domingo, 16 de agosto de 2009
SARA TIRA LA TOALLA
He vuelto de vacaciones y he ido a ver a Sara. Cuando me fui lo hice preocupada. De hecho, la víspera de mi marcha la llevé a urgencias, donde tras cuatro horas de espera me dijeron que estaba bien, que sólo tenía los achaques propios de su edad. Pero algo estaba sucediendo en la vida de Sara, yo que la conozco bien intuí algo extraño en ella. Aunque, tal vez, como me dijo el doctor no respondiese a ninguna enfermedad preocupante. Eran las tres de la mañana cuando la dejaba de nuevo en la residencia que desde hace algún tiempo es su casa, me miro de una manera especial y me dijo, bien lata te doy. A mi regreso la encontré en la cama, como justificación sólo me dijo que no le apetecía levantarse, cerró los ojos y apenas me prestó atención. Traté de averiguar si tenía algún dolor, si se sentía mal…La respuesta fue siempre la misma: No me pasa nada, estoy bien. Permanecí un buen rato junto a su cama, le dije que estábamos en fiestas, que podíamos salir a dar una vuelta, le recordé las ventajas de la nueva silla de ruedas, el último chocolate que tomamos en la terraza del paseo de Begoña…Simulaba no escucharme pero, pese a no abrir los ojos, estaba atenta a cuanto le decía. Finalmente me dio una respuesta: Ya no merece la pena. No supe qué decir, como me sucede casi siempre que debiera dar una razón convincente permanecí en silencio. Por un momento me puse en su lugar. Levantarse por la mañana, dejar que te duchen, que te pongan el dodotis, que te indiquen la silla en la que tendrás que pasar el resto del día, mirar a tu alrededor y no ver más que vejez y decrepitud, prestar atención al timbre por si llega una visita…Caso de serlo, padecer las palabras de ánimo que intentan meter en tu cabeza a maza martillo, ver al poco rato cómo se van a sus casas, con su familia, con sus amigos, con una alegría que tú no tienes. Seguir esperando que alguien vuelva al día siguiente. Y así hoy y mañana y todos los días de la vida que te quedan. Salir esporádicamente en silla de ruedas, con muchas dificultades, con demasiadas atenciones que no quisieras tener, porque sólo desearías poder caminar y hacer tu vida…No creo que yo pudiera soportarlo. Y, por otra parte, no tiene otra posible solución. Sara es una anciana que ha perdido su autonomía física y que precisa cuidados especiales para sobrevivir, que tuvo que dejar su casa por imperativos de su edad, a regañadientes, convencida por quienes por su bien le augurábamos una vida mejor, más cómoda. Pero el tiempo fue pasando, y Sara ya no es capaz de ver ese venturoso futuro que le vendimos. Ha perdido la esperanza, Sara ha tirado la toalla. Y lo más triste y lamentable es que nadie puede ya hacer nada por ella. Velaremos por su salud, procuraremos que no le falte nada; pero, ¿cómo podríamos hacer para devolverle las ganas de vivir? Esa respuesta yo no la tengo.
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