martes, 29 de junio de 2010
CASI SIEMPRE FUERA DE LA REALIDAD
Es cierto: la vida casi siempre me pilla bordeando la realidad. Es el asueto dominical, en mi caso, momento excelente para dar rienda suelta a esa parte de mí que el resto de la semana tiene que vivir encorsetada en ese juego social en el que para ser comme il faut, hay que participar necesariamente, amén de seguir sus reglas. Y he de reconocer que si no existiesen estas desconexiones de la realidad, no sé muy bien si podría sobrevivir. Muchas veces quisiera ser como ese personal que vive sin contaminarse –o se acostumbra a vivir siempre en contaminación, no lo sé a ciencia cierta- y que siempre está dispuesto a dar por aceptable, por normal una mentira, o muchas, a acatar como bueno aquello que no lo es, a reconocer méritos en quien no los tiene y a dejar de lado –si se tercia- gentes buenas, sencillas. Y en última instancia, si te pones muy borde, te dirá que nadas contracorriente, que terminarás por sucumbir. Y razón no falta, en lo último, en lo de sucumbir. Por eso, en un intento de supervivencia, hago un verdadero esfuerzo para salirme de esa realidad que nos está matando, que nos confunde hasta extremos difícilmente imaginables y condena a las personas mejores al ostracismo más cruel; para elevar a los altares a los mayores patanes. Y es lo que hay.
Acaba de finalizar un fin de semana largo, con fiesta por medio, soleado, hermoso. Ninguna razón para no ser feliz. ¿Lo he sido? En momentos puntuales sí, aquellos en los que me dejé mecer por la olas del mar que baña mi playa. También en el tiempo que dediqué a la lectura. Mi amigo, Víctor Alperi, ha tenido la gentileza de regalarme su último libro, Peregrino en Malta. Y por Malta me moví de su mano, vagabundee por sus calles prendida a sus palabras, tomé el té de las cinco, disfruté de ese paisaje literario que Víctor puso en mis manos: fui feliz en Malta. Y así conseguí crear una hermosa realidad.
No he ido a misa, pero pensé mucho en quienes sí fueron. Más que nada por si me convendría seguir su ejemplo. Y mi Dios, que creo está dentro de mí, me aconsejó que no lo hiciera. Me dijo que lo buscara en la naturaleza, en el mar, en los niños, en quienes intentan salir de la droga o el alcohol. Y me acordé de mi amigo Gonzalo, que el lunes estará al pié del cañón ayudando a quien le necesite; y de sor Trini -en la foto-, que habrá servido la comida hoy en la Cocina Económica; También de David, a quien pillé furtivamente –porque así lo hizo- dejando un sobre con 150 euros en el mismo lugar –y David no tiene dinero-; Y de Pablo, que dedicó este domingo –día de su santo- a los niños del Ayuntamiento de Laviana, para hablarles de UNICEF. Y de José Marcelino que seguro que anda por el asilo cuidando algún viejecito. Y cuando todo esto pasaba por mi cabeza disfrutaba yo de ese regalo de Dios que es mi playa y miraba en dirección al Cerro de Santa Catalina y allí estaba el Club, el Club de Regatas, lugar de encuentro después de la misa: para tomar el vermouth. Y sé que por esto que digo, que no es más que lo que pienso, alguien dirá que soy… ¡comunista! Así como suena. Y no soy nada, soy una mujer que no acepta la realidad de este deshumanizado mundo, que quisiera que algo cambiara, y eso me convierte en una mujer molesta.
domingo, 27 de junio de 2010
NO PODRÉ SER ESCRITORA
Y ahora no me parece mal la pregunta: ¿por qué escribes entonces? ¡Ay, si lo supiera! ¿Por qué traes a tu blog tus historias? Tampoco lo sé. Me hubiese gustado, y puede que hasta madera tenga para ello. Pero va a ser que no –como se dice ahora en lenguaje coloquial-. Y cómo lo sé, cómo llego al convencimiento que nunca podré alcanzar esa meta. Por varios caminos. El primero surge de mi afición a leer. Dicen quienes sí lo son –escritores- que leer es el primer paso para acceder a ese oficio de contar historias; yo cuanto más leo, más me desanimo, más me percato de mis carencias. Cuanto mejor sea la obra que cae en mis manos, más me alejo de esa remota posibilidad de poder aproximarme a lo que yo entiendo por escritora (dicen que con publicar un libro ya se alcanzó ese grado, pero no es así como yo lo veo). Hay libros que me enamoran, y escritores que también, pero casi nunca es por lo que cuentan –a veces sí, por supuesto- creo que lo que verdaderamente me fascina es cómo atinan con la palabra exacta para que despierte en mí el sentimiento preciso: alegría, tristeza, nostalgia, reflexión…Cuando leo entro en comunión con el autor/a, nunca sabrá hasta qué punto me puedo identificar con él /ella (esta moda del masculino-femenino no me gusta nada). La que podría ser una segunda razón es que yo escribo hoy lo de antes de ayer. De acuerdo, eso no hay quien lo entienda. Trataré de explicarme. Quiero decir, que cuando cuento una historia mi cabeza lo hace a mucha más velocidad que aquella que yo puedo alcanzar con el teclado. No soy capaz, como sería pertinente para un buen resultado, pararme entre párrafo y párrafo, volver a leer, corregir… Nada de eso practico. Un amigo –sin que supongo quisiera aludir a esto, porque creo lo desconoce- me dijo que era como un torbellino. Y nada descaminado iba: lo soy; pero en casi todas las facetas de mi vida. Cuando converso sobre el tema, me cuentan quienes escriben que leen, releen, corrigen, lo dejan para revisar al día siguiente. Y nada de eso practico. Confieso –no debería de decirlo porque dice poco en mi favor- que en algunas ocasiones no releo ni una sola vez lo que escribo. Ahora entenderéis la razón por la que mis textos salen como salen. Tanto es así, que algunas veces releo algo escrito en mi blog al día siguiente -o a los dos o tres- y yo misma descubro repeticiones, comas mal colocadas, frases mal construidas… Todo fruto de la precipitación, porque la teoría creo que me la sé. En esos momentos quisiera que me tragara la tierra, y hago el firme propósito de enmendarme. Pérdida de tiempo, porque si me bulle una idea en la cabeza tengo que parirla sobre la marcha. Y mejor en media hora, que en hora y media. Queda claro que con estos mimbres no puedo hacer un buen cesto. Lo único que pretendo es comunicarme con quien me lea sin ninguna pretensión literaria, con la única finalidad que compartir historias sencillas, vivencias personales o simple entretenimiento.
sábado, 26 de junio de 2010
TARDE DE CINE
Esta tarde he ido al cine, cosa que hago con cierta frecuencia; pues pese a que los chicos –que así llamo yo a mis hijos- me surten de todo tipo de artilugios de última generación, entre los que se incluye el cine en casa con las películas más actuales de la cartelera, pues yo me sigo resistiendo a privarme de ese placer que supone participar de ese pequeño barullo que se forma a la entrada y de sentarme teanquilamente en la butaca. Ahora ya, eso sí, sin palomitas, ni pipas. Si por mi fuera esa costumbre no desaparecería. Aunque mucho me temo que debo de ser una de las pocas antiguallas que frecuentan las salas. Tanto es así que hoy, tarde de sábado, segunda sesión, proyectaron la película para tres espectadores. Una de ellas, lógicamente era yo; y las otros dos un apareja que –por la conversación que mantuvieron vía móvil antes de comenzar la película, con los que parecían ser los abuelos- se liberaron de sus hijos probablemente para recordar esos tiempos en los que no había que dar biberones y nada era más agradable que una sesión de cine. Es ésta la segunda vez que tengo un cine casi entero para mí. La anterior –hace ya algunos años- proyectaron la película para Fernando y para mí en Alfaz del Pí. En el mismo lugar y cine en el que tiene lugar el renombrado Festival Internacional de Cine de Alfaz del Pi, por el que desfilan con gran glamour actores y actrices como si en Hollywood estuviesen. El cine de Alfaz del Pi es modesto, en él se detuvo el tiempo, está regentado por dos hermanos, cinéfilos donde los hay, que lo mismo te venden la entrada, la coca cola, que te acomodan en la butaca. Cuando los conocí no eran muy mayores, ahora ya sí lo son. Viven, por llamarlo de alguna manera, de regentar el único cine del pueblo –y de los alrededores también-, yo diría que ni las máquinas de proyección han cambiado.
Cuelgan de las paredes de un demodé hall cientos de fotografías, notarios de las estrellas que por allí pasaron. No parece durante el festival el mismo lugar. Pues bien, una tarde-noche creo que de cálido domingo mediterráneo, Fernando –que ahora reposa muy cerca del lugar, pero ya en campo santo- y yo decidimos ir al cine. Compramos nuestra entrada, nos acomodamos y esperamos tranquilamente que empezara la sesión. Pero no entraba nadie más. Estábamos solos. Sentimos un poco de apuro y nos dirigimos al taquillero, acomodador y proyectista –que eran la misma persona- diciéndole que no había problema, que volveríamos otro día. No nos dejó marchar de ninguna manera. No sólo eso, sino que nos dijo que le esperásemos al terminar –él debía atender el proyector- que nos invitaría a tomar algo. Y lo esperamos. Nos habló, lógicamente, de su gran pasión: el cine. Y nos dijo que él nunca se haría rico, que habían querido comprarle el edificio y que le daban mucho dinero, pero…si me quedo sin “mi cine” ¡que va a ser de mí! Y yo hoy me pregunto, así las cosas, ¿qué va a ser del cine? Y también de mí. Me resisto a ver las películas en el sillón de mi casa porque lo hago en soledad, y ahora en el cine resulta que también voy a estar sola. Este verano, volveré a Alfaz del Pi y si las fuerzas me lo permiten, porque echaré de menos a Fernando, volveré al cine.
viernes, 25 de junio de 2010
LAS MARIPOSAS Y EL AMOR
Alguien me preguntó cómo podía saber si estaba enamorado. Ciertamente, no me lo puso muy fácil. Creo que es una de las preguntas más complicadas de responder. Entre otras cosas, porque me imagino que cada uno interioriza ese extraño sentimiento a su manera. Y digo extraño, porque puede sorprenderte en cualquier momento y surgir hacia la persona más inesperada. Se escapa, creo, a cualquier control lógico. Tal vez, ese sea uno de sus encantos. Otra cosa es que luego nosotros lo tamicemos con la razón: que casi siempre lo estropea. Hablar del amor, además de estar considerado como una cursilada, no está demasiado bien visto. Se supone que quien lo hace tiene pocas cosas en la cabeza. ¿Tal vez mariposas? Pese a estas consideraciones que yo me permitiré –como otras muchas- saltarme a la torera, pues diré algo al respecto. Reza en el título, Las mariposas y el amor. Otra ñoñería, lo admito. Pero, creo que nada se parece más al amor que la vida de una mariposa. Iré explicando por qué lo digo. Mariposas sentimos –aunque no lo reconozcamos- en el estómago, cuando esperamos a una persona especial, cuando la mirada llega un poco más allá de lo normal, cuando las palabras salen torpemente y uno dice lo contrario de lo que piensa, cuando quisieras quedar muy bien y sientes que metes la pata hasta dentro. Esos son generalmente síntomas inequívocos de que se está estableciendo una corriente especial que quiere ir un poco más lejos de la amistad. Así pasa, mal que nos pese, por mucha cordura y seriedad que queramos imponer a nuestros actos, por más que nos empeñemos en considerar que por edad estamos fuera del campo de tiro de Cupido. No importan los años, no importa la condición social, no importa nada, porque ese sentimiento se impone con fuerza sobre nuestra voluntad. Surge hermoso, alegre, revolotea en nuestro interior como lo hacen las mariposas por el campo. Y si por un casual decidimos alimentarlo nos volverá la vida de mil colores –como las alas de tan hermosos lepidópteros-, nos sumiremos en un estado de felicidad – desgraciadamente no suele durar mucho- que se llama sencillamente amor. Pero, siempre hay media docena de peros dispuestos a estropearlo todo. Para empezar, dicen que el amor eterno dura dos años. Mal augurio. Es decir: pasa fugaz por nuestras vidas, como las mariposas que sólo duran un día. Para seguir, es tan frágil como pueden serlo sus alas, cuanto más hermosas son, más delicadas. Si se las rompes , aunque sea sólo por una esquinita, tal vez pueda volar, pero ya no será lo mismo. Ni que decir tiene si le rompes el cuerpo: repliega sus alas y se deja morir al pié de no importa que flor. ¡Cuantos amores perdidos por una simple torpeza!... Las cosas del amor pueden suceder así, pero no tienen por qué. El secreto está en reconocer su fragilidad, en cuidarlo, en respetar esa belleza, en tratarlo con el mimo que cuidarías a una mariposa que se posase en tu jardín. Vivirá un día, es posible, pero cada mañana verás una nueva, que puede seguir aferrada a tu corazón como el primer día. Eso creo yo, tampoco a ciencia cierta lo sé, debe de ser el amor. ¿Lo entendiste, colega? Y mira, terminaré con una recomendación: cuando quieras hacer preguntas de tanta enjundia apunta en otra dirección, que no es que no quiera ayudarte, pero es que lo mío es casi todo de andar por casa: demasiado simple. Como mi propia vida.
PALABRAS QUE ENMASCARAN CARIÑO
Alguno de mis blogueros me reta –con un comentario- a que suelte la palabra que digo que un amigo me aplica cuando tengo una salida de tono; que, por otra parte, sucede con cierta frecuencia. Esa concretamente no la repetiré. Es demasiado personal, y fuera de contexto tampoco tendría mucho sentido. Pero reconozco que me divierten esos calificativos vertidos con cariño -no tengo la menor duda de ello- sobre mi persona. No es más que un juego dialéctico de esos que las buenas formas impiden hacer públicamente; pero que siempre tienen un trasfondo significativo. Y entre veras y bromas el interlocutor suelta el vocablo mirándote a la cara intentando por ver si te cambia el semblante, signo inequívoco de un cierto acierto. Aunque a mí, sinceramente, me resbalen y convierta la palabrita en anécdota divertida. Con lo que el interlocutor –siempre es un hombre, una mujer no se atrevería a practicar tales juegos- se queda como estaba. Supongo que lo más que llegará a pensar es que soy tonta. Y ahí, mira por donde, no va tan descaminado. Pues bien, empiezo. Me han llamado envenenadora, he hecho una entrada al blog con tal motivo. Y con ello me he sentido nada menos que Lucrecia de Borgia, no precisamente un personaje ejemplar de la Historia, lo reconozco. Pero mi imaginación ya me situó envenenando a poderosos y cortesanos caballeros. Que ya sé, que de eso no queda, pero la imaginación, es la imaginación. En otras cosas que dicen practicaba la tal Lucrecia, ya no entro. Ahí no me identifico, ni tan siquiera con la susodicha y repetida imaginación soy capaz de emularla. El pudor, señores, el pudor. A renglón seguido se me dijo que era una manipuladora, atribuyéndoseme la capacidad de desestabilizar toda una institución. Pues no me creía yo con tanto poderío, creo que se equivocaban. Como esto último eran ya palabras mayores se trató de suavizar la cosa llamándome escritora, que qué más quisiera yo que serlo, eso era, sin duda, un halago; y en el mismo reglón –era un correo electrónico- se me decía periodista, y mira, eso sí, lo dice un papelín que me dieron en la Facultad y tengo guardado en un rollo en algún cajón –cómo estará-; y terminaba la misiva diciéndome que era como un torbellino; lo que viene a ser algo parecido a un remolino de viento; pero también hay una danza creo que colombiana que se conoce con el mismo nombre. No sé exactamente a qué hacían referencia. Palabras mayores creo que, por lo menos a la cara, no me las han dicho. Me quedan dos, tiernas, entrañables, de esas que se te quedan pegadas en el alma y ni el paso del tiempo puede borrar. Una –que son dos- es Isabelita cariño, así me decía mi hijo con poco más de tres años cuando quería conseguir algo. No decía mamá, decía eso, Isabelita cariño. Y es el día de hoy que algunas personas –ya demasiado mayores- cuando me llaman por teléfono preguntan por Isabelita cariño.Que lo mismo que regresar a un pasado feliz. Nostalgia, pura nostalgia, de la infancia de mi hijo, de tiempos de juventud, de alegrías y risas. Y hay otra palabra, ya la última -¡jesús qué pesada me pongo!- cariñosa donde las hay: enana. ¡Ya! que qué extraña para ser entrañable. Pues lo es, pero tampoco explicaré por qué. ¿Recordáis que la canción de Eurovisión se titulaba Algo chiquitito?…Pues en esa línea.
miércoles, 23 de junio de 2010
EL QUE SE MUEVE NO SALE EN LA FOTO
Y como paso mi vida moviéndome, pues nunca salgo en la foto. Entendiendo por moverme poner en práctica una, llamémosle –por darle algún nombre- rebeldía, que siempre me sitúa en las esquinas. Y me permite practicar un cierto escapismo cuando no comulgo con este ficticio éxito que supone salir en todas las fotos. Lo que en principio era una cuestión de timidez, con los años se ha ido transformando en costumbre que ahora me resulta muy saludable, y hasta gratificante. Contemplar la tontería desde cierta atalaya, totalmente desprovista de ese destructor afán de notoriedad por el que algunas personas –parafraseando a una famosa de medio pelo- matarían, me permite hacerme una composición del lugar en el que no quisiera estar. Y si importante es en la vida, saber lo que uno quiere, me parece mucho más interesante conocer lo que no se quiere. Porque sucede, las más de las veces, que la vida, los acontecimientos, las circunstancias…, te engullen de tal manera que te vuelves irreconocible. Terminas por ser aquello que otros esperan que seas. El éxito social, la fama, estar siempre presente en lo dicho: en la foto, te desposee de esa mínima parte de libertad que te queda después de “servir” a la pura y dura subsistencia. Lo que tenga que hacer por subsistir no me queda más remedio que acatarlo. Pero por el resto no pagaré nada, aunque nunca salga en la foto.
martes, 22 de junio de 2010
ME ESTOY HACIENDO MAYOR
Me estoy haciendo mayor. Entre lo que me empujan los acontecimientos, lo poquito que me apetecen las cosas que requieren esfuerzo, el trabajo que me cuesta subir escaleras y las arrugas que ya no hay quien las disimule… Malo, malo, malo. Y lo más curioso de todo: la cantidad de teorías que yo podría esgrimir a quien tal cosa me contase. Creo que tengo recetas infinitas que consolarían al más deprimido. Tranquilo todo el mundo; aunque esto escribo, no lo estoy –deprimida, quiero decir-. Es extraño, pero hoy he visto mi vejez en la de otra persona; algo mayor que yo, eso sí; aunque ese no es consuelo. Ante mí un ser humano abatido, derrotado, cansado. Pese a ello, aún peleaba por sostener no sé muy bien qué. Tal vez su dignidad, ¿su orgullo? Lo ignoro, desconozco la razón para mantenerse erguido cuando todo juega a la contra. No haría honor a la verdad si dijese que admiro su entereza: no es cierto. No quisiera por aguantar el tipo, o por las razones que sean, exponerme a la compasión de los demás. No me encaja bien el papel de víctima. Espero yo otra cosa de la vejez. Largas tardes de amena conversación con un ser querido, aunque ya sea viejo: como yo. Cortos paseos, bajo cualquier arboleda. Un libro, o dos, o tres…de letras grandes, eso sí: para que no canse la vista. Y que no me quede sorda, no quisiera tener que prescindir de la música. Y no sé si añadir lo de un señor cascarrabias a mi lado –porque ahí creo que ya se me pasó la hora-.De ese punto no estoy tan segura, por lo de cascarrabias más que nada. Yo ya lo soy bastante –eso dicen- y no sé muy bien si habría manera de encajar las piezas. Tampoco me hace mucha gracia lo de renunciar al cariño –eso es lo que queda a ciertas edades, no nos engañemos-, pero un arrumaco, un beso, un cogerse da la mano, no creo que amargue a nadie. No sé, le pensaré. ¡Ya!, que me olvido que eso es cosa de dos. ¡Vaya!, uno no es perfecto, siempre se le escapa algo. ¿Algún candidato? Y ahora un buen amigo me diría: Pero qué desvergonzada eres. Lo soy, reconozco que de eso tengo un poco. No precisamente de desvergonzada, pero es que la palabra que tan cariñosamente me dice no puedo repetirla en este lugar. Lo siento, que cada uno aplique la que crea conveniente. No me enfadaré.
lunes, 21 de junio de 2010
No pudo quitarle ojo en todo el trayecto. Lo miraba de soslayo, ocultando cualquier interés. Atisbaba furtivamente, cobijado bajo el sobaco de un gigante adolescente, sorteando el bastón de un viejo, resistiendo como podía. Una señora gorda estuvo a punto de sentarse encima, y un niño pequeño lo lanzó al suelo para patearlo. Además, tenía que evitar el paso del revisor: no llevaba billete. Y esta vez no podía cambiar de vagón: quería conseguirlo.
Esperó que se apeara el último viajero. Fuera de todo peligro lo agarró por el lomo, acarició la portada, lo apretujó contra el cuerpo, respiró profundamente, bajó del tren, contuvo la respiración, y aceleró el paso.
Si desde que vive en la calle roba todos los días, ¿qué tiene lo de hoy de especial? Inexplicable el nerviosismo. Por primera vez en mucho tiempo se hizo con algo no comestible. Seguro que tampoco podría venderlo con facilidad. Da igual, pensó.
Se sentó en el banco de siempre. Con el pulso excesivamente acelerado, lentamente extrajo del interior de su anorak la codiciada pieza. Analizó la portada. Pasó sus dedos por encima, con un pañuelo mugriento fue quitándole cada mota de polvo; con un poco de saliva restregó la primera letra: “C”, repitió varias veces. Co…cora… ¡corazón!, eso dice: corazón. Y un poco más abajo, Ed…Ed…
Y fue juntando las letras, y surgieron las palabras y se hizo con su primer libro.
domingo, 20 de junio de 2010
¿CÓMO, AÚN NO COMPRASTEIS EL Nº 4 DE CHICas? NO ME LO CREO
¿No habéis comprado aún CHICas? ¿Puedo saber qué estáis esperando? Luego os quejaréis de la crisis. Que no nos va a sacar nadie de ella, que sólo saldremos apoyando iniciativas privadas con ésta. Que a la gente que arriesga hay que apoyarla. En la revista entrevistan a mujeres valientes que también crearon empresa. Como la asturiana Covadonga Plaza, que lidera un equipo de profesionales de la Alta Costura allá en Madrid. O la diseñadora de ropa infantil Marta García-Conde. Y también la esteticista Marta García, al frente de su salón desde 1996. La Psicóloga Elena Apalategui. Y no cuento más, si queréis saber, si queréis estar al día de las mujeres emprendedoras en Asturias, informaros: comprar CHICas.
sábado, 19 de junio de 2010
ANUNCIO CURIOSO
Ha caído en mis manos un anuncio que me ha llamado la atención. En principio, el tema es algo escabroso y a quienes padezcan tanatofobia (miedo a la muerte, aclaro) les recomiendo que no sigan con la lectura. Es cierto que todos tememos ese trance del que no se libra nadie, pero cada uno lo enfoca de manera distinta. Personalmente le temo únicamente al cómo, pues pienso que la muerte es tan natural como el nacimiento. Incluso, cuando reflexiono sobre el tema -porque no quiero que sea en mi vida un tabú, fundamentalmente para poder encajar el duro golpe que es el fallecimiento de un familiar, y también por si me puedo ir preparando para la propia, cosa de la que no estoy muy segura, pero por intentar que no quede-, pues decía que cuando trato de encontrarle un sentido, termino analizando el miedo que tienen personas que son muy creyentes y que por lógica, no deberían de temer ya que van al encuentro con Dios. Y esa cuestión yo no soy a encajarla muy bien. Por eso, elaboro mi propia teoría, posiblemente descabellada, pero es tan creible como la de ir al cielo los buenos y al infierno los malos. Y la pobre, humilde e infantil teoría no es más que la de comparar la muerte con otro nacimiento. Es decir: pasamos a otro estado, empezamos otra “vida” que ni entiendo, ni me preocupa mucho; pero algo me dice que sufrimos una transformación en el espíritu, que seguimos formando –de alguna manera- parte de ese Universo inmenso e infinito en el que estoy segura que todo es posible. Ya, ya sé lo que me vais a decir: que estoy chalada. Puede, no lo discuto, pero me monto mi propia película, por si cuela, por si soy capaz a creérmela. Sería una respuesta a tantas preguntas sin respuesta. He estado una vez en mi vida en verdadero peligro de muerte, de hecho esperaban que sucediese lo peor. Y lo que recuerdo, además de gente hablando a mi alrededor –creo que estaba en estado comatoso pero lo oía todo-, es un túnel con una luz al final. Ahora ya podéis decirlo abiertamente: está loca. Pues no, fue algo que me sucedió y la sensación no era desagradable. No estaba drogada, aclaro: tenía una septicemia. Luego, Dios, el destino o quien quiera que gobierne todo esto me hizo volver: no debía de ser mi hora.
Pues después de leer todo esto, los que hayáis tenido la paciencia suficiente, he de deciros que no era eso lo que quería contar, pero como cuando escribo soy como un caballo desbocado, pues…lo siento. Siento haberos soltado ese rollo. Porque lo que en realidad quería comentar es un anuncio que llamó mi atención: Se imparten clases de tanatoestética. Y se añadía, se garantiza trabajo. De siempre supe que existía la tanatopraxia: el arte de presentar cadáveres. Pero lo de la tanatoestética despertó mi curiosidad. Y le seguí la pista. Probablemente porque ser diplomada universitaria en Criminología hace que me interese por estos escabrosos –para algunas personas, no para mí- temas de forma natural. Así que ni corta ni perezosa solicité la información completa. Sin ningún ánimo en hacer semejante curso, eso por descontado. Pues bien, los cursos están regulados por el Ministerio de Educación y Ciencia y el curso cuesta 850 euros. Da derecho a unas clases teóricas de técnicas de maquillaje e higiene, que se complementan con clases prácticas, ya no pregunté en qué consistían, lo imaginé. El susodicho curso –cursillo más bien parece-, además de las enseñanzas incluye: champús, jabones, lacas, maquillajes, sombras, colorete, pintalabios, secador, pañuelos y pelucas. Y el alumno deberá aportar: pinceles, esponjas de maquillaje, pinzas de depilar, peines, cepillo plano, cepillo térmico… He tratado de que me explicaran en qué consistía el maquillaje mortuorio, y me han explicado que lo que buscan es dar a los muertos un aspecto más apacible que deje mejor recuerdo a sus deudos. Finalmente les he preguntado si no da cierto miedo…y una señora me respondió –muy acertadamente, lo reconozco- que a ella le daban miedo los vivos, que los muertos ninguno. Dije que lo meditaría, por aquello de quedar bien, porque al final pensé que mi curiosidad había sido excesiva y me fui un poco apesadumbrada por haberla hecho perder el tiempo, ya que comprendí que era su dignísimo trabajo. Pero…, por favor, si cuando me muera alguno de vosotros estáis cerca no dejéis que me maquillen.
viernes, 18 de junio de 2010
DE VENENOS Y ENVENENADORAS
Hoy voy a referirme a los hombres. Y no me negaréis que no soy valiente al meterme en tal bardal sin el traje adecuado. Entendiendo por tal -por traje- el conocimiento suficiente para opinar sobre esos “contrarios” que, de una manera u otra, siguen gobernando –si no nuestros sentimientos, que también- la vida de las mujeres. Ellos opinan sobre nosotras así, sin más. Y viene esto a cuento porque hoy un amigo –que creo lo es, tampoco estoy muy segura- me llamó envenenadora. Entre risas, quise entender a qué se refería, aunque haya aparentado lo contrario. Vino a decirme solapadamente, algo así como que yo influenciaba sobre algunas personas, inculcándoles una dosis de veneno. La apreciación me hizo gracia, lo reconozco. Ya son muy pocas las cosas que tomo en serio y menos aún las que me enfadan. Y si soy sincera, sí es cierto que me gustaría poder envenenar a algunos caballeros –aunque no se ajuste a lo que de verdad es un caballero: persona que monta a caballo. Estos ni caballo, ni nada: ciudadanos de a pie-, decía que a algún señor -cambio el concepto- sí me gustaría poder inocularle pequeñas dosis de veneno. Para que, de cuando en cuando, le doliese la tripita y se percatase que cada vez que infravalora a una mujer, por su condición de tal, la está envenenando. Muchas veces me pregunto, a sabiendas de que yo ya no lo veré, cuándo llegará el día que por el hecho de ser mujer no haya discriminación. Y no me siento discriminada, creo que he recibido una formación lo suficientemente sólida para que esa diferencia hombre-mujer no sea un obstáculo para cualquier objetivo que me proponga. Pero, desgraciadamente, veo a mi alrededor con demasiada frecuencia esa discriminación, muchas veces oculta detrás de comportamientos que no son lo que parecen, pero que se descubren con bastante facilidad. Sucede, en mi modesto entender, que –para bien o para mal- hombres y mujeres somos muy diferentes. No necesariamente opuestos, pero sí distintos. Los hombres que me rodean –ninguno por razones sentimentales, aclaro para evitar malos entendidos- no son precisamente muy valientes. Son de los que nadan y guardan la ropa, son tan comedidos –tan a la antigua usanza- que siguen tratando a la mujer como una porcelana frágil –las más de las veces- y si la mujer no se comporta como tal, pues entonces la pasan directamente al grupo de las envenenadoras; que en realidad cuando eso te dicen lo que te están llamando es manipuladora. Me consta que a muchos hombres –bueno, no se me molesten, diré sólo a algunos- les incomoda que pienses, que decidas por ti misma, que tengas la valentía de hacer frente a supuestos poderosos varones. Le sorprende que tengas principios y los defiendas. Quedan perplejos cuando te enfrentas sin temores a aquello que consideras justo –la mujer tiene mucho más desarrollado ese básico principio, elemental para la convivencia en todos los terrenos-, no entienden que seas capaz de salir al ruedo sin temor a la cornada. Somos, señores, mucho más valientes que ustedes. Tal vez porque no nos han regalado nada. Sólo los hombres sabios –que también los hay- son capaces de entender ese desgaste diario al que nos sometemos para alcanzar pequeñas metas. Y viene esto a cuento, porque veo estupefacta cómo un grupo de mujeres intenta con toda limpieza, puedo dar fe de ello como si de un notario se tratase, sacar unas elecciones arriba. Que no ganarán, porque los poderosos caballeros no les consideran suficientemente capacitadas para asumir el cargo al que optan. Y no es justo. Y como soy valiente lo digo, y lo escribo, que ahonda más en lo tocante a valiente. Y esos señores –fíjense si los trato bien- dicen que quienes quieren alcanzar el poder –muy pequeño, créanme- son las “feministas”. Palabra que utilizan en plan despectivo para mayor bochorno de la sociedad.
No termino bien, si no añado que ciertas mujeres -algunas incluso me leen y comentan, el mundo es un pañuelo, casi todo trasciende- son colaboradoras indispensables para esa discriminación que sobre la mujer se ejerce, prefieren arrimarse al varón de turno que ostente el poder -aunque las haya discriminado mil veces- , antes de defender y colaborar para que sus compañeras puedan alcanzar la meta. Pero de lo que no tengo la menor duda es de que sus capacidades son tan escasas que no les queda más remedio que tratar de medrar a la sombra de quien simplemente las utiliza.
No estoy a favor de que triunfe ninguna mujer que no lo merezca o no tenga las capacidades suficientes que se requiera para aquello a lo que opte, pero sí defiendo que no se le pongan trabas, por lo menos no más que a cualquier hombre.
lunes, 14 de junio de 2010
BAJO LA CARPA DEL CIRCO
Dicen que la mayor parte de las cosas que escribo son poco serias, que no tienen el nivel intelectual que se espera de mí. Y la verdad, no digo que no tengan razón. Otra cosa muy distinta, es que yo quisiera hacer alarde de una intelectualidad que ni tengo, ni pretendo. Si algo diferente a entretener persiguiese, mejor dedicarme a otra cosa. Creo que la vida es lo más parecido a un circo: me asigno voluntariamente el papel del payaso. De ese payaso que hace reír a niños y grandes, que tropieza una y mil veces y se levanta entre despistado y risueño, que no se ofende por la bofetada que le propina el de al lado, que canta y baila en lugar de llorar, aunque “el listo” -que siempre hay un payaso listillo- se mofe de sus ocurrencias. Son -los payasos- ciertamente la alegría del circo. No conozco a nadie que no se divierta con ellos, no conozco a nadie que no sienta cierta ternura hacia ese desvencijado personaje que surge de una esquina de la carpa como si pasase por allí de casualidad, sin importarle casi nada de lo que le rodea. Aunque nada le sea ajeno, porque lo que verdaderamente pretende es meterte en su bolsillo para hacerte feliz. Cae, se levanta, tropieza de nuevo…, no le preocupa hacer el ridículo, se ríe con toda naturalidad de sí mismo... Y esa debo de ser yo en este terrible circo que es el mundo. Donde abundan domadores que a fuerza de látigo doblegan fieras, perritos, caballos, papagayos y un sinfín de animalillos que por un premio –tal vez porque no les han dado aún su ración de comida- hacen ridículos ejercicios para divertir a la concurrencia. También están los trapecistas, que arriesgan su vida por poco más que el aplauso. Los magos que cortan espectadores en dos, o sacan monedas de su nariz, o palomas de una chistera. ¿No me digáis que los personajes de un circo no son semejantes a los de la vida misma? : dictadores sin escrúpulos, ególatras, magos sin chistera…Me quedo con el payaso.
domingo, 13 de junio de 2010
COMO NO HAY RASTRO DE SOL...PUES AL RASTRO
Pues lo que digo, por fin ha dejado de llover, pero…de sol ni rastro. Y por eso, esta mañana he decidido ir ahí: al rastro. Lugar de que poco puedo decir, porque sería una desfachatez por mi parte –tampoco sabría hacerlo- tomar un tema que magistralmente desarrolla José Marcelino en sus artículos quincenales y que, según me han dicho, publicará no tardando mucho. Serán bien recibidos. Así que únicamente voy a contar algo personal que he recordado esta mañana, mientras brujuleaba entre los cachivaches que sobre una manta intentaba vender una oronda y salerosa gitana a uno o dos euros. Llamó mi atención una caja medio abierta que dejaba entrever una placa plateada. Y no porque me interesase la pieza en cuestión, sino porque sentí curiosidad, rescaté la susodicha caja de entre muñecas de plástico, cuadros horrorosos, adornos de la más variada condición y un largo etcétera de útiles –inútiles- difícil de describir. Se trataba efectivamente de una placa de metal –perfectamente conservada- que decía: A Graciano Díez en el día de su jubilación…etcétera, etcétera; y al final una fecha: 1980. Estaba claro, que el tal Graciano apreciaba mucho el reconocimiento recibido, así se podía apreciar por su estado perfecto de conservación: brillante como si la parienta acabase de pasarle el Sidol. Pero también estaba claro, que sus descendientes no tuvieron ningún tipo de sentimentalismo por la placa en cuestión. Que terminó, probablemente como muchas de las cosas del –supongo- finado, en una manta en el rastro. Y hasta aquí la anécdota. Anécdota que me recordó algo que me sucedió hace algunos meses. Era también una tarde de domingo tristona, como la de hoy, en la que fui a ver a mi madre –señora ya mayor, pero con una clarividencia fuera de lo normal-. La encontré rodeada de fotos –la vida de tres generaciones en imágenes- y junto a ella una bolsa de basura que trató de esconder al verme, pero que no dejé que se me despistara. En uno de sus descuidos, le eché mano y… ¡sorpresa! Estaba rompiendo fotos. Ni que decir tiene el numerito que le monté. No me dio más que un argumento: no quiero que mis fotos sean pasto de rastro. Apostilló: si las quieres llévalas. Me llevé, por supuesto, todas las que pude y me marché enfadada. Y hoy, cuando han pasado muy pocos meses desde esa tarde, me pregunto si esas fotos que yo rescaté no terminarán también en el rastro; porque ¿pueden interesarle a alguien mi infancia, mis cumpleaños,mi primera comunión…? Tal vez mi madre tuviera razón. De todas formas, de momento no las destruiré, cuando tenga su edad, ya no aseguro nada.
Por cierto, la foto son los abuelos, forma parte del rescate.
sábado, 12 de junio de 2010
A MI COLEGA, EL BLOGUERO DE AL LADO
A mi colega que se siente fracasado, a quien está detrás de Yo y mi mundo, podría decirle tantas cosas que ni tan siquiera sé por dónde podría empezar. Lo hago por donde cuadra, sin previa organización de ideas. Todos, amigo, hemos fracasado muchas veces. Y cuando no ha sido por méritos –o deméritos- propios, se han encargado de fracasarnos los demás. Por eso, el secreto para superar esos trances que nos sumen en ese estado de desesperación en el que tú te encuentras ahora, no queda más remedio que prepararse para esas decepciones que nos da la vida. Y siempre, si ello es posible, aprender de cada empujón. Yo, que podría ser hasta tu madre, puedo contabilizar –sin miedo a equivocarme- como mínimo, un fracaso diario. O dos, o…puede que alguno más. Así que ¡que me vas a contar! ¿Qué habría sido de mi vida si no hubiese aprendido a encajarlos? Ni me lo imagino. Hace tiempo que me he dado cuenta que más rentable que estancarse en los fracasos es festejar los éxitos, que todos tenemos alguno. Y si no aparecen, pues se buscan, donde sea. Un día malo, gris, aciago, puede salvarlo una conversación con un amigo/a y hasta con un desconocido/a (¡no sé de quién fue esta estúpida idea de especificar los géneros!), o con una lectura de esas que te alimentan el alma (siempre hay que tener alguna a mano), música, un paseo…Cualquier mecanismo de defensa que remueva las endorfinas. Todo, menos quedar parado lamentándose. Ese es el camino hacia el verdadero fracaso. Y yo diría, amigo, que más que los fracasos que nos ganamos a pulso, porque responden a nuestros propios fallos, nos duelen aquellos fracasos que nos endosan los demás, bien porque no cumplimos sus expectativas, o sencillamente porque nos convierten en mercancía útil para su propio beneficio, y cuando acaba esa utilidad no nos conocen de nada. En el primer caso están nuestros padres, que –con mejor voluntad y cariño que conocimientos- quieren hacernos princesas, médicos o economistas, cuando en realidad queríamos ser peluqueras, bomberos o guardias municipales. Y ahí nacen los primeros fracasos, los reproches, el tú no sirves para nada. Ese fracaso, pese a quien pese, no es personal. Nos lo han endosado. Seguro que sabes de qué hablo. Pero nunca es tarde para cambiar de rumbo, para estudiar aquello que verdaderamente uno desea, e incluso –voy un poco más lejos- aquello para lo que uno tiene las suficientes capacidades para no fracasar en el empeño. Piénsalo, amigo. El mundo laboral, por otra parte, es harto complicado. No hay trabajo y el que hay está mal pagado. Otro fracaso ajeno a nuestra voluntad. Hay que seguir intentándolo. Hablas también del amor, ese llegará cuando menos lo esperes. No encontrar el amor, o no sentirse correspondido no es un fracaso, no es más que una circunstancia temporal. El amor, para bien o para mal, va y viene a su antojo, no se sujeta a ningún control. Desgraciadamente vivimos en una sociedad tan escasa en valores y tan deshumanizada que hace que aquellas personas que no viven del éxito social o que no tienen poder y dinero se sientan fracasadas. No seas tú una de ellas, desmárcate, vive tu vida, ajusta la vela a tu realidad. Aunque no seas feliz –nadie lo es, créeme- aparéntalo cada mañana, por los demás, por quienes tengas cerca, para que se queden con tu optimismo, para que al verte puedan levantar el día, para que no se sientan fracasadas. El éxito está en nuestra actitud ante la vida. La perseverancia en perseguir objetivos siempre da sus frutos. Un amigo –que ni tan siquiera sé si aún lo es, porque hace mucho que no sé nada de él- me dijo en una de esas ocasiones en las que todo era gris, algo así como, si se te cierra la puerta, pinta una ventana en tu pared. Nunca he olvidado el consejo, ni tampoco al amigo.
A quienes esto hayáis leído, entrar en el blog de Yohupa –a la derecha tenéis el enlace- y si podéis aportarle algo, pues a ello.
jueves, 10 de junio de 2010
DE FOBIAS Y FILIAS
De fobias y filias quiero hablar hoy. De esos fenómenos psicológicos de rango afectivo que con facilidad se sitúan entre lo patológico y lo normal. Por supuesto, mis conocimientos psiquiátricos son mínimos, por no decir nulos. Pero aún diferencio una fobia de una obsesión o un delirio que, aunque pudieran parecer la misma cosa, no lo son. De lo otro, de las filias –o lo que es lo mismo, de la amistad y el amor- yo misma me acuso. Probablemente estoy al borde de lo patológico. Es decir, si alguien entra en mi círculo de amistades lo sigo hasta la extenuación, puede tener la certeza de que siempre daré la cara por él/ella, aunque me la rompan. Aunque con ello quede una parte de mí en el camino. Y eso, algunas personas no lo entienden, porque no entra dentro de lo que se considera hoy en día “normal”. Por eso digo que en lo tocante a filias sí podría ser tratada psiquiátricamente: no me ajusto a las normas de este deshumanizado siglo que me ha tocado vivir, en el que todo vale. En fobias o manías, ya no veo yo que encaje tan bien. Una fobia responde siempre a un miedo. No padezco icofobia, patofobia, tanatofobia, agorafobia y un largo etcétera de fobias que, por otra parte, no sería nada de extrañar tener, pues la sociedad no favorece precisamente un equilibrio que nos libere de los miedos. De hecho, ella misma los genera. Pero, casualmente, no soy persona que tema aquello que no debe de temerse sin una causa que lo justifique. No es nada premeditado, sencillamente me nacieron sin miedos infundados. Característica que, por otro lado, me vino regalada y nunca desee modificar. Tiene riesgos, lo sé, pero infunde seguridad, muy necesaria para sobrevivir en esta jauría en la que nosotros hemos convertido el mundo. Algunas veces, hay quien me pregunta si no tengo miedo a que trascienda lo que digo –no siempre conveniente, lo reconozco- y, la verdad es que no. Procuro –puede que no siempre lo consiga- ajustar lo que pienso a lo que digo y hago. Lo que ya me da cierta ventaja; siempre, claro está, que mi escuchante comparta mis mismos valores, y esté dispuesto/a a arriesgar por ellos. Caso contrario, no me comprenderá, y lo más probable es que censure mi proceder. Lo admito, su libertad está por encima de la mía: tan amigos. Hay una fobia que sí suele estar muy extendida –bastante más de lo que se pudiera pensar- y puede ser la respuesta a mi “no” fobia. ¡Ya!, imposible entenderme. Me refiero a la cocorafobia (¡menuda palabreja!). No tiréis de diccionario, os lo aclaro: miedo al fracaso. Y esa es la fobia que nos impide muchas veces hablar, dar libertad a nuestros sentimientos y mostrarnos tal como somos. Afortunadamente en ese reparto no me ha tocado nada. Tal vez por ello, estoy siempre en boca de todos, y no siempre para bien. Pero…nada está en mi mano: yo soy así.
¿Seguís ahí? ¿Aún tenéis la moral de leer lo que escribo? Mucho debéis de quererme para aguantar semejantes rollos…
martes, 8 de junio de 2010
MAÑANA NO DESAYUNO
No hay forma de comenzar el día con cierta tranquilidad; principalmente si uno pretende hacerlo como siempre se hizo: con el periódico entre las manos y una taza de café sobre la mesa. Hasta tal punto, que estoy planteándome prescindir de ese tiempo, café y prensa, en aras a mi salud mental. Procuro no leer temas políticos –porque sé que me van a informar de lo contrario de lo que está sucediendo. Si me dicen que todo va bien, es que va rematadamente mal. Y eso sin tener en cuenta el ideólogo del que procedan las declaraciones. De tramas financieras, argucias y chanchullos económicos para qué comentar. Si paso por los sucesos, las tropelías en todas direcciones cada vez son mayores. Me quedan las esquelas, ¡lagarto, lagarto!, hay quien se va con casi cien años y otros…, vamos que a cualquier edad. Y ya sólo me quedan los anuncios. Como no necesito piso, pintor, trabajo, ni compro ni vendo oro, ni…un masaje “terapéutico” realizado por lo que parece son excelentes señoritas –o caballeros-, pues como que tampoco encuentro yo qué leer. De cuando en cuando tímidamente se asoma algún colaborador de mi gusto. Y ese día sí puedo prolongar un poco más el desayuno. No obstante, al paso que llevo supongo que no tardaré mucho en tomar el café de pié, aprisa y corriendo, como para no detenerme y no enterarme de nada. Todo se andará.
Esta mañana, escudriñando entre las grises páginas, encontré –como no- grises noticias. La primera: Uno de cada cuatro niños/as españoles/as vive bajo el umbral de la pobreza. Así aparece la noticia, en una esquina, con mucha menos relevancia informativa que la que dice que princesa Letizia quiera buscarle un novio a Isabel Sartorius. Y se quedan –nos quedamos- así, tan panchos. Que el 24% de los niños/as de España viva bajo el umbral de la pobreza, un porcentaje que sitúa al país en el cuarto puesto del la Unión Europea, nos deja tan tranquilos. Cambio de página, y me sitúo en otra esquina, en un lugar de los que también pasa desapercibido. Leo: altos niveles de pobreza femenina. Después la estadística: el 23 % de las mujeres españolas están en el umbral de la pobreza, solamente los superan los mayores de 65 años. Sigo leyendo, esto ya tiene un titular mayor, por aquello del morbo, me imagino: 32 mujeres asesinadas por sus maridos o parejas en lo que va de año. Mi indignación va aumentando, y ya el remate: Baja la venta de preservativos y sube la venta de la píldora del día después. ¡Por fin, última página!: manifestación popular contra el aborto. Y luego dicen que las mujeres no tenemos derechos. Mañana no desayuno.
lunes, 7 de junio de 2010
ANDA, VÉ Y CUÉNTALO
No amanecí hoy con buen fario, mi mal humor presentía un día, si no complicado, por lo menos lo suficientemente puñetero como para amargarme un lunes ya de suyo con malas perspectivas. Pese a los augurios me propuse hacerle frente a esta aciaga jornada con mi mejor predisposición. Pero no debo de estar yo para demasiadas alegrías. Fue llegar al trabajo y torcérseme el semblante. Qué lejos quedan ya aquellas jornadas en las que cada mañana me incorporaba alegre, con ganas de trabajar, comiéndome el mundo, sin que nada me pareciese complicado. Eran otros tiempos. Aquellos en los que los amigos, aún siendo jefes, como entonces tenían aún poco poder y no habían olvidado que estaban allí merced a un gran esfuerzo –propio y de todos-, valoraban cualquier ayuda, cualquier trabajo bien hecho. Pero se cumplió la predicción de mi progenitor –nunca puedo evitar traerlo a colación, acababa yo de cumplir 27 años cuando se murió y casi me parece imposible la cantidad de cosas que me enseño-, digo que se cumplió un dicho muy suyo: son amigos hasta que les ponen el puro en la boca. O lo que es lo mismo: hasta que se sienten poderosos. Yo que no fui una joven fácil y creía en las personas que me parecían buenas, siempre le rebatí el argumento. Y ahora pienso que bendita era la juventud que me permitía apoyarme en mis ideales, poner ilusión en personas que tenía por amigas. Si no fuera así, si no hubiese tenido esa candidez, a caballo entre la inocencia y la ingenuidad, si entonces hubiese descubierto lo que ahora veo, no creo que hubiese podido sobrevivir.
Se cumplió exactamente lo que mi padre me vaticinó hace más de 30 años. En ese tiempo descubrí demasiadas cosas. La primera, el vaticinio de mi padre: cuando son –o creen ser- poderosos te abandonan. La segunda, corresponde a otro tipo de amigos que, en cierta manera, complementa e incluso confluye con los anteriores: los que te siguen y aprecian mientras les eres útil. En un tercer grupo están los que son tus amigos si no les complicas la vida, si no les pides nunca que hagan algo por ti, aunque tú si lo hagas por ellos; son los que nunca dan la cara cuando deben de responder pongamos… por una honradez en tu trabajo que, como mínimo, se te supone aunque no sea más que por resultados. Esos tampoco son válidos. Y el campo se va reduciendo, no lo tenía por lo visto suficientemente controlado. Es decir, ya había acotado yo mi reducido y querido grupo de amigos, hasta que se me ocurrió crear este blog que ahora estáis leyendo –supongo que amigos y enemigos-. En principio, todo fue bien, puse a disposición de mis personas más queridas, -haciendo uso de la democracia que ahora dudo ya mucho que todo el lector entienda muy bien- experiencias personales de mi vida, de mi trabajo, de mis alegrías o de mis penas. Y manifesté aquello que me parecía justo o injusto sin tapujos, con la misma facilidad con la que se lo expongo a quien tenga a bien mantener una conversación conmigo. Pues bien, entre todos esos peculiares “amigos” que se colaron –sin invitación por supuesto- en mi humilde blog, surgieron, quiero pensar que sólo algunos –sigo haciendo uso de mi ingenuidad- de maliciosa mentalidad que se dedican a traer y llevar cuanto escribo en la dirección que les conviene, dudo si haciendo méritos o si por el simple placer de desprestigiarme. Y, si soy sincera, no es el hecho de que lo hagan lo que me molesta –eso dice menos a favor suyo que mío- sino porque juegan a dos bandas sin que el beneficio que puedan obtener sea nada valioso. Lo explicaré con un poco más de claridad, a ver si lo entienden de una vez. Cuando tengo algo que decir siempre voy de frente, si es que se me quiere escuchar –también sucede que hay quien no quiere hacerlo y prefiere quedarse con lo que le cuentan, ni tan siquiera tiene la valentía de juzgar por los hechos, que es por lo que se conoce a las personas-. Reconozco que no estaba yo acostumbrada a este mercadillo de intrigas de “dijo”,”dice”…Tampoco a los cuchicheos a media voz que me rodean. Creo que no he sido educada en ese mundillo en el que cada uno trata de darle un empujón al contrario a ver si puede vencerlo. Eso de. “quítate tú para ponerme yo”. Y como todo lo que tengo es una silla vieja, una mesa y un ordenador, no entiendo qué es lo que aspiran a quitarme. Porque, claro, si lo que quieren es vaciarme lo poco bueno que llevo en mi cerebro, o mi capacidad de raciocinio van curiosos. Hay cosas que o nacen con uno o ya no hay nada que hacer. Así que aprovecho –y ya concluyo- que no merece la pena divulgar lo que yo manifiesto en este –repito- mi humilde blog. Son criterios de valoración personalísimos que a los “sabios” no deberían de preocuparles, y a los “carteros” menos.
Lo que más me duele no es la trascendencia de mis escritos, lo que verdaderamente me afecta es que hayan quedado con el culo al aire amigos que yo creía de verdad. Se han convertido en correveidiles de poca monta. Y estoy segura que a precio de limosna. Si un día tengo que hacer alguna manifestación que tenga cierta enjundia, no dejaré de avisar, para que le saquen algún partido. La limosna ya no se les da ni a los pobres: se aplica justicia. Que es de lo que mayormente adolecemos.
Así que, “amigos” advenedizos, si tanto os gusta traer y llevar hacer oposiciones a cartero. Es una profesión más rentable. Yo soy ya persona demasiado mayor para que me preocupen vuestros chismorreos.
¡Ale! Y si acabasteis de leer a levantar el país, a ayudar a la editora de CHICas, a por la revista al kiosco, que no vale quejarse. Que hay que colaborar, que las pequeñas empresas son el futuro, y si esperamos que Zapatero nos dé algo, apañados vamos.
viernes, 4 de junio de 2010
LA PUÑALADA TRAPERA DE QUIENES SE DICEN AMIGOS
Llevo algunos días planteándome si el concepto de honradez que yo manejo tendrá algo que ver con lo que tal vocablo evoca en la realidad. O, si, tal vez, como todo cambia, para adaptarse a los tiempos habrá que adoptar nuevas formas de conducta. Soy bastante versátil -entendido como adaptación- y suelo acoplarme bastante bien a las evoluciones, si es que son para bien. No tanto, o más bien nada, si a la cuestión no le veo buen cariz. Como, por otra parte, no me interesa el poder, ni el éxito social, pues no tengo una vida demasiado complicada. Al menos eso pensaba hasta hace algún tiempo. Después de pasarme la vida estudiando –he terminado cuatro carreras, de no demasiada enjundia (de la misma que un abogado, un economista o un psiquiatra, pongo por caso), pero con sus cinco cursos de universidad unas y con tres otras- lo que, como mínimo me da un barniz cultural del que no acostumbro a hacer gala porque no es importante, creo que lo interesante de verdad –al menos para mí- es hacer las cosas bien, cumplir satisfactoriamente con el trabajo que desempeñe en cada momento y… poco más. A estas alturas de mi vida lo único que sé hacer bien es trabajar, con conciencia, con dedicación, hasta con algún éxito, que con toda normalidad y en múltiples ocasiones cedí a quienes disfrutan con el triunfo, aunque no sea de su cosecha. Eso no me molesta: ni frío ni calor me da. Y ahora, cuando ya me queda poco para la jubilación, si es que, como a tanta gente amiga no me retira la enfermedad o la muerte antes, que todo puede suceder, se cruzan en mi camino algunas personas, tampoco demasiadas: no todo el mundo pasa atropellando. No tienen ningún inconveniente en convertirme a su paso en cadáver. Esas mismas que un día me utilizaron, creyendo que yo era digamos “cortita”, pero con algún potencial muy útil. Y, la verdad, he trabajado toda mi vida y creo que lo he hecho bastante bien. De suyo, quienes fueron mis jefes nunca manifestaron ninguna queja al respecto, -hasta ahora, claro- y he ido dejando puertas abiertas por todos los lugares por los que pasé. Y eso lo he conseguido a base de poner en práctica honradez, nunca pisando al vecino: tiene mis mismos derechos. No hubo ningún otro secreto en mi trayectoria vital -ni trampas, ni argucias, ni empujones-; que viví acorde con mi deseo de ser antes que nada persona. Y para serlo intenté ser honrada conmigo misma y con los demás, traté de hacerle frente a aquellas injusticias que perjudicaban a quienes me rodeaban, porque se constituían algunas veces en difamación, otras no hacían justicia a la realidad, o simplemente a la verdad. Hasta ahora, siempre había conseguido que allí donde estuve se reconocieran los derechos de todos: de los más humildes fundamentalmente, de quienes no se saben defender. Ahora, a estas alturas, algo tuvo que haber cambiado, porque ya ni mis propios derechos soy capaz de que se reconozcan. Y los expongo: no tienen secreto. Pido el derecho a trabajar en paz, con honradez, sin trampas de ningún tipo, sin cuchicheos difamatorios, dentro de un orden –el desorden no genera más que caos-, sin tensiones, sin luchas de poder que ni me van ni me vienen. Porque no aspiro a ser poderoso: aspiro a ser feliz con lo que hago. No deseo el reconocimiento social, quien primero tiene que reconocerme soy yo misma. No me gustan los halagos gratuitos, me gusta el cariño –mucho más humilde y grande-, el que se tiene a quien se quiere, independientemente de quien sea, y no de su posición social. No alardeo de nada, dentro de mi creo llevar la formación suficiente para discernir cuando estoy delante de una persona honrada y cuando tratan de engañarme. No contaré el caso, no merece la pena, son trapisondas que intentan hacerle a una para quitarla del medio. Porque las personas que deseamos ser honradas, cuando ya no somos útiles molestamos demasiado. Esta mañana han tratado de darme una apuñalada trapera, apostillada con la correspondiente difamación, que ya no osaron decirme a la cara, según su estilo, pero que divulgaron en el entorno. Reconozco que sentí rabia y, hasta cierto punto indefensión, pero me repuse pronto. No tuve más que echar la vista atrás y analizar comportamientos ajenos, comportamientos de quienes me apuñalaban, y pretendían hacerlo sin que me diera cuenta.Pero qué casualidad, la tonta -que no lo es tanto como pudiera parecerles- no tragó.
Yo sé que algunas personas de las que contribuyen a ese apuñalamiento me leen, hacen de correo y aparentan una honradez que deja mucho que desear. Por lo menos hasta que me lo demuestren. Yo les recomendaría que no se molestasen en leerme. No les servirá de nada, y utilizarlo en mi contra no deja de ser una bajeza vil. Que no es que me importe, todo he de decirlo. Porque, al final lo que sea sonará, creo hasta lo dice una canción. Puede que los 958,50 euros que me pagan al mes y gano con mi trabajo (que hago bien y que no son gastos de representación) les duelan, pero que creo me corresponden como trabajadora. Bastante es que cobre el sueldo más bajo del mercado laboral. Mientras los jubilados, que no de júbilo, siguen realizando un trabajo que impide que personas en edad de trabajar tangan su oportunidad. Un jubilado pagado bajo manga -con no importa que argucia de apariencia legal- es menos conflictivo, porque nunca dice esto está mal. Saben que protestando, los eurillos que reciben - casi a modo de limosna- podrían perderlos porque no le ampara ninguna ley laboral. Es triste, pero es así. Que hacer la vista gorda no es ser tonta, al menos del todo. Que no conviene buscarme las cosquillas, que estoy convencida que con la honradez: con la mía propia,y con los papeles en la mano -que demuestran verdades-, puedo llegar lejos. No menosprecien mis capacidades señores navegantes.
Analicen, analicen sus conciencias, y consulten con el Altísimo si lo que hacen está bien. No basta desayunar con agua bendita, no basta comulgar a diario, no basta con la misa dominical: hay que seguir las sabias enseñanzas cristianas, hay que ponerlas en práctica. No hay que olvidarse de la caridad –que no es precisamente dar limosna-, no hay que olvidarse de hacer el bien, de procurar el reparto equitativo de bienes –de contratar a los trabajadores legales para que tengan un salario que les permita vivir –podrían ser sus propios hijos-; no hay que difamar a nadie para poder medrar. Y saben, señores “sabios” mucho antes de lo que todos pensamos seremos historia, seremos los muertos de cualquier cementerio. ¿Habrán merecido la pena las encarnizadas luchas por el poder? Opinen ustedes mismos.
Y un último ruego, a esos amigos que leen mi blog, que insisto es privado y, por tanto escribo en él lo que me apetece, les recomiendo que sean valientes y que si no les interesa nada de lo que digo no pierdan aquí su tiempo; y a los otros, que alguno habrá, les digo que pongan sus cojones (con pedón) sobre la mesa y defiendan lo que crean justo; y si la cobardía se lo impide retírense, retírense de esta turbia circulación.