martes, 13 de julio de 2010
MUJER AYER Y HOY. TEXTO DE ANDRÉS COSTALES GARCÍA
El texto que sigue se publicó en Cartas al director en el diario El Comercio. Me llamó la atención por varias razones. La primera, porque lo ha escrito un hombre y afecta a las mujeres, buen indicativo de que muchos hombres están con nosotras y no contra nosotras. En segundo, porque como mujer siempre me interesan estos escabrosos temas que una parte de la sociedad se empeña en ocultar y que, además, se permite con toda tranquilidad tratar de feministas -en el más inquisitorio sentido de la palabra- a quienes osamos manifestar abiertamente lo que pensamos al respecto. Te pueden llamar -a mí me ha caído esa china en más de una ocasión- desde la ya mencionada feminista (en tono despectivo), pasando por comunista y terminando por atea. Y otra curiosidad -no puedo tildar de otra manera lo que voy a mencionar-, que muchas de las personas que eso dicen son precisamente mujeres. Soy consciente de que no podremos salvar nuestra dignidad si no arrimamos el hombro todas las féminas. Para nuestra desgracia, algunos hombres han conseguido someter el pensamiento de determinadas mujeres hasta límites insospechados. Basta con ver y analizar un poco la situación de la mujer maltratada, que incluso llega a sentirse merecedora de ese tratamiento vejatorio que su marido o pareja le causa. Siento pena cuando algunas jóvenes -que las hay- se niegan a crecer con su marido, las veo en casa, cambiando pañales, esperando la llegada de ese joven con el que se las prometían muy felices. Que me parece muy bien que se ocupen de los hijos, pero nunca olvidándose de ellas mismas. Al final, un marido lo que quiere es una compañera que no pierda el rítmo de la vida. Pienso, y es opinión muy personal,que las mujeres que compaginan la crianza de sus hijos con una vida laboral, están más preparadas para la formación de esos hijos, pues la pérdida de contacto con la sociedad y sus problemas -el aislamiento que supone limitarse a las tareas del hogar- las coloca un poco fuera de la realidad y hace que se queden aisladas. Y, con el tiempo, se van distanciando de ese hombre que sí tiene que lidiar a diario con la sociedad. Se trata, creo, de compartir cuantas más cosas mejor. El cuidado y la educación de los hijos es cosa de pareja, para bien ser al 50%. Cuesta, ya lo creo que cuesta compaginar el hogar con la vida laboral, pero muchas lo hacen -lo hacemos- y cabe suponer que la generación que nos sigue así lo hará con toda normalidad. Es la única manera de no perder el tren y, por qué no decirlo también,
de no perder a nuestros maridos, para que no nos vean como simples amas de casa -con todo el respeto que se merecen- entre cacerolas y lavadoras; para que se den cuenta que somos capaces de desarrollar otras funciones. Y entiendan que si nosotras crecemos, todos saldremos ganando. Y quienes así pensamos ni somos peores madres, ni queremos ocupar el puesto del hombre, ni hay que presuponer que somos ateas. Nosotras, mujeres del siglo XX, abrimos el camino, es de esperar que las del siglo XXI no retrocedan lo ya avanzado.
MUJER AYER Y HOY
POR ANDRÉS COSTALES GARCÍA
Durante décadas, la Iglesia Católica impuso unas normas inhumanas a los españoles, que turbaban su vida sexual y amargaban sus existencias. La mujer era considerada 'el reposo del guerrero' y debía someterse siempre al marido. Su función se reducía a cuidar la casa, engendrar hijos, y procurar placer al esposo. 'La mujer en la cocina' era una pieza capital en aquella sociedad infectada de superstición religiosa. El Código Penal de 1944 reguló como delito el adulterio y el amancebamiento, derogó la ley del divorcio y durante años se prohibió la entrada de 'mujeres y perros' a las sesiones de la Bolsa. Aquella legislación contaminada de catolicismo castigó la divulgación pública de procedimientos para evitar la procreación, pues el Papa los consideraba todos 'pecaminosos'. La ley prohibía ser juez a la mujer, exigía autorización del marido para ejercer derechos laborales e impedía a la mujer suscribir contratos e, incluso, abrir una libreta bancaria sin la autorización de su marido.
Frente a aquellos talibanes de sacristía y sotana, nuestra legislación actual otorga una amplia protección a la mujer y le dota de los mismos derechos y libertades que al hombre, aunque aún quedan algunos caminos por recorrer, como el de la igualdad salarial o el de la violencia de género. Este último me parece sangrante, y todos debemos cercarlo y estrecharlo hasta asfixiarlo. En este sentido, me parece muy positiva la actual ley, que excluye a los maltratadores del derecho de herencia y les impide beneficiarse de cualquier tipo de seguro ejecutado a causa de maltratos.
Nuestras actuales leyes, así como las reformas previstas, de las cuales valdrá la pena escribir otro día, contrastan con frases como «resígnate, hija mía, esto es lo que te ha enviado Dios» o «hay que aguantar, que el matrimonio es un sacramento» con las que obsequiaron los sacerdotes a las mujeres durante décadas.
Las mujeres se encuentran hoy ante dos visiones del mundo. Por un lado, tienen al Estado protector, democrático y laico. Y, por otro, a la Iglesia Católica, que siempre ha sentido resentimiento contra el cuerpo y el sexo de la mujer, que le niega derechos básicos y que se entromete en todos los aspectos de su vida.
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