En el hotel de la autopista al
que me refiero no hay plazas vacantes. No es posible, por suerte, reservar una
noche. No tiene estrellas, aunque posiblemente desde el mismo se puedan
contemplar. Por sábanas cuatro cartones y por colchas unas mantas viejas y
raídas. Por supuesto no tiene cuarto de baño, ni comodidad alguna, y está
ubicado en unas escaleras de un viejo edificio. Quienes viajen con cierta
frecuencia a Oviedo ya saben de qué estoy hablando. Cuatro indigentes pernoctan
cada noche en él. No diré sus nombres, aunque los conozco. Sí añadiré que las
drogas y el alcohol han sido el salvoconducto para llegar a esa situación que,
más que de pobreza extrema –que también- es signo de desarraigo social, de
exclusión y abandono. Pero que nadie piense
que puede ser un fallo de los servicios sociales. Tal vez lo fue antes
de que llegara esta situación extrema, ahora ya no es de su incumbencia. Aunque
pensemos que sí. Y digo esto porque
quienes allí están no quieren reinsertarse en la sociedad -huyen de cualquier
norma- y ésta no puede obligarlos a ir a un albergue o a un centro -caso de que
los hubiera especializados para tales circunstancias-, porque la libertad de
elegir está por encima de cualquier consideración. Parece extraño, pero no se
les puede obligar a abandonar la calle. Sí se les puede echar de donde están,
pero buscarían otro lugar. No esperan nada de la sociedad, como mucho unas
monedas para subsistir. Prefieren ser libres, pese a que el precio sea el que es. He conocido algunos
casos, y de eso saben mucho los servicios sociales, de indigentes (¡qué
palabra, Dios mío!) que se han escapado una y otra vez de lugares de acogida.
La calle estigmatiza hasta límites que
es difícil imaginar – y más aún aceptar- en una sociedad como la nuestra. Pero
es lo que hay.
Es lo que hay,desde luego,. Lástima que estemos tan conformes.,.
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