sábado, 31 de julio de 2010
¡VACACIONES!
Todo el año esperando por el verano, por las vacaciones, y… ¡llegaron! Me pillan en esta ocasión un poco…digamos contracorriente; el invierno me ha traído unas cuantas decepciones encadenadas y esperaba con ansia este mes de agosto, confiando que me serviría para cargar de nuevo esas pilas emocionales que son las únicas que dan sentido a la vida. Pero, de momento, estoy sin saber muy bien qué hacer. Si lo que me conviene es irme a alguna parte o quedarme junto a mi playa. Las ofertas de viajes son tentadoras, han bajado los precios, los destinos son casi infinitos. Pero yo no acabo de decidirme. Me gustaría perderme unos días por algún país europeo, pero también me gustaría hacerlo por nuestros Picos de Europa, por esos paisajes que tanto adoro y que me hacen sentir tan cerca del cielo. Casi siempre programo con antelación; en esta ocasión no lo he hecho, y he tenido unas cuantas oportunidades. Ahora el que más y el que menos ya ha elegido su destino, y yo sigo dándole vueltas. La verdad es que ando un poco baja de ánimos, me va a costar remontar de nuevo el vuelo. Pero lo conseguiré, estoy segura. Un día cualquiera prepararé mi maleta y saldré hacia no importa qué destino. No es que piense que en vacaciones tenemos necesariamente que desplazarnos, si lo pensáramos un poquito nos daríamos cuenta de la tontería que es viajar cuando lo hace todo el mundo, parecemos rebaños de ovejas atravesando España, pero las vacaciones son cuando son. Y, en realidad, lo que hacemos casi todos es una huída de la realidad cotidiana, buscando algo mejor que no siempre se encuentra. Pero es lo que hay. Supongo que mis amigos blogueros se habrán ido ya, o estarán apunto de hacerlo. Pues nada, amigos, que lo paséis muy bien donde quiera que estéis. Nos reencontraremos, si así lo deseáis, de nuevo en septiembre. ¡Divertiros! Y…, lo más importante, volver a casa.
miércoles, 28 de julio de 2010
HISTORIAS QUE SE REPITEN
Hace ahora un año, Sara estrenaba una silla de ruedas que le permitía salir a la calle, después de dos de una reclusión forzosa, a la que la había sometido su familia argumentando los impedimentos propios de la edad. Me costó conseguirlo, más o menos, lo mismo que al autor del siguiente artículo -rescatado del diario local-. y se repitió aproximadamente la misma historia. Hoy Sara descansa en Campo Santo, se fue en febrero. Mi empecinamiento hizo posible que se marchara con la imagen de su mar, de su ciudad, del bullicio del verano de su querido Gijón: volvió a vivir, en una palabra. Creo que se fue tranquila, con su último sueño cumplido. Al leer lo que sigue, he vuelto a revivir la historia. No conviene perder de vista estas cosas.
El mar, otra vez
IGNACIO DEL VALLE
ESCRITOR
Allí estaba, delante de mi abuela Erundina. En compañía de mi padre, mi novia y la chica que la asiste a sus 92 años. Cada vez que regreso a Asturias voy a verla, le llevo dulces, paso un tiempo con ella, hablando, lúcida como está, con esa mirada sin tiempo, pilla, irónica, unos ojos claros que se permiten decir ya todo lo que los demás nos guardamos por corrección social. No se corta, mi abuela, no. Pero hacía tiempo que no la veía, y en las últimas semanas mi madre había decidido dejar de teñirla y cortarle un poco el pelo, la dificultad de sus movimientos hacía muy pesado el proceso -lo que no permite es que dejen de pintarle los labios y las uñas, en su proverbial coquetería-. Para mí fue impactante ver su pelo blanco, nunca antes había habido un testigo tan flagrante de su vejez. Me dio mucha pena, incluso me deprimió comprobar la crudeza de un tiempo que la borraba, que la hacía desvanecerse por momentos. Incomprensiblemente, el pelo teñido me había ocultado la envergadura del naufragio. Y hubo en mi cabeza una especie de chispazo, una catarsis: cuánto hacía que mi abuela no salía de casa. Mucho, mucho tiempo, años; mi padre había construido una aséptica crisálida para protegerla en sus últimos días. Hay que llevarla a ver el mar, pa, dije, tiene que ver Ribadesella otra vez, Gobiendes, el mar, los árboles, el verde. Mi padre se negó alegando la edad de su madre, y yo insistí, y le dije a mi abuela que el sábado nos íbamos, que la bajábamos en una silla entre los dos hasta el coche, y ella sonrió, y dijo que ya era muy vieja, pero miraba a mi padre pidiéndole mudo consentimiento, sus roles intercambiados. Pero mi padre siguió alegando que andaba muy mal y que le daba miedo, y entonces ella se levantó y empezó a dar un paseo, esforzado, sin equilibrio, como un bebé grande. Y aproveché para seguir insistiendo, cabezón como soy, hay que llevarla a ver el mar, pa, no puede irse sin volver a ver los paisajes de su vida. Y me costó dos semanas de dar la vara convencer a mi padre, llamadas, tratos con mi madre, apoyos tácitos y explícitos de mi chica. Mi padre acabó cediendo, pero yo entiendo sus temores. La bajamos un sábado de mañana en una sillita del rey; condujo mi padre, yo fui detrás, acompañándola con mi chica. Y llegamos al mar, y la ayudamos a sentarse en un banco de piedra, frente al mar. Y nos sentamos con ella. Así, sin decir nada. Ella tan pequeñita, tan gordita, con esos ojos tan azules que darían envidia a cualquier mar. Y, bueno, sólo quería contarles esto. Que tenían que haber visto su sonrisa. Y su mirada, esa mirada que me llevaré conmigo cuando a mí también me vengan a buscar
El mar, otra vez
IGNACIO DEL VALLE
ESCRITOR
Allí estaba, delante de mi abuela Erundina. En compañía de mi padre, mi novia y la chica que la asiste a sus 92 años. Cada vez que regreso a Asturias voy a verla, le llevo dulces, paso un tiempo con ella, hablando, lúcida como está, con esa mirada sin tiempo, pilla, irónica, unos ojos claros que se permiten decir ya todo lo que los demás nos guardamos por corrección social. No se corta, mi abuela, no. Pero hacía tiempo que no la veía, y en las últimas semanas mi madre había decidido dejar de teñirla y cortarle un poco el pelo, la dificultad de sus movimientos hacía muy pesado el proceso -lo que no permite es que dejen de pintarle los labios y las uñas, en su proverbial coquetería-. Para mí fue impactante ver su pelo blanco, nunca antes había habido un testigo tan flagrante de su vejez. Me dio mucha pena, incluso me deprimió comprobar la crudeza de un tiempo que la borraba, que la hacía desvanecerse por momentos. Incomprensiblemente, el pelo teñido me había ocultado la envergadura del naufragio. Y hubo en mi cabeza una especie de chispazo, una catarsis: cuánto hacía que mi abuela no salía de casa. Mucho, mucho tiempo, años; mi padre había construido una aséptica crisálida para protegerla en sus últimos días. Hay que llevarla a ver el mar, pa, dije, tiene que ver Ribadesella otra vez, Gobiendes, el mar, los árboles, el verde. Mi padre se negó alegando la edad de su madre, y yo insistí, y le dije a mi abuela que el sábado nos íbamos, que la bajábamos en una silla entre los dos hasta el coche, y ella sonrió, y dijo que ya era muy vieja, pero miraba a mi padre pidiéndole mudo consentimiento, sus roles intercambiados. Pero mi padre siguió alegando que andaba muy mal y que le daba miedo, y entonces ella se levantó y empezó a dar un paseo, esforzado, sin equilibrio, como un bebé grande. Y aproveché para seguir insistiendo, cabezón como soy, hay que llevarla a ver el mar, pa, no puede irse sin volver a ver los paisajes de su vida. Y me costó dos semanas de dar la vara convencer a mi padre, llamadas, tratos con mi madre, apoyos tácitos y explícitos de mi chica. Mi padre acabó cediendo, pero yo entiendo sus temores. La bajamos un sábado de mañana en una sillita del rey; condujo mi padre, yo fui detrás, acompañándola con mi chica. Y llegamos al mar, y la ayudamos a sentarse en un banco de piedra, frente al mar. Y nos sentamos con ella. Así, sin decir nada. Ella tan pequeñita, tan gordita, con esos ojos tan azules que darían envidia a cualquier mar. Y, bueno, sólo quería contarles esto. Que tenían que haber visto su sonrisa. Y su mirada, esa mirada que me llevaré conmigo cuando a mí también me vengan a buscar
lunes, 26 de julio de 2010
CAMBIO DE IMAGEN
De vez en cuando, fundamentalmente cuando los afectos andan escasos, procuro hacer algún cambio en las cosas que me rodean para que adquieran un aire nuevo y, de paso, me renueven también un poco a mí. Hoy le ha tocado al blog, con la ayuda de mi vecina bloguera, Africana, hemos puesto un fondo –como podéis apreciar- muy cultural: una biblioteca, que pudiera ser la mía, o la de cualquiera de vosotros. Probablemente ese no es un cambio muy apropiado para el mes vacacional de agosto que ya está prácticamente encima; en el que uno puede cambiar de bañador, de peinado, de bolsa de playa… Pues no, nada de eso he hecho, estamos en crisis y hay que apañarse con lo que hay. Pero es que de libros quiero precisamente hablar, porque suelen ser buenos compañeros para el verano, y mejores aún para horas bajas. Tengo en este momento sobre mi mesita varios que leeré estas vacaciones. Y que os recomiendo. Por favor, los que lo sabéis todo sobre Literatura (tranquilos no me meteré con vosotros, no os llamaré resabidillos. ¡vaya ya lo dije!, soy incorregible, pero os admiro) no seguir, lo más probable es que vuestras lecturas no coincidan con las mías. Estoy a punto de terminar Peregrino en Malta, de Víctor Alperi. Os lo dejo colocado en la estantería de la derecha, podéis echarle mano, merece la pena darse una vuelta por Malta de la mano de Víctor. Me llevaré la novela de Julia Navarro Dime quién soy, un regalo de Elena, novela entretenida, magníficamente construida. Una mezcla de intriga, política, espionaje, amor y traición ambientada en el siglo XX. Como novela engancha desde el primer momento. Eso sí, pasa de mil páginas, pese a ello, no decae el interés. También llevaré una novelita –por lo pequeña que es- de un gran autor –de esos que de puro humilde puede pasar desapercibido para el gran público- , de Luis Fernández Roces. La encontré en el Rastro, me costó un euro. Nunca tan feliz me hizo tan poco dinero. Ven y arrójate al mar, es su título. Hoy es muy difícil hacerse con una novela de Luis. Y yo la he conseguido. Nunca sabrá el autor con qué avidez busco yo en rastros y en librerías de lance sus obras. Y, por último, me acabo de comprar el libro de Carlo Michelstaedter La persuasión y la retórica, nada que ver con los anteriores. Y será un texto que me costará más trabajo entender, o asimilar, pues en realidad es una tesis doctoral de un estudiante de filosofía italiano que a los 23 años la concluye y seguidamente se pega un tiro. Tesis que casualmente es uno de los tratados filosóficos más importantes del pensamiento italiano del siglo XX. Me llevará tiempo leerlo, pero me interesa. Y por si me deja muy desolada –no hay que olvidar que sus conclusiones le llevaron al suicidio- meteré en mi maleta una obrita de María Dueñas titulada Tiempo entre costuras; que es la historia de una joven modista de las de antes. Promete entretenimiento y seguro que una lectura trasversal de toda una época. No la he empezado, ya os diré algo más. Volveré a leer también El lado cálido de la guerra fría de mi amigo Rafael González Crespo, me ayudará a entender muchas cosas de un mundo que desconozco.
Y eso es todo, por eso he colocado la librería en mi blog, para poder tener a mano siempre a esos amigos que nunca fallan: los libros. No hay pena que no la quite una buena lectura.
domingo, 25 de julio de 2010
ÁNIMO, AMIGUINOS/AS
Ánimo amiguinos/as que ya se acabó el fin de semana y mañana es jodido (¡perdón, cada vez soy más irreverente!), quise decir fastidiado lunes. Bueno, eso para algunos, porque los jubilados, de júbilo, como les gusta decir, es otro día más para el disfrute. Acaba de ponerme un correo un amigo en el que me relata que estuvo en el pueblo donde hubo todo tipo de actividades lúdicas, cuyo relato apostilló con un como puedes apreciar nada culturales. Y, la verdad, discrepo, porque creo que el concepto cultura es lo suficientemente amplio como para abarcar todo aquello que haga un pueblo y que incremente su acervo personal de cualquier tipo. Y si es algo tan sencillo como el buen humor, como las ganas de reír y de vivir, pues tanto mejor. El fin de semana pasado, como ya os conté, estuve en Santiago, ciudad en la que miles de personas disfrutaban con alegría y buen ánimo de esa diversión que no sabría muy bien qué nombre darle. El abrazo al Santo, en el fondo no era más que una disculpa para pasarlo bien, para participar de la alegría que supone el compartir risas, canciones, o cualquier manifestación lúdica capaz de unirnos. Que buen falta nos hace. Y eso sucede en cualquier parte de nuestra geografía, todos estamos ávidos de actividades que nos hagan sentirnos un poco más felices que nos eleven de esta cotidianidad que se empeña en ahogarnos, de esa crisis que nuestros dirigentes nos meten por las narices a todas horas. Concretamente hoy la playa de Gijón era un hervidero. Miles de personas –menos mal que no hará falta constatarlo en estadística y no habrá que discutir espectador arriba, espectador abajo- se congregaban en la bahía para contemplar ese magnífico espectáculo que nos sirvieron las Fuerzas Armadas con su Ejército del Aire. Un demostración lúdica donde las hay. ¿Alguien me puede decir que eso no es cultura? Y si me apuran un poco cultura puede serlo también cientos de tortillas y empanadas que se metieron entre pecho y espalda quienes de León o de cualquier pueblo de Asturias decidieron pasar el día en Gijón y –como antaño, tal vez como en épocas de menos recursos económicos- trajeron sus neveritas con la comida. ¿Quién dijo que en tiempos de crisis uno tenía que amargarse? A grandes problemas, mayores soluciones. El Parque Inglés –ahora llamado de los Hermanos Castro- dio cuenta de lo que digo.
Probablemente nunca más que ahora necesitamos divertirnos, dar rienda suelta a la risa, a la broma, correr detrás de los niños, hacer cola para ponernos el sombreo de paja que repartía CAJASTUR. Cosas normales, de gente normal, sencilla, de lo que somos la mayoría. Luego vendrá el invierno y trataremos de meterles a nuestros niños la cultura y también de intentar culturizarnos nosotros un poco más. Pero el verano es para la diversión, para el asueto, para el contacto con esta maravillosa naturaleza, sea campo o playa, que los asturianos tenemos la suerte de pode disfrutar.
Y termino como empecé, dando ánimos –dándome ánimos- para incorporarnos mañana de nuevo al trabajo. Que en época estival cuesta lo suyo.
sábado, 24 de julio de 2010
ARTÍCULO DE LA ESCRITORA BLANCA ÁLVAREZ
El artículo que sigue lo ha publicado la escritora Blanca Álvarez en el diario local. Coincidí con Blanca en el diario La Prensa y coincido casi siempre con lo que escribe. Y hoy, como se aprecia, también.
BONO
Blanca Álvarez
A estas alturas de civilización, o casi, tras los tenebrosos episodios vividos por nuestros pueblos al amparo de las creencias religiosas, uno no debería estar obligado a vivir por lo civil según ningún mandato religioso. La cuestión de fe y sus normas son asunto privado; el respeto a cualquier creencia es deber público. De otro modo, entramos en contradicciones sociales tan tremendas como lapidar a hombres y mujeres (éstas ganan por goleada), si cometen adulterio, aun cuando lleven años de viudez, conste; o escuchar de nuestros obispos que no se debe obedecer una ley civil, como la del aborto, porque no es ley, ¿según qué parlamento?
Y, por supuesto, a contradicciones personales como ésta de los divorcios. El Derecho Civil, según recuerdo de mis remotos estudios, aseguraba que ningún contrato de tal índole puede tener validez si no es humanamente alcanzable. Vaya, que si empeñas un cuarto de libra de carne como pago de deuda, y no ha de salir una gota de sangre en el corte de la misma, no se puede cumplir el contrato, tal como dedujo Shakespeare; por lo tanto, no es legal. Firmamos una hipoteca para garantizar el pago (salvo las hipotecas basura que sirven para otros fines especulativos); prometer amar a alguien hasta el día de nuestra muerte suena de lo más fetén, también de lo más falaz. Ojalá que así fuera, que más vale costumbre soportable que aventura por definir; pero, en cuestión de sentimientos, al menos en ésos, no debemos someternos a contratos, cuando menos civiles. Prométale usted la luna y la eternidad, pero en privado.
¿Cómo llevará el señor Bono su civilizado divorcio? Con contradicciones, supongo, dado que, en su caso, el buen hombre es creyente, de los auténticos, ¡ojo! En su juventud sintió vocación para sacerdote o actor y terminó encontrando en la política la ecuación perfecta entre las dos. Aseguran, por lo bajini, que, en el presente caso, la cosa del divorcio presenta tintes femeninos. Vamos, que su señora, en puertas de la tercera edad, descubrió la Novena Dimensión, miró al interfecto y decidió que, pese al implante sobre la calvicie y la reducción tripera, no le alcanzaba tal consorte para su vigoroso descubrimiento. Mi padre, un hombre sabio y observador, solía decir que hasta los cincuenta son ellos los que se separan cuando encuentran una de veinte dispuesta a lustrarles el ego; pero, a partir de ahí, son ellas, las señoras, las que no aguantan ni miajita más. Así que si a usted le va la política vivida con fervor religioso (no olviden que todo sacerdote aspira al obispado), con su pan y su alopecia se lo coma.
De cualquier modo, señor Bono, usted tranquilo. El asunto del divorcio se perdona con un par de rosarios como penitencia, aunque, en su especial caso, tal vez le impongan una disculpa civil por andar metido en un Gobierno que legisla el aborto, y le obliguen a realizar un mea culpa público y circunspecto. No todos los pecadores son iguales, vaya.
BONO
Blanca Álvarez
A estas alturas de civilización, o casi, tras los tenebrosos episodios vividos por nuestros pueblos al amparo de las creencias religiosas, uno no debería estar obligado a vivir por lo civil según ningún mandato religioso. La cuestión de fe y sus normas son asunto privado; el respeto a cualquier creencia es deber público. De otro modo, entramos en contradicciones sociales tan tremendas como lapidar a hombres y mujeres (éstas ganan por goleada), si cometen adulterio, aun cuando lleven años de viudez, conste; o escuchar de nuestros obispos que no se debe obedecer una ley civil, como la del aborto, porque no es ley, ¿según qué parlamento?
Y, por supuesto, a contradicciones personales como ésta de los divorcios. El Derecho Civil, según recuerdo de mis remotos estudios, aseguraba que ningún contrato de tal índole puede tener validez si no es humanamente alcanzable. Vaya, que si empeñas un cuarto de libra de carne como pago de deuda, y no ha de salir una gota de sangre en el corte de la misma, no se puede cumplir el contrato, tal como dedujo Shakespeare; por lo tanto, no es legal. Firmamos una hipoteca para garantizar el pago (salvo las hipotecas basura que sirven para otros fines especulativos); prometer amar a alguien hasta el día de nuestra muerte suena de lo más fetén, también de lo más falaz. Ojalá que así fuera, que más vale costumbre soportable que aventura por definir; pero, en cuestión de sentimientos, al menos en ésos, no debemos someternos a contratos, cuando menos civiles. Prométale usted la luna y la eternidad, pero en privado.
¿Cómo llevará el señor Bono su civilizado divorcio? Con contradicciones, supongo, dado que, en su caso, el buen hombre es creyente, de los auténticos, ¡ojo! En su juventud sintió vocación para sacerdote o actor y terminó encontrando en la política la ecuación perfecta entre las dos. Aseguran, por lo bajini, que, en el presente caso, la cosa del divorcio presenta tintes femeninos. Vamos, que su señora, en puertas de la tercera edad, descubrió la Novena Dimensión, miró al interfecto y decidió que, pese al implante sobre la calvicie y la reducción tripera, no le alcanzaba tal consorte para su vigoroso descubrimiento. Mi padre, un hombre sabio y observador, solía decir que hasta los cincuenta son ellos los que se separan cuando encuentran una de veinte dispuesta a lustrarles el ego; pero, a partir de ahí, son ellas, las señoras, las que no aguantan ni miajita más. Así que si a usted le va la política vivida con fervor religioso (no olviden que todo sacerdote aspira al obispado), con su pan y su alopecia se lo coma.
De cualquier modo, señor Bono, usted tranquilo. El asunto del divorcio se perdona con un par de rosarios como penitencia, aunque, en su especial caso, tal vez le impongan una disculpa civil por andar metido en un Gobierno que legisla el aborto, y le obliguen a realizar un mea culpa público y circunspecto. No todos los pecadores son iguales, vaya.
viernes, 23 de julio de 2010
BLA, BLA, BLA...
Viernes de nuevo. Pasan las semanas a velocidad de vértigo. Empieza a asustarme un poco el discurrir del tiempo. No sabría decir muy bien si porque cada año que pasa me encuentro con una –más bien varias- nuevas arrugas, con unos kilos de más, o porque lo que de verdad se me está arrugando es el alma. Cuando eres joven cualquier sueño es posible; con los años la mayor parte ya no lo son. Demasiadas las cosas que no podré hacer, y muchas más las oportunidades que no volverán. ¿Es miedo lo que tengo? Pues ni lo sé. La verdad es que sigo comportándome como cuando era joven, con una cierta inconsciencia que me hace sentirme menos decrépita, y que también sé, que a los ojos de quienes se ajustan a vivir comme il faut (cosa que no envidio) me convierten en una perfecta idiota. Sin embargo, que cosa, ante esas consideraciones respondo ya como una vieja: me traen sin cuidado. Pero algo extraño me está pasando últimamente que no controlo. Alguien, que no es necesario mencionar, se ha empeñado en descolocar el puzzle que en mi cabeza tenía – o creía tener- más o menos organizado. Hasta tal punto, que empiezo a cuestionarme si ser como soy, si mostrarme sin máscara será conveniente, o si responde a un signo de senectud. No sé, la verdad es que ando muy despistada. Me dice que hablo demasiado, y nunca por charlatana me tuve. Apreciación que me cabrea enormemente, porque creo que sin palabras, sin hablar, difícilmente podemos transmitir sentimientos, compartir conocimientos o cualquier otra actividad que llame al entendimiento. Siempre me ha parecido –probablemente esté equivocada- que lo único que nos queda en la vejez -si tenemos la suerte de que nuestras neuronas no se mueran antes que nuestro cuerpo- es esa capacidad de comunicarnos, de conversar. Pero si apuro la reflexión un poco más lejos, llego a la que debe de ser la auténtica conclusión: lo que digo carece de interés. Entre esos consejos que suelen dar las personas juiciosas –yo no lo soy mucho- está el de eres dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras. Total, pillada. Por donde quiera que lo coja me siento atrapada. Seguiré reflexionando. De momento se avecina un fin de semana sin planes, por lo que es muy probable que salvo con Obladi –mi mascota- no tenga ninguna opción de darle la lata a nadie con mi garrulería. ¡Al diccionario, amiguinos!
miércoles, 21 de julio de 2010
DOMINGOS POR EL RASTRO, POR JOSÉ MARCELINO
Otro día gris, otro día sin rastro de sol. Pero yo erre que erre, siguiéndole a José Marcelino sus DOMINGOS POR EL RASTRO; que, casualmente, siempre caen en miércoles. Por qué cosa me da. Y qué manía la de perseguir a este señor, la de publicar sus textos sin autorización en este -en algunas ocasiones- disparatado blog. Un día se me enfada y tendré que vender mi amistad en...en el Rastro, por supuesto. Ahí es donde van a parar aquellos afectos que ya nadie quiere. Queda el consuelo de que un nostálgico, un José Marcelino -si es que queda alguno-, como él mismo dice acaso los rescate de nuevo para la vida.
DOMINGOS POR EL RASTRO
Los discos
JOSÉ MARCELINO GARCÍA
En esta ancha plaza que es ahora terrado del Rastro, vega de lo maltrecho, vocea una gitana pañuelos de seda, y se escucha también el canto del mirlo: silbo de oro rizado en esta mañana trajinada de domingo. Algunos vendedores retrasados sacan sus trastos. Se agachan y levantan, y se vuelven a agachar. Y van colocando, con parsimonia, libros y menajes, cosas todas más o menos fenecidas. En seguida, el Rastro se convierte en un placer desparramado; en un montón de clavos y abalorios, de tisanas y estuches, de cuadros y gallinas enjauladas, de flores, canarios y discos. Ahí están los discos. Vinilos antiguos de la España del caracolillo en la frente, que los coleccionistas rancios exhuman. Discos retro, de zarzuela, que suenan como con voces de gato o de ratón; discos de los cuarenta, cincuenta, sesenta. de aquellos de romerías de maizal, verbenas y guateques. Y muchos de los de guitarra melancólica, contestataria, española, progre y liberada. Microsurcos con carátulas de rafaeles y marisoles. Discos de baladas tristes. Maritrineros de «amores se van marchando». Manzaneros de «tardes de ver lluvia y gente correr. y no estabas tú». Todos ellos con caras de afiches cinematográficos, como pegados con el engrudo malo de aquel tiempo.
Caminando a cuarenta y cinco revoluciones por minuto por esos vinilos de la adolescencia/juventud, ciñendo, a veces, la cintura de una muchacha en flor, se fueron deshojando los veranos. ¿Adónde con su música se fueron?
Todo enseguida adquiere antigüedad, y estos discos pizarrosos, negros y agujereados en su centro, muestran lo apresurado, inexorable y arrasador del tiempo: ese galope que tan pronto nos va dejando atrás.
Desperdigadas por el mismo suelo, llenas de incuria y vencimiento, muchas de nuestras cosas, de esas cosas queridas que acompañaron la vida y nos han embelesado: discos, cintas, libros, cedés, ¡qué se yo!, terminarán, seguramente, en un rincón del Rastro, donde algún hombre o mujer singular, con ojos llenos de admiración, acaso los rescate de nuevo para la vida.
martes, 20 de julio de 2010
¡MENUDO PANORAMA!
¡Vaya día! Primeramente no sale el sol, una fatalidad en pleno mes de julio: descartado el paseo por la playa. Luego están las noticias. Suficiente con los titulares. Los incombustibles del panorama político se van: Areces, Paz…; Zapatero no viene a Rodiezmo. Una hecatombe, vamos. Las ratas –dicen- cuando no hay que comer abandonan el barco, tal vez sea el caso. Y para completar, a Cascos no lo quiere su propio partido, noticia que no me da ni frío ni calor, pero que es indicativo de cómo están nuestros políticos: siempre a la greña. Consecuencia: las cosas van a empeorar mucho. Si ello es posible. Para colmo de males, y a toda página, leo que el catolicísimo Bono se separa tras 30 años de matrimonio: cuatro hijos, dos nietos, otro en camino. Total, que las escasas convicciones que me quedaban de que existían matrimonios perfectos unidos por sus creencias religiosas –entre otras cosas que no cito, pues seguramente serían todo un tratado de ¿comprensión, amor, aguante…?- , se me fueron al traste. Las convicciones, digo. Llego a la conclusión de que yo fui una adelantada en eso de si la cosa no va, lo mejor es separarse. Por lo amistoso, eso sí. Y, mira por donde, eso funciona. Lo de amistoso, quiero decir. Mi ex, es mi mejor amigo. Nunca nos llevamos tan bien. Eso sí, cada uno a lo suyo. Ahora sé que fue un santo aguantándome un porrón de años. Desde que nos separamos ya no estuvo dispuesto a aguantarme nadie más. ¡Qué le vamos a hacer! A lo mejor Bono y su estupenda señora llegaron a la misma conclusión. Son valientes, sí señor, porque la prensa los someterá –sin ninguna duda- a todo tipo de especulaciones. Puede que sea otro de los precios que tiene el poder. Pese a todo tienen suerte, Ana, que creo así se llama la señora en cuestión, no tendrá que pelear por esa pensión compensatoria que trae de cabeza a muchas mujeres separadas con hijos, que como no hicieron más que cuidar de sus polluelos, se quedaron descolgadas del mundo laboral. Este no es el caso, se trata de una empresaria de éxito. Se fue el amor, pero hay dinero. Un tema menos para la prensa del colorín de este país.
Y ya llego a la última página, a la agenda, me recomiendan el cine al aire libre que proyectarán esta noche en El Cerro de Santa Catalina. Me gusta la alternativa veraniega a sillón y tele. Me asomo a la ventana. Desastre: ¡está orbayando!
domingo, 18 de julio de 2010
OS RECOMIENDO IR A SANTIAGO DE COMPOSTELA
Por fin parece que ha llegado el verano. Lo diré bajito, no vaya a ser que mañana llueva otra vez. El viernes, que he ido a Santiago, lo hacía a cántaros. Menos mal que el Santo me regaló dos días de sol espléndidos. Si no habéis ido a ganar el jubileo -Por cierto, ¿he ido yo a eso…?- no dejéis de hacerlo. Santiago me sigue pareciendo una ciudad maravillosa para perderse por sus calles. Y de arte ya para qué contar. Un convento, una iglesia, la Casa de la Troya, un pulpiño y un Ribeiro para seguir camino, y otro convento, y la Universidad y piedras que hablan de otro tiempo, y.... Por doquier peregrinos de cualquier parte del mundo. La misa de doce, con obispos de rojo púrpura, curas de todas las razas, confesionarios abiertos a la espera de penitentes arrepentidos, fieles devotos que rezan y rezan, piden o agradecen, ¡quién sabe lo que puede esconder tanto fervor!, un entrar y salir de curiosos que meten sus cabezas en medio de tanta devoción, sin que con ello distraigan los cantos que desde el altar dirige el oficiante y se mezclan con su murmullo. Y fotos y más fotos: al altar, a los oficiantes, a las piedras, a los peregrinos, a los amigos, furtivamente al Santo (está prohibido, pero a casi nadie le importa), a la novia que entra, al novio que sale, a la familia que trata de reencontrarse, a…todo lo que sea susceptible de apresar para el recuerdo.
Yo, por mi parte, he hecho algunas fotos, cuelgo la muestra, –poquitas, las cámaras no me quieren- he degustado un delicioso pulpiño regado con un no menos delicioso Ribeiro y le he dado un abrazo al Santo. No le he pedido nada, soy consciente de que está sobrecargado de trabajo. Y como él sabe como soy de trasto, pues creo –estoy convencida- de que me concederá esas indulgencias que sé no me merezco. Pero él sabe mejor que nadie –por eso ha de estar en los altares- lo poco que me acerco a lo convencional.
miércoles, 14 de julio de 2010
PUBLICADO EN EL DIARIO EL COMERCIO
Este artículo de Virginia Álvarez-Buylla se publicó hoy en El Comercio. Refleja a las mis maravillas quien es Virginia, de quien -con motivo de presentarse a las elecciones de la entidad para la que trabajo- se han dicho muchas cosas inciertas. Nunca lamentaré lo suficiente no haber podido salir en su defensa, no haber podido decir abiertamente, sin miedo a replesalias, que cuanto se decía era injusto; porque Virginia es una de las mujeres más honradas, honestas y buenas que conozco. Y como sé que algunas de las personas que esto leéis no la tratásteis bien, aprovecho para decíroslo. Yo le aconsejé en su día que no se presentase, porque siempre supuse que la campaña sería demasiado dura para su sensibilidad. Ahora todo ha terminado, para tranquilidad también de todos. Su artículo lo dice todo: así es Virginia.
Simplemente, gracias
VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA
Quiero daros las gracias a todos aquellos que confiasteis en mí para luchar por la presidencia del Ateneo Jovellanos. Yo me presenté a esas elecciones pertrechada con vuestro apoyo y con vuestro entusiasmo, pero, a la vez, con una falta total de experiencia y desconocimiento de las leyes, lo que nos llevó a perder dignamente, pero perder al fin. He salido fortalecida de todos modos; si hay una segunda vez, Dios dirá, estaré preparada.
Ahora me considero una mujer afortunada. He conseguido unos amigos que sé que estarán conmigo toda la vida y he constatado que personas a las que creía amigas no lo eran, lo cual forma parte del aprendizaje de la vida. Y me siento joven porque todavía tengo la capacidad de aprender y luchar por lo que quiero.
En este momento, mi vida está llena de paz. El sol no acaba de salir pero no importa. Voy a nadar a pesar de eso, me reúno con mis amigos, comemos cosas ricas (tortilla y croquetas, en vez de centollos y percebes, que la crisis no da para más), pero no hablamos de economía, ni de política; nos quitamos la palabra de la boca, pero disfrutamos.
Es cierto que el señor Zapatero nos está llevando a un callejón sin salida: crisis económica siempre negada, relaciones internacionales nefastas, paro galopante..., pero yo digo, como Escarlata O'hara, mañana será otro día, ya me preocuparé entonces. Y como ganamos al fútbol, al tenis y en motociclismo, todos contentos.
Me ocupo de la familia a la que tenía un poco abandonada. Me derrito con mis nietos, que son la sal de la vida. Limpio mi casita, tralaralarita, que también es un gusto a veces. Leo y escucho música: Chopin, Tchaikovsky, Vivaldi, bossanova... ¡Qué placer! En este momento la vida es bella para mí.
Y, 'noblesse oblige', felicito al señor Martínez y su Junta Directiva por su victoria. A seguir trabajando todos por el Ateneo.
Simplemente, gracias
VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA
Quiero daros las gracias a todos aquellos que confiasteis en mí para luchar por la presidencia del Ateneo Jovellanos. Yo me presenté a esas elecciones pertrechada con vuestro apoyo y con vuestro entusiasmo, pero, a la vez, con una falta total de experiencia y desconocimiento de las leyes, lo que nos llevó a perder dignamente, pero perder al fin. He salido fortalecida de todos modos; si hay una segunda vez, Dios dirá, estaré preparada.
Ahora me considero una mujer afortunada. He conseguido unos amigos que sé que estarán conmigo toda la vida y he constatado que personas a las que creía amigas no lo eran, lo cual forma parte del aprendizaje de la vida. Y me siento joven porque todavía tengo la capacidad de aprender y luchar por lo que quiero.
En este momento, mi vida está llena de paz. El sol no acaba de salir pero no importa. Voy a nadar a pesar de eso, me reúno con mis amigos, comemos cosas ricas (tortilla y croquetas, en vez de centollos y percebes, que la crisis no da para más), pero no hablamos de economía, ni de política; nos quitamos la palabra de la boca, pero disfrutamos.
Es cierto que el señor Zapatero nos está llevando a un callejón sin salida: crisis económica siempre negada, relaciones internacionales nefastas, paro galopante..., pero yo digo, como Escarlata O'hara, mañana será otro día, ya me preocuparé entonces. Y como ganamos al fútbol, al tenis y en motociclismo, todos contentos.
Me ocupo de la familia a la que tenía un poco abandonada. Me derrito con mis nietos, que son la sal de la vida. Limpio mi casita, tralaralarita, que también es un gusto a veces. Leo y escucho música: Chopin, Tchaikovsky, Vivaldi, bossanova... ¡Qué placer! En este momento la vida es bella para mí.
Y, 'noblesse oblige', felicito al señor Martínez y su Junta Directiva por su victoria. A seguir trabajando todos por el Ateneo.
martes, 13 de julio de 2010
MUJER AYER Y HOY. TEXTO DE ANDRÉS COSTALES GARCÍA
El texto que sigue se publicó en Cartas al director en el diario El Comercio. Me llamó la atención por varias razones. La primera, porque lo ha escrito un hombre y afecta a las mujeres, buen indicativo de que muchos hombres están con nosotras y no contra nosotras. En segundo, porque como mujer siempre me interesan estos escabrosos temas que una parte de la sociedad se empeña en ocultar y que, además, se permite con toda tranquilidad tratar de feministas -en el más inquisitorio sentido de la palabra- a quienes osamos manifestar abiertamente lo que pensamos al respecto. Te pueden llamar -a mí me ha caído esa china en más de una ocasión- desde la ya mencionada feminista (en tono despectivo), pasando por comunista y terminando por atea. Y otra curiosidad -no puedo tildar de otra manera lo que voy a mencionar-, que muchas de las personas que eso dicen son precisamente mujeres. Soy consciente de que no podremos salvar nuestra dignidad si no arrimamos el hombro todas las féminas. Para nuestra desgracia, algunos hombres han conseguido someter el pensamiento de determinadas mujeres hasta límites insospechados. Basta con ver y analizar un poco la situación de la mujer maltratada, que incluso llega a sentirse merecedora de ese tratamiento vejatorio que su marido o pareja le causa. Siento pena cuando algunas jóvenes -que las hay- se niegan a crecer con su marido, las veo en casa, cambiando pañales, esperando la llegada de ese joven con el que se las prometían muy felices. Que me parece muy bien que se ocupen de los hijos, pero nunca olvidándose de ellas mismas. Al final, un marido lo que quiere es una compañera que no pierda el rítmo de la vida. Pienso, y es opinión muy personal,que las mujeres que compaginan la crianza de sus hijos con una vida laboral, están más preparadas para la formación de esos hijos, pues la pérdida de contacto con la sociedad y sus problemas -el aislamiento que supone limitarse a las tareas del hogar- las coloca un poco fuera de la realidad y hace que se queden aisladas. Y, con el tiempo, se van distanciando de ese hombre que sí tiene que lidiar a diario con la sociedad. Se trata, creo, de compartir cuantas más cosas mejor. El cuidado y la educación de los hijos es cosa de pareja, para bien ser al 50%. Cuesta, ya lo creo que cuesta compaginar el hogar con la vida laboral, pero muchas lo hacen -lo hacemos- y cabe suponer que la generación que nos sigue así lo hará con toda normalidad. Es la única manera de no perder el tren y, por qué no decirlo también,
de no perder a nuestros maridos, para que no nos vean como simples amas de casa -con todo el respeto que se merecen- entre cacerolas y lavadoras; para que se den cuenta que somos capaces de desarrollar otras funciones. Y entiendan que si nosotras crecemos, todos saldremos ganando. Y quienes así pensamos ni somos peores madres, ni queremos ocupar el puesto del hombre, ni hay que presuponer que somos ateas. Nosotras, mujeres del siglo XX, abrimos el camino, es de esperar que las del siglo XXI no retrocedan lo ya avanzado.
MUJER AYER Y HOY
POR ANDRÉS COSTALES GARCÍA
Durante décadas, la Iglesia Católica impuso unas normas inhumanas a los españoles, que turbaban su vida sexual y amargaban sus existencias. La mujer era considerada 'el reposo del guerrero' y debía someterse siempre al marido. Su función se reducía a cuidar la casa, engendrar hijos, y procurar placer al esposo. 'La mujer en la cocina' era una pieza capital en aquella sociedad infectada de superstición religiosa. El Código Penal de 1944 reguló como delito el adulterio y el amancebamiento, derogó la ley del divorcio y durante años se prohibió la entrada de 'mujeres y perros' a las sesiones de la Bolsa. Aquella legislación contaminada de catolicismo castigó la divulgación pública de procedimientos para evitar la procreación, pues el Papa los consideraba todos 'pecaminosos'. La ley prohibía ser juez a la mujer, exigía autorización del marido para ejercer derechos laborales e impedía a la mujer suscribir contratos e, incluso, abrir una libreta bancaria sin la autorización de su marido.
Frente a aquellos talibanes de sacristía y sotana, nuestra legislación actual otorga una amplia protección a la mujer y le dota de los mismos derechos y libertades que al hombre, aunque aún quedan algunos caminos por recorrer, como el de la igualdad salarial o el de la violencia de género. Este último me parece sangrante, y todos debemos cercarlo y estrecharlo hasta asfixiarlo. En este sentido, me parece muy positiva la actual ley, que excluye a los maltratadores del derecho de herencia y les impide beneficiarse de cualquier tipo de seguro ejecutado a causa de maltratos.
Nuestras actuales leyes, así como las reformas previstas, de las cuales valdrá la pena escribir otro día, contrastan con frases como «resígnate, hija mía, esto es lo que te ha enviado Dios» o «hay que aguantar, que el matrimonio es un sacramento» con las que obsequiaron los sacerdotes a las mujeres durante décadas.
Las mujeres se encuentran hoy ante dos visiones del mundo. Por un lado, tienen al Estado protector, democrático y laico. Y, por otro, a la Iglesia Católica, que siempre ha sentido resentimiento contra el cuerpo y el sexo de la mujer, que le niega derechos básicos y que se entromete en todos los aspectos de su vida.
domingo, 11 de julio de 2010
UNIDOS POR EL DEPORTE, ¡BIEN POR LA ROJA!
¡BIEN POR LA ROJA!: ese grupo de jugadores que, por primera vez en muchos años, han hecho posible que miles de españoles sacásemos las banderas a nuestros balcones, uniéndonos como país, sin que medie ninguna connotación política.La bandera en nuestras calles significa hoy el orgullo de ser español, no importa si del norte o del sur, si de derechas o de izquieras, lo que importa es demostrar que estamos unidos y que perseguimos un objetivo común. ¡Cuanto nos están enseñando esos muchachos simplemente jugando al fútbol! Nos han convertido en una piña en busca de un objetivo común. Y unidos, HEMOS GANADO.
miércoles, 7 de julio de 2010
¿EXISTEN LAS CASUALIDADES?
Pues sí, puede que existan. Soy, al igual que José Marcelino, aficionada a dar una vueltecita por el Rastro. Sus curiosidades me fascinan, y sus personajes más. Ni que decir tiene cuán de mi agrado son estos artículos que el escritor le dedica, y que recogen la esencia de ese mercadillo donde todo se vende, todo se compra. Pues bien, hoy me he topado en el diario local con el artículo que -sin permiso, como siempre- he puesto a continuación. Y ahí viene la casualidad de la que hablo: el domingo pasado he comprado en el Rastro las muñecas que ilustran el comentario. Podía José Marcelino hablar de los relojes, de los tornillos, de los horripilantes adornos de plástico...pero no: de muñecas. Justo aquello qué despertó mi atención el domingo. Y no es eso todo, porque hasta compré tres. ¡No me digan que no es casualidad! Los dos observando muñecas. Por cierto a euro me costaron: carecen de valor económico, como casi todo lo que me gusta. Ahora estoy enzarzada en averiguar de qué van vestidas, a qué país pertenecen sus atuendos. Una curiosidad como otra cualquiera.
Muñecas, ositos y peluches
JOSÉ MARCELINO GARCÍA DOMINGOS POR EL RASTRO
En este purgatorio de las cosas que esperan cada domingo ser redimidas de su naufragio abundan las muñecas, los ositos y los peluches, todos ya con alma de Rastro y ojos de cristal tomado. Muchos de los que fueron sus dueños, los que tuvieron con ellos hermosos mundos de fantasía en la niñez, confidencias y consuelo en las horas de oscuridad, a estas alturas de la vida, ya no los recuerdan ni los reconocen. Antiguos amores de niñez el profesado a todas estas muñecas, ositos y peluches, ahora, tambaleantes, trémulos y desgreñados.
¿Qué hacen estos muñecos en este mercado del Rastro, mojados, abrasados de calor, sobados de intemperie, lejos de su reino, llenos de soledad y tristeza, añorando el tiempo que ya pasó? ¿Cuándo fue la última vez que sus dueñas/dueños miraron los redondos ojos verdes de pantera de estas nobilísimas damas de labios colorados, compañeras de sus llantos? ¿Cuándo, por última vez, acariciaron toda la bella forma corporal de esta fauna de perros y osos, de monos y gatitos lavables y acrílicos, tan amigos y compañeros de sus juegos?
El Rastro bullicioso se serena al asomar la tarde. Algún transeúnte todavía busca un brillo, una llave, una pieza antigua de una marca remota, acaso una onza de oro en la quincalla. Y las tristes formas inclinadas de las muñecas de maternales noches, de los muñecos y peluches, van cediendo como una soldadesca borracha, acostada sobre si, un poco más andrajosos, desdeñados y arrasados de silencio.
Les ha ido pasando otro domingo de anhelante espera, de vana esperanza de liberación. Desde su quietud hondísima, todos estos viejos monigotes tiemblan pensando que, con la noche, volverán enseguida a su albergue de cartón ajado, donde la loza vieja, el cristal y el hierro magro les oprimirán el pecho duramente.
Extraños pensamientos estos que a uno le vienen caminando, domingo tras domingo, por este Rastro gijonés, y que aún perduran en la noche de insomnio al contemplar, ahora en un rincón, el osito santo de Begoña, aquel que fue amigo en sus dolores. Y compañero, amorosamente amado, contra su corazón.
martes, 6 de julio de 2010
¿POR QUÉ ME JUZGAS?
Amigo/a, ¿por qué me juzgas, si no me conoces? ¿Por qué inventas mi vida, si nunca te la he contado? ¿Por qué crees que cualquier palabra vale más que la mía? ¿Por qué dejas que otras bocas te hablen de mí?
Antes de censurarme prueba a ponerte en mi piel. Si quieres conocer mi vida, hazme cuantas preguntas desees. Escucha mi palabra, tal vez por ella me descubras. Juzga tu mismo, no permitas que nadie te quite la oportunidad de saber cómo soy, cómo somos las personas sometidas a opiniones ajenas.
lunes, 5 de julio de 2010
A TODAS LAS MUJERES ( por Rodolfo Suárez)
Cada vez con más frecuencia hay alguna persona dispuesta a intentar convencerme que debo aceptar la sociedad en la que vivo, que lo que pasa es normal, sea cual sea su índole. Impera un conformismo enfermizo que tira del pensamiento hasta el extremo de alienarnos con verdaderas barbaries, que damos por buenas sencillamente porque quienes las practican son personas a las que la sociedad respeta y coloca en un lugar preferente para opinar de lo divino y de lo humano. Y nosotros, los que caminamos por el asfalto en silencio -que somos la mayoría- no tenemos más opoción que dar por bueno lo que nos dicen; porque, entre otras cosas, nuestra prudencia, esa no participación activa en la sociedad, nos hace invisibles. No obstante, no estaría de más que de vez en cuando alguien pulsase la opinión de quienes no levantamos la voz en aforo público de gran difusión, lo que no significa que no tengamos qué decir. Por eso hoy he querido traer a este mi blog -nunca me cansaré de recalcarlo porque eso me da la oportunidad de publicar lo que se me antoja- lo que en la sección de cartas al director publicó en el diario El Comercio Rodolfo Suárez, persona a la que ni conozco, pero con la que estoy totalmente de acuerdo.
A TODAS LAS MUJERES (Texto de Rodolfo Suárez)
La sociedad actual está manchada por sangre de mujer. Desde Eva hasta la última mujer asesinada, ellas son tierra fecunda y fecundidad de la tierra. Pero algunos las desprecian, minusvaloran, humillan y las matan porque la ley del más fuerte siempre reduce las azucenas a la nada. Hoy, desde algunos medios, se pisotea a las mujeres, y entre esos medios están emisoras que se dicen cristianas, y pantallas bendecidas por mitras teocéntricas. Jiménez Losantos, Luis Herrero, Alfonso Ussía, César Vidal y muchos otros nunca han llegado, y me temo que nunca llegarán, a sentir asombro ante la existencia fecunda de la mujer creadora. Estos y otros machos son la grasa sobrante de una falsa intelectualidad, y se impone una liposucción que elimine de las tertulias radiofónicas y televisivas tanta viscosidad. No se trata de negar la palabra a nadie por ser de derechas, pues la derecha es esencial en una sociedad democrática. Se trata de negarle la voz a quien no tiene un pensamiento que ofrecer, y como sentenció el papa Juan XXIII, nadie tiene derecho a hablar si no tiene algo que decir. No se es más varón por ser más macho. Las mujeres mueren a manos de machos irredentos que nunca temblaron con un beso. Las navajas saben el camino. La muerte pone luto en una parte de la sociedad, una sociedad donde existen micrófonos delincuentes. Alfonso Ussía afirmó en una tertulia que Trinidad Jiménez y Bibiana Aído (ambas ministras) sólo valen para ir con ellas a tomar una copa y lo que caiga. Y una gran mayoría de oyentes sentimos cómo el asco nos mancha el alma. Por su parte, Luis Herrero analizó «la imbecilidad de la ministra de Igualdad» y le atribuyó un pensamiento reptante. Y para colmo, aseguró que «Bibiana Aído no se ha puesto todavía en pie, es una mujer abyecta, que repta, que se arrastra por el suelo, ignorante de su condición humana». Es un vómito caliente lo que uno siente al oir semejante estupidez. Esos machos nunca sentirán entre las manos del alma la ternura de una mujer. Y es que no saben que nunca crecen puñales entre las espigas de la palabra abierta, y ellos están fomentando la muerte desde la prepotencia de una radio o una televisión.
Rindo homenaje a todas las mujeres asesinadas, y muestro mi desprecio infinito hacia sus asesinos, hacia esos individuos que nunca podrán enfrentarse a la mirada limpia de una mujer erguida.
sábado, 3 de julio de 2010
Navegando, que no por mar que es por donde me hubiese gustado hacerlo hoy, sino por esta red, que algunas veces no es más que una trampa en la que te enredas en busca de algo que casi nunca sabes qué es y casi siempre te sorprende con cosas inesperadas. Pues buscando nada, encontré algo. Algo tan sencillo como la ilustración del texto. Reparé en ella porque me recordó aquellos calendarios que antiguamente –aunque no hace tantos años-, colgábamos en nuestras humildes cocinas, y que la tienda de comestibles del barrio te regalaba al comenzar el año. Mis recuerdos evocan tiernas imágenes de animales domésticos impresas en papel cartón de muy baja calidad, a cuya parte inferior se adosaba un faldón en el que amén de figurar el mes, el día y el año –como era preceptivo-, también aparecía el santoral o los cambios de luna. No creo que hubiese muchas cocinas sin calendario. No existían –por supuesto- las de diseño y, por lo general la vida de las casas humildes tenía lugar en esos entrañables habitáculos en el que los niños jugaban mientras la sufrida ama de casa producía el milagro del día: alimentar las bocas de esos diablillos que correteábamos a su alrededor. Luego vino el diseño, la sustitución de las cocinas de carbón por las de gas, la vitrocerámica, el estilo minimalista, y un largo etcétera que dio paso a las hoy llamadas cocinas inteligentes. Y si inteligente es el silencio, pues admitiré que lo son. Porque en las de antes, en las del calendario en la pared, se hablaba con los padres, con los hijos, con los primos de visita. En las “inteligentes” ya no es necesario hablar. La cocción está siempre en su punto. No se precisa llegar a comer a una hora determinada, porque todo es tan fácil, tan sencillo como pasar del congelador al microondas y a la mesa. Y para eso no hace falta que la familia se reúna; cada uno cuando le convenga. La cocina podría confundirse con cualquier espacio de la casa. No se ven sartenes, platos, cacerolas…todo emerge con simplemente darle a una tecla de unos paneles blancos que se confunden con la pared, y que a mí personalmente me recuerdan un hospital. Las modas han cambiado con los tiempos. Ahora todo es más cómodo, pero menos entrañable. La cocina de mi abuela que es la que más me viene a la memoria, olía a pan caliente, a leña, a bizcochos, a arroz con leche recién hecho. La de mi madre ya no, ella era más moderna, creo que no tenía ningún olor específico, y fue de las primeras en quitar los gatitos de la pared. Pero, vamos a ver, ¿por qué cuento yo todo esto? Ya recuerdo, por lo del patito y el gatito. No dicen que con los años se vuelve a la infancia, pues yo ya estoy es ese retroceso.
viernes, 2 de julio de 2010
LOS CURAS
Apenas si quedan curas. La Iglesia se queja de que no hay vocaciones. ¿En verdad los echamos de menos? Pues a ciencia cierta no lo sé. Los de ahora se camuflan entre los ciudadanos normales y –salvo en lo del celibato forzoso- yo creo que se comportan como cualquier persona. No hablo de los curas de élite -que los hay- me refiero a los de base, a los que se ocupan de los parroquianos humildes, a los que visten de vaqueros, se mezclan con los jóvenes y casi actúan como uno más. Empieza a ser frecuente encontrarse con un grupo de jóvenes que conversan sin tapujos de lo divino y de lo humano y que cuando preguntas qué hace uno determinado, porque es el más alegre, abierto y directo, te responden con toda naturalidad que es cura. Esos yo creo que sí son necesarios. Y qué lejos están de los de antes; de don Fermín, por ejemplo: el terror de las pocas estudiantes del Jovellanos de los años 40. Contaba mi madre, alumna de bachiller por aquél entonces, que tenía un odio exacerbado a las mujeres que estudiaban. Ese recuerdo yo no lo tengo, pero sí el de don Félix, el párroco de Porceyo, donde vivían mis abuelos. Era yo muy niña por entonces, pero no se me borraron sus charlas en vísperas de la Primera Comunión. En la catequesis siempre nos hablaba del infierno, del pecado, del fuego eterno que nos consumiría… Verdaderas aberraciones, según lo veo yo ahora. Entonces, para una niña de 7 años, él era el modelo de virtud a seguir y nosotros, pequeños infantes a punto de recibir a Dios, un cúmulo de pecados. Una charla de don Félix podía convertirte en un despojo humano, podía reducirte a la nada como persona. Por fortuna mi abuela, que era muy inteligente, desdecía -a su manera- durante el trayecto que nos conducía a casa las desatinadas regañinas de tan singular cura, intentando alejar de mi mente esos miedos infundados y gratuitos que el tal don Félix nos metía en el alma. Precisamente cuando el alma era todavía alma. Conocí a otro cura muy singular: don Lisardo. Regentaba una parroquia de pueblo –cuyo nombre no diré-. Y ese sí que era especial: en todos los sentidos. Contaban en el pueblo que tenía una burra a la que cuando intentaba aparearse la espantaba monte arriba llamándola puta. Ese sí que era para darle de comer aparte. Pero la cosa no queda ahí, ya que lo tuve que visitar para hacerle un reportaje con motivo de unas obras que hizo en su antiquísima iglesia y…, me recibió muy bien, todo hay que decirlo, incluso me invitó a comer en Oviedo a la semana siguiente. Pude comprobar que lo de insultar a la burra era puro paripé. Porque lo que él buscaba era otro tipo de “burra”, que por supuesto salió por pies, aunque no monte arriba: calle Uria adelante. Luego me llamó varias veces, pero…qué casualidad nunca estaba en casa. Tenía entonces unos veintitantos años y se me desmoronó de golpe el concepto cura-hombre bueno. Descubrí que cura era igual a hombre normal. Y no sé si no me vendrá de ahí ese cierto recelo hacia todo el que viste sotana. Que no tengo toda la razón, ya lo sé. Pero las cosas que de los paters de la Iglesia están saliendo a la luz no me ayuda mucho a descartar esos prejuicios que bullen en mi cabeza. He conocido, no obstante, curas a los que admiraré toda mi vida: don Manuel, de San Lorenzo; don Boni, de San Pedro; la cara opuesta de los que mencioné en primer lugar. Eran curas de la gente, para la gente. Allí donde había una necesidad, y en Gijón hubo muchas, allí estaban ellos los primeros, con sus sotanas raídas y sus viejos zapatos, porque el dinero era para los más necesitados. Nadie se acordó de ellos cuando se fueron, tampoco me consta que ellos esperaban nada. Y hoy conozco algunos más que desde las parroquias ayudan a los más humildes, no muchas veces sin que les censuren. Pero ahí están, trabajando a pie de calle. No los nombro, no debo de hacerlo. Y me queda por mencionar a don Camilo, siempre catequizando a su Pepone, y cómo no, a San Manuel Bueno, mártir. Entrañables obras en las que los curas son los protagonistas. Buen momento para volver a leer a Giovanni Papini y a Miguel de Unamuno.