Margarita Crayencour, en anagrama Youcenar.
Nació (1903) eBruselas de padre francés, adquirió luego la nacionalidad norteamericana (1947), recobrando la francesa, por ser exigencia de la Academia francesa de la Lengua; vivió en la casa llamada Petite Plaisance en la isla norteamericana Mont-Désert, en el Estado del Maine, Noreste de los Estados Unidos, cerca de la frontera canadiense, lugar de convivencia sentimental con Grace Frick hasta la muerte de ésta el 18 de noviembre de 1979; Youcenar murió (1987) en el hospital Bar Harbor, acompañada de Deirdre Wilson, enfermera americana; fue un mujer de la aristocracia de Europa del Norte; amante de las islas, de las griegas como Eubea y Egina, de la italiana como Capri y de la americana donde vivió. Y es que, para Youcenar, cada isla era un pequeño mundo, un pequeño universo en miniatura.
En España fue
completamente desconocida hasta que un día, a fines del pasado siglo, Felipe
González declaró que Memorias de Adriano era
su libro de cabecera. Es llamativa la indiferencia recíproca de la escritora y
los españoles, teniendo en cuenta los viajes de ella a España, teniendo en
cuenta que Adriano hubiese nacido en Hispalis
y que Zenón, personaje de Opus nigrum,
hubiese correteado, tras autos de fe, por León y Astorga. Con gran precisión escribe
del torero lo siguiente: “El
torero tiene algo de bailarín de ballet y del actor de un drama sagrado que, a
veces, se torna para el hombre y siempre para el animal en verdadera tragedia”.
Y de Cervantes escribe a Marc
Brossollet el 25 de agosto de 1962: “Aquél gran novelista (o gran poeta)
sediento de justicia, cordura sonriente y humana”.
Los lectores de “Ateneo y Escritura” saben que es lo literario lo que nos interesa. Nos gustó el juego de lo narrativo y la verdad en Clarín, la crisis de los géneros literarios y el ensayismo en Freud, y ahora en Youcenar, escritora de gran precisión, de historia y de léxico, el interés es doble: a).- Lo que se podría denominar como “literatura femenina” la suya. b).- Lo que se podría denominar la “novela histórica”, la suya, que es contradictorio: o es novela o es historia; las dos juntas, imposible. Y todo ello teniendo en cuenta las los principales obras de Youcenar: Memorias de Adriano y Opus nigrum.
Más antes de
ello es preciso prestar atención (I) a lo que ocurrió con ocasión de su
recepción en la Academia francesa en 1981 y después (II) penetrar en su obra
prácticamente desconocida y fundamental de la Youcenar, dejando para el final
el comentario sobre las dos novelas citadas.
(I).- Entró M. Youcenar, mujer independiente
y apolítica, en ese “bastión de hombres” que fue la Academia francesa, gracias
al empeño que puso ese escritor, muy de derechas, que fue Jean d´Ormesson,
calificando ella el trabajo de él como paciente y dinámico (carta de 22 de
octubre de 1979). Después de más de dos siglos y medio, sin la presencia de
mujeres en la Academia, rota la tradición, la aceptación de la propuesta de
Ormesson no fue fácil, sin ella haberlo facilitado, pues dijo al periodista Jacques
Chancel (en 1979, un año antes de la elección) que no pisaría la Academia y
proclamado que no haría acto de candidatura, no ser de su gusto ser candidata a
lo que fuere. Su discurso de ingreso en La
Coupole, pronunciado el 22 de enero de 1981, tiene un doble interés:
A.- Destacó
que la vanidad al ingresar en la “docta casa”, ha de frenarse por el
pensamiento de una doble muerte; muerte, en primer lugar, del académico que
precedió en el sillón, que ha de ser recordado y homenajeado; y muerte, en
segundo lugar, de la propio recipiendario, que no sabe quién la sucederá mortis causae y quién pronunciará el
discurso fúnebre.
B.- Youcenar
ocupó el sillón del fallecido poeta Roger Caillois, leyendo un texto complejo,
como compleja fue la obra de Caillois, del que destacó que en 1943, siendo
“ambos exiliados”, en la revista Les
lettres françaises (que él dirigía en Buenos Aires) se publicó un largo artículo
de ella sobre la influencia de la tragedia griega en la literatura contemporánea
(en una nota del Cuaderno a las Memorias
de Adriano indica que en ese escrito aparece el nombre de Adriano). El hombre que amaba las piedras se
titula el ensayo que la Youcenar escribió en 1980 referido a Roger Caillois,
ensayo que se puede leer en castellano en Peregrina
y extranjera, publicado por Alfaguara en 1992 (páginas
(II).- De la prosa de Margarite
Youcenar, excluidas las dos grandes novelas sobre Adriano y Zenón, destacamos
lo que en la edición de la Pléiade se denomina Nouvelles Orientales y
que en la traducción española se denominan Cuentos
orientales, que son, a mi juicio, lo más excelente de la literatura de
Youcenar. Libro calificado por Ormesson de maravilloso. Dichos cuentos que
fueron publicados por primera vez en 1938, han de leerse comenzando por las
anotaciones Post-Scriptum de la
autora. Si la escritora fue excelente prosista y minuciosa documentalista,
aparece ahora, en estos cuentos con una prosa poética, sublime y delicada como
las “flautas de bambú” muy al principio oídas. De lo griego, clásico y moderno y de lo oriental pasó al Extremo
Oriente, superando el racionalismo occidental y el dualismo cristiano.
De los diez
cuentos destaco el primero Cómo se salvó Wang-Fô, basado en una
historia taoista del Extremo Oriente, con tres personajes centrales: uno, el
Wang-Fô, maestro pintor, anciano y pobre, con un excepcional poder: “dar vida a
sus pinturas gracias a un último toque de color que añadía a los ojos”; otro
personaje es el discípulo Ling, cuyo padre escogió a su esposa, “que era
frágil, como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada
como las légrimas”; el último personaje es el Emperador o “Maestro Celeste”.
Una narración, al tiempo dura y de gran violencia, con reproche de la mentira y
de lo taumatúrgico en el arte. Y los colores en el texto poético no pueden ser
más tibios: “el color verdoso que adquiere el rostro de los muertos”, “los
muros violetas”, “las columnas macizas de piedra azul”, “el ciruelo rosa”, “el
mar de jade azul”, “el color de una naranja que empieza a pudrirse”, “el traje
azul del Maestro Celeste, para simular el invierno, y verde, para recordar la
primavera”, y “los párpados azules de las olas”.
También
destaco el cuento de Kali decapitada, basado en una
historia hindú, nenúfar Kali de la
perfección, que lo era como una flor; una terrible diosa que merodea por las
llanuras de la India, “tan delgada es su cintura que los poetas que la cantan
la comparan con la palmera, que tiene los hombros redondos como el salir de la
luna de otoño y de unos senos turgentes como capullos a punto de abrirse”. Y
fue decapitada por un rayo y de su nuca cortada no brotó sangre sino un chorro
de luz y en la linde de un bosque, Kali tropezó con un sabio, descarnado,
estando tan seco como la leña preparada para encender la hoguera. Y el sabio
dijo tocando las trenzas negras, manchadas de ella: “¡Oh, Furor!, que no eres necesariamente inmortal…”.
Si de la prosa
poética pasamos a la didáctica, hemos de anotar el libro de Youcenar A
beneficio de inventario, publicado en castellano por la editorial
Alfaguara en 1987. De los siete ensayos de que se compone, dos nos parecen de
excelentes, de crítica literaria: uno
sobre el poeta griego contemporáneo que fue Constantinos Cavafis (Presentación crítica de Cavafis) que, Youcenar,
de amante apasionada de los poetas y filósofos de la Grecia antigua pasó al
descubrimiento de los poetas de la Grecia de su tiempo, de Séferis y de Cavafy, profundamente griegos y en un sentido
oriental. Y otro sobre Thomas Mann (Humanismo y hermetismo), considerando La muerte en Venecia una de las
alegorías más bellas de la muerte que ha producido el genio trágico de
Alemania.
No hay comentarios:
Publicar un comentario