sábado, 2 de octubre de 2010
DOMINGOS POR EL RASTRO, artículo de José Marcelino García
PLANTAS Y FLORES
De este firmamento de vidrios y encajes, de libros y cosas, de esta rinconada de objetos que se esparcen derribados de vejez y de tristeza, hay unas parcelas de verdor llenas de un motín de plantas y flores que surgen aquí y allá, y van diciendo, a lo largo del año, que ha llegado el otoño, que ya está aquí el verano, que es tiempo de plantar o tiempo de los queridos muertos, adviento o navidad.
En el tránsito por esta movible arqueología de buhardilla, encuentras, como un flash, macetas de plástico negro con rosas blancas, rojas y amarillas, descendido (igual que el 'Ángelus' de Juan Ramón) sobre la herrería magra y astrosa del Rastro. Te tienes que agachar, doblar la rodilla para mirar este cielo profundo y perfumado, para tocar, con cautela de ciego, y contemplar, con reverencia, esta menuda levedad de tiestos con la flor de cada cosa, de cada tiempo, de cada sitio o rincón.
Uno va preguntando los nombres de toda esta botánica lilial y jardinera, y, a la vez que lo hace, parece que se va contagiando de la salud de los narcisos, de la blancura de las celindas, del fragor de los colores de hortensias y agapantos azul espeso. Cada domingo, uno quisiera estrenar un jardín nuevo, un huerto enverdecido de prímulas y hierbaluisas, un bordado de hierbas olorosas para extenderlo por su vida (como alfombra de moro) igual que si fuera un atrio de paz y de consuelo.
Es la vegetación del Rastro, la arborescencia entre cuchillos, latones y chatarrería. Es el limpísimo beso de las flores, fragmento breve del eterno retorno de la vida, cielo descendido hasta esta charca estancada, cargada con los viejos paramecios y cachivaches de nuestra vida. Hasta aquí han viajado las plantas y las flores agitando sus hojas, haciendo sonar sus pétalos enjoyados de silencio: Una rosa encarnada, cuando ya nuestra vida agotó el amor. Una bella rosa rosa, cuando se fue la inocencia de nuestros mayos floridos. Una rosa blanca para ponerla ahora sobre un mármol negro cargado de viento, de lluvia y de noviembres.
José Marcelino García
(Publicado en el diario El Comercio)
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