Un viaje a Santa Marta de Ortigueira (La Coruña)
Si el año pasado, en visita de placer, llegué a la Villa Condal de Santa Marta de Ortigueira el ocho de Julio, este año, también para placer, llegué el ocho de Octubre, ya en otoño, tiempo de castañas. En ambas ocasiones llegué, no en tren de Vía Estrecha desde Ferrol tal como el reportero Alfonso Armada, sino por carretera desde Mondoñedo, donde recé delante de nicho gris por el alma del que fuera Álvaro Cunqueiro –todos los nichos, incluso los blancos, son grises-. Ese nicho está situado en el Cementerio vello de Mondoñedo, que está a la derecha según se sube por una empinada cuesta, metros antes de donde se encuentra el Pazo de los Santomé. Recé, pues, y pedí a Cunqueiro, tan mago él, que volviera del otro mundo, batiendo el record de ser el primero en regresar a este mundo del Otro: un nuevo Adán.
Contemplé la Villa Condal desde un alto caserón, que llaman pazo, cayendo en la cuenta de que Santa Marta es a la vez ciudad y aldea, lo cual explica peculiaridades de sus habitantes, urbanos y de aldea. Me impresionó por primera vez, desde lo alto, la destacada Iglesia parroquial, antes de los Frailes Dominicos como acreditan la forma de construcción y los principales retablos, con Santo Domingo en el Mayor, y cuya gran arquitectura deja ver el poderío que debió tener en el pasado la Iglesia sobre las casitas que la rodeaban, o sea, sobre Santa Marta entera. Por lo de Mondoñedo y lo de la parroquia de Santa Marta, pensé en los obispos santos y milagreiros, que, según Cunqueiro, tanto abundaron en la Diócesis de Mondoñedo, de la que forma parte la Villa Condal, muy nombrada y renombrada esa Diócesis, por su importancia, en la capital romana de la Cristiandad.
Allá arriba, desde lo alto, recordé otra vez al franciscano Don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo en tiempos de Reyes Católicos y de los Austrias (en España, todos los Reyes fueron católicos, como anglicanos fueron todos los reyes ingleses desde Enrique VIII). Fray Antonio, gran escritor y muy dado a pleitos, escribió un libro, muy de pastor y pastoral, que tituló: Menosprecio de Corte y alabanza de aldea, en el que se dicen cosas estupendas y recomendables, tales como que en la aldea se oye el mugido de las vacas, el cacarear de las gallinas, se ven a los gallos encrestarse, a los terneros mamar, a las zorras gañir y a las ranas croar.
A la mañana siguiente, bajé a la Alameda. En Manolo´s Xantar, la muy amable y servicial dama, Tolima, de acento no gallego y sí venezolano, me preparó, para desayunar, una tostada con jamón exquisito, como el de Jabugo: realmente delicioso, que me hizo olvidar a las cremosas napolitanas, obsesión de mi viaje anterior. Por cierto que los mejores bocadillos con jamón de Lugo, en otro tiempo, fueron especialidad de Carmona y su señora en su Bar, sito en la Carretera, enfrente de Susanita).
Sobrado de fuerzas por el buen desayuno, subí luego hasta Luama, para “hacer” a pie la llamada Carretera de Circunvalación, silenciosa como todos los bosques, empezando junto a la casa que fue del prócer local don Julio Dávila, dejando la praia de Morouzos a la derecha, viendo al fondo Cabalar y Sismundi, ya en la Ría de Ortigueira, pasando luego por Miñaño y ya otra vez en Santa Marta. En ese recorrido circunvalatorio oi al principio, cerca de Loureiros, el glú-glú de unos pavos impresionantes por gordura y cara, y vanidosos como todos los pavos, que siendo muy reales, no eran los conocidos pavos reales para adorno, de colas maravillosas, sino una pavada más utilitaria, que me recordó a los capones de Villalba en época de Navidad.
Las castañas, fruto sabroso de los castaños situados al borde de la carretera, caían al suelo, ya maduras, impactando con fuerza sus cáscaras correosas y de color castaño, siendo más peligro, por el impacto, para paseantes de cabezas alopécicas que de cabezas peludas. El mobiliario urbano en el camino lo componían dos destartalados bancos de madera en estado lamentable, lo que prueba que las autoridades municipales, por estar sanas de colesterol y de otras patologías por allí no pasean. ¡Qué maravillosas las de las manzanas de Miñaño, que viéndolas ahora, entendí lo de Eva! ¡Y los nabos enormes también de Miñaño!
Continuará.
FOTOS DEL AUTO
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