Divino. La paz de lugar también se alteraba cuando una pobre loca, enferma de los nervios, gritaba y gritaba desde la ventana de su casa, que era la primera a la izquierda de Martínez Marina, esquina a Campomanes, no dejando a la pobre tranquila trayéndola y llevándola a La Cadellada. A mí esa casa, por la loca o nerviosa, siempre me dio mucho miedo y eso que en ella vivían, en el piso de arriba, Lupe, la panadera, y Floro, el panadero, con despacho de “Panis” junto a “la casa rosa” en Arzobispo Guisasola, dando la espalda al Rastro. Lo de esa loca, que, cuando gritaba, los ojos se le ponían como de caballo, trajo mucha cola.

La cola de la loca tuvo una importante repercusión biográfica; para explicarla, tengo que dejar la calle Campomanes, aunque sea de manera momentánea. Fue en uno de los primeros “veraneos”, en Gijón, más al Norte; no recuerdo si fue al salir del establecimiento de cretonas y pijamas “Almacenes Murais”, a la izquierda entrando en el gijonés Mercado de San Agustín, con registradora que se abría hasta los topes dándole a la palanca, o si fue caminando tras el helado mantecado “Los Valencianos “ en la calle Cabrales, cuando, de repente, junto a un portal, vi una placa en negro con letras de plata que anunciaba: “Nerviosas y Mentales”. Después de explicarme que era especialidad de un médico o psiquiatra (el “o” es más disyuntivo que copulativo), me acordé de la pobre nerviosa de la calle Campomanes-Martínez Marina. Aquella placa y lo que anunciaba me hizo mucho cavilar.

“Nerviosas y Mentales”: primero pensé que eso era una enfermedad propia de mujeres, como propio de las mujeres son aparatos que tienen y que de vez en cuando se estropean (los aparatos de los hombres, casi a la misma altura, son más táctiles y a propulsión). La loca aquella, desde luego, lo era; locos, locos parecía que había menos -locura como enfermedad de género, en un tiempo en el que también se decía:” El hombre es fuego y la mujer estopa” ¡Qué equivocación o autoengaño! Más tarde pensé que la “cosa” podría ser bisexual: ellas las nerviosas y ellos los mentales; pero al pedir explicaciones sobre la diferencia entre lo de ellos y lo de ellas, cada explicación resultaba de mayor confusión. Años después, en una clase de Gramática, al explicar el marista Hermano Antonino las “figuras literarias”, habló de la elipsis u omisión de palabras (en “Nerviosas y mentales” –pensé- se omitió la palabra “enfermedades”). Ante ese descubrimiento, grité en clase: ¡“Nerviosas y Mentales”! y el Antonino hermano, al darse por aludido –creyó que le estaba llamando “loca”- me dio en pleno rostro una hostia de Muy Señor Mío (fue la primera, pues la segunda la recibí del Hermano Pedro, el “fantasmón”, que calzaba de manos un número muy alto.

Y antes de regresar rápidamente a la calle Campomanes, siguiendo en Gijón, diré que si en “Los Italianos”, en la Plaza de la Escandelera de Oviedo, era el helado de limón el de más demanda, en Gijón, en “Los Valencianos”, era el mantecado el más pedido. Sobre esto también cavilé mucho, pensando que Oviedo, por tanto helado de limón, es una ciudad con humor ácido o cítrico, a diferencia de Gijón, ciudad bonachona o de manteca, siempre, por ello, muy de mantecado. Corriendo, sin parar, y con la carretilla despendolada, me apresuro a señalar, para evitar incendios y mangueras de bomberos, que en la contraposición de lo cítrico y lo mantecoso, no hay causa de jolgorio para los ovetenses ni de fastidio para gijoneses -la nata montada, muy montada, era otra especialidad de “Los Italianos”, que allí la “trabajaban”, en el mostrador del fondo y a la derecha, lejos de la caja, que estaba a la entrada, en la que dabas pesetas y te entregaban fichas de colores.

Y me explico sin dengues o merengues: lo que más puede querer un padre son, ciertamente, sus hijos; en el caso de este cronista, sus hijos son de padre ovetense y de madre gijonesa, o sea, que son mixtos o mulatos. Después de este humilde reconocimiento, declaro con solemnidad, cual Don Quijote armándose caballero, mi amor bifocal o tuerto de los dos ojos, a Oviedo y a Gijón. ¡Qué le voy hacer, mi sino y destino siempre fue así! Los de aquí (Oviedo) dicen que soy de allí (Gijón) y los de allí dicen que soy de aquí; los de derechas dicen que soy de izquierdas y los de izquierdas dicen que soy de derechas; los clérigos cerbatanas o con trabuco dicen que soy volteriano y los volterianos dicen que soy papista de Benedicto y que rezo a Sor María de Agreda (lo cual es verdad, pues esa Sor María es la única monja incorrupta en su mayor parte –la Santa Teresa, tan importante, sólo tiene incorrupto el brazo-).Y yo tan contento o pichi, pues a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga.

El otro palacio de la calle Campomanes era el del Marqués de Aledo, más arriba, en la acera de los pares. La finca del Marqués, consorte e hijo de Policarpo, era inmensa, pues bordeaba media plazuela de San Miguel, ocupaba parte de la calle Santa Susana y bajaba por la de Quintana hasta las cocheras municipales. A la calle Campomanes sólo daba una puerta de hierro del jardín, siempre cerrada y de dos metros de ancho; poco, pero suficiente a este cronista. La ama de llaves del palacio se llamaba Margarita; tuvo una hija que vendía perfumes en Martínez Marina, casada con un funcionario de Hidroeléctrica del Cantábrico, y digo bien, funcionario, pues los empleados de la Hidroeléctrica siempre me parecieron funcionarios; algo parecido a los habilitados o inhabilitados del Instituto de Previsión. Margarita era una buena mujer, ama llamada pero en verdad sirvienta, con una verruga en la cara del tamaño de una cereza y del color de una guinda.

(En la siguiente Crónica visitaremos una estancia retirada e importante del palacio del Marqués de Aledo, en la primera planta, con vistas a la Plazuela de San Miguel, lindante con el dormitorio; de gran parecido esa estancia con la que me enseñó hace meses un ayatolá en Teherán –traté sin éxito hacerle cristiano- visitando el palacio de la Emperatriz, la Diva Farah).

(Publicado en LA HORA DE ASTURIAS, 12/12/2011)

Nota de la bloguera: Pues que así sea. Vaya par de... setas que da la naturaleza, por supuesto.

FLORES PARA JORGE PABLO SÚAREZ

Flores virtuales es lo único que puedo ofrecerle a Jorge Pablo, el hijo de mi compañero de trabajo que ayer acompañamos en el último día entre nosotros. Con 48 años una enfermedad de esas que no respetan nada acabó con él en dos meses. Y ahí queda su padre Ricardo, mi compañero, y su madre Herminia y su mujer y el pequeño Juan (seis años). Una tragedia. Hoy todos acudimos a nuestro trabajo con una inmensa tristeza, sabemos que la vida para Ricardo, su padre, ya nunca será la misma. Sólo Dios sabe si algún día podremos reírnos juntos de nuevo, la tristeza de perder un hijo es eterna. Nos han chafado las navidades. Hoy su mesa -la de Ricardo- está vacía, ni tan siquiera nos atrevemos a mirarla. Y hace frío, pese a la calefacción todos tenemos el alma helada.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

"EL VIOLINISTA", artículo de José Marcelino García

DOMINGOS POR EL RASTRO


Con la cara adormecida contra el violín, con brazo largo en vaivén continuo, pone su música dulce, fina, desgarrada, de viejo enfermo y loco, ante los atrios del Rastro. Gemidos musicantes de miel, de amores, de danzas y agonías parecen preguntar al remolino de gente, a la marea alta que afluye al Rastro, si todavía conserva alguna pasión, alguna mujer u hombre que le pueda dar un beso de fuego, o algo de esperanza si mira en la noche una estrella verde. Pregunta, parece, si aún recuerda los años antiguos en que acaso disfrutaras de algún quimérico anhelo. Amigo del árbol, bajo su copa, sobre la hierba fría, casi solo sombra, inicia cada domingo un repertorio viejo de melodías perdidas, dolientes, divinamente puras y casi todas olvidadas, y que, como pisadas por el desorden de la gente, van muriendo en sacrificio a lo largo de la mañana. El violinista parece querer confeccionar un alma al Rastro con el sonido cíngaro de su violín fracasado. Siente acercarse el escuadrón apresurado de ciudadanos y comienza a interpretar su balada, a poner en el aire, con suave mano, los perfumes del bosque, la soledad del hombre, el brillo de brasa en los ojos de los amantes. Cerca de las cautivas aguas del Piles, va escribiendo con su arco, a veces con furia, a veces con languidez, los largos sollozos de su violín angélico. Quebrado el color de su cara, la mejilla izquierda parécele, sin embargo, arder de tanto acariciar con ella (como si nunca fuera suficiente) el talle curvo de su violín, mientras le susurra cosas que hagan salir de la bodega de su alma toda la música vieja que duerme en su memoria y en su infortunio.



(Publicado en EL COMERCIO, 7/12/2012)