LAS GOLONDRINAS AZULES
¿Quién
reina agora en España?
-Murió
Filipo III –dije yo.
-Fue santo rey, de virtud
incomparable –dijo el nigromántico- según leí yo en las estrellas pronosticado.
-Reina
Filipo IV días ha –dije yo-..
-¿Eso pasa?
–dijo-.
Sueños y discursos (Quevedo).
Primero
fue el recorrido por Agreda, la musulmana,
subido a un camello –soñando como Aladino- y sentado entre sus dos jorobas, que
caminaba no por el “arre, arre camellito” sino por el “krr, krr” de beduino, propulsado
de atrás a adelante, que es, según los de Arabia, la manera fetén de leer el
Corán. Más tarde tocó la travesía por la judería,
colocada una kippa en lo más alto de
la cabeza y sujeta a la calva –los calvos- con un imperdible (¡que calvario, señor,
el de los calvos!). Después de todo aquello, por fin, fuimos a visitar lo
nuestro.
Vista parcial y trasera del "mini-bus" o camioneta del viaje. De espalda: don Ignacio, Norberto, AlejandroSuárez y Rafael Juesas |
Y ¿qué es lo nuestro?,
pues lo de siempre, lo de toda la vida, lo único verdadero: también lo de Dios,
pero esta vez en versión cristiana de
Uno y Trino. Dejamos arriba e intramuros la Villa agredeña, para entrar en la
iglesia y convento de las Reverendas Madres Concepcionistas y de la Inmaculada,
descalzas, franciscanas, de clausura severa y más recoletas que las Agustinas.
Mi “santa”, Sor María de Jesús, en ese convento de La Inmaculada, escribió
cartas a Su Majestad, Filipo IIII (o
IV); y en ese convento tuvo los arrebatos místicos en sus días finales con el
imperativo “ven, ven y ven”, que repetía a Dios, lo cual, por cierto, siempre
me pareció inapropiado, pues a Dios, cercana la muerte, debería haberle dicho
“voy, voy, voy”, que es más educado.
El maestro,
divino y humano (don Ignacio de la Concha),
con parsimonia de dandy -los que siempre tienen prisas son horteras- tiraba de
la cadena para sacar el reloj del bolsillo del chaleco de pana. Los discípulos,
que llevábamos la pana en los pantalones, impacientes por ver el cuerpo
incorrupto de la Venerable Madre, penetramos en el templo por una estrechez, una
ranura, que, poco a poco, se iba abriendo hasta quedar de par en par (la puerta
del Templo); momento en el que ocurrió un portento.
Locutorio de las monjas de clausura de las Concepcionistas de Agreda |
Resulto que
aquellas Madres estaban barriendo y encerando la Iglesia; que, por ser de
estricta clausura, siempre con el rostro cubierto y detrás de rejas y celosías,
nunca tuvieron tan cerca unos “hombrones”, una marabunta de “hijos” de Ignacio,
no siendo causa de pecado sino el pecado mismo. Echaron las monjitas a correr
hacia la sacristía, ingrávidas, fugitivas, persignándose una y otra vez, al
tiempo que se oía el ruido del roce de los rosarios que colgaban y las
penitencias o disciplinas que caían.
Las tocas
almidonadas parecían planear como cigüeñas; las Madres movían los brazos sin
ton ni son, pareciendo volátiles y volanderas, recordando su volar desconcertante
al de las golondrinas y, puesto que
el hábito monjil era azul celeste, el color inmaculado de La Inmaculada, las
golondrinas era azules. “Volverán las oscuras golondrinas en su balcón sus
nidos a colgar” cantó el poeta romántico (Becquer). ¡Qué bobada! Fue el mismo que
escribió eso tan cursi de: “Poesía eres tú”. Ya se sabe, es que los poetas…
Ese episodio
apoteósico de movimiento y colorido, dejó huella: no hay cuadro de golondrinas,
incluso de Picasso, que supere la sensación, la emoción y el arte golondrinero
de las de Agreda.
¡Jesús, qué
belén se organizó! ¡Qué enredos, qué marañas! Don Ignacio tuvo que entrar en el
locutorio de monjas, pidiendo disculpas a la Madre-tornera, quedando los discípulos
a la espera en un cuarto, de cuyas paredes colgaban cuadros de santos, de un
color amarillo rancio, como el tocino rancio. Encima de una mesa camilla,
escuálida y sin faldones, había unos “cuadernillos” azules con letras negras: El
Pan de los Pobres. Y como la conversación entre la monja-tornera y
el maestro duraba, todo fueron cábalas; que si estarían rezando una Avemaría;
que si estarían intercambiando estampitas; que si el nuestro, por ser de mucho galanteo,
estuviera galanteando con la tornera (no supimos que se llamase Margarita). Que
de burlador, nada de nada.
La "mandadera" de las monjas y una turista |
Todo ya
resuelto, a trancas y barrancas, Don Ignacio, sulfuroso, hizo sonar el “tararí” con la corneta, y volvimos
a entrar en el templo, esta vez como Dios manda. Cerca del altar, a la derecha,
rodeamos, maestro y discípulos, el cuerpo incorrupto de Sor María, y allí -ella
muy atenta-, me tocó pronunciar la “ponencia histórica”, que versó sobre las
Cartas de Sor María dirigidas al Rey, el Felipe IV. Había escogido para el
comentario, el siguiente texto de la Carta CDXLI:
“Señor
mío, las guerras entre príncipes cristianos son para defender sus estados,
ciudades y reinos, quédanse en fines humanos; pero las que son con herejes y
enemigos de Dios defienden Su causa y la fe santa, con que por todos los lados,
se justifica la guerra” (año 1656).
El lector no esperará
que ahora analice las enjundias de ese interesante texto del pensamiento católico
del “bellum iustum”, ni que enrede con los repetidos consejos
de la Madre Venerable a Su Majestad, que antes de Rey, debería ser, según ella,
cristiano -principio del máximo sometimiento de lo político a lo religioso, en
teoría y en práctica-. Fue muy interesante, para la Historia, lo que escribió
la monja en la falda del Moncayo, y a la que el Rey tanto leyó; una monja, no
obstante lo de la Monarquía religiosa y Absolutísima, a la que “zurró” la Santa Inquisición y el Santo Oficio (los inquisidores de la Orden
de Predicadores se paseaban por el claustro de San Esteban (Salamanca)
presumiendo de Vitoria.
Cuadro de La Inmaculada en el Convento de las Concepcionistas |
Años después,
cuando un adjunto de otro profesor grande, don Luís Díez del Corral, en un examen de Políticas, me preguntó sobre
el pensamiento político en el barroco español, se sorprendió que diera pelos y
señales de Sor María y también –le añadí- que podía darlos de Sor Petronila
Magdalena de Jesús y de María Santísima, contestándome él, atemorizado: “No,
por María Santísima, no”. Y ello también se lo debo a mi profesor de Historia
del Derecho.
Es muy de
advertir que de todas las peripecias, muchas, ocurridas en mis visitas
frecuentes a conventos de monjas de clausura –una pasión-, de las más
destacadas no ocurrió allí, allá o acullá, sino aquí, en Oviedo, en la calle
Muñoz Degraín. El misterio de las Carmelitas
Descalzas encerradas con severidad en su convento en aquella calle, me envolvió.
Ocurrió que, por
arte de milagro, fuese a vivir al piso 5º del número 20 (hoy 30) de la Calle
Sacramento (esa casa hoy está pintada de un rojo pimentón), también con vistas
directas a Muñoz Degraín. Resultó que, lo que no podía ver por abajo, lo veía
por arriba: el pasillo conventual hacia la huerta, situada al fondo. Por ese
pasillo transitaban las monjas legas, que
eran tres: una pequeñita, otra muy garbosa y la tercera, mayor, que calzaba
madreñas, grandes, muy grandes, como las de Telva y Pinón y el “sobrín” Pinín;
también a ese pasillo se asomaba la pollería alborotada del convento, para ver
lo mismo que yo, pero desde el otro lado.
Siempre a las
monjas de clausura atribuí, por místicas, poderes de elevación y/o levitación,
y me pregunté muchas veces recordando a la lega del Carmelo ¿cómo se puede
levitar con madreñas, y con madreñas tan grandes? Nunca lo supe y sigo en el
dilema: o es que no levitan o es que levitan hasta con madreñas. Y lo del brazo incorrupto de Teresa, Santa
Carmelita, que tanto pasearon por la calle Santa Susana de Oviedo, con cirios,
faroles y escapularios, lo dejamos para otra crónica.
Vista del Convento (Agreda) |
Sólo por esta
ocasión: que Dios guarde y resguarde a Filipo
o Felipe VI, y que su
última morada sea en el Panteón del Monasterio (El Escorial). Que no le ocurra
lo que a Filipo V, que está en una Granja.
Ángel Aznárez.
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