Una sola vez en mi vida vi a Patsy, pero siempre estuvo en mi vida, en la de mi familia. Desde niña siempre me hablaron de Patsy, de Maribel, de Germán... Y entre nuestras fotos familiares las había  de los primos que vivían al otro lado del océano. Recuerdo que me llamaban mucho la atención porque eran todos guapísimos y lucían unos trajes que mis ojos de niña veían dignos de princesas. Mi abuela, Sara, adoraba a ese hermano, Germán, que con 14 años se embarcó rumbo a las américas que se decía entonces. Ella me contaba en las tardes de invierno que pasábamos en Porceyo, su lugar de origen, historias que me fascinaban, que sucedían a miles de kilómetros pero que ella incorporaba a mi vida:  aunque estén lejos son nuestra gente, me decía siempre. Y me hablaba de Patsy, de Maribel, de Germuncito, de esos entonces jóvenes que vivían muy lejos, pero que un día vendrán a vernos afirmaba convencida. Para mí ese día llego, hace ya algunos años, conocí a Patsy, a Maribel, posteriormente a Germán Junior. Y no me defraudaron, lo que me contaba mi abuela era verdad: mi familia de América era estupenda. Y empecé a quererla, empecé a interesarme por ellos. Y albergaba la esperanza de reencontrarlos de nuevo. Con Patsy ya no podrá ser en esta tierra, pero sé que un día sucederá. Tengo fe.
Con tristeza recibo la noticia de su fallecimiento, y pocos días después el texto que sigue que le dedicó su hermano, Germán junior. En él se dice todo. Por él la conoceréis, mi abuela, que adoraba a sus sobrinas, no lo hubiese podido hacer mejor. Descanse en paz Patsy, su vida ha merecido la pena. 
Un mes ha pasado 
desde que Patsy se nos fue y sigo teniéndola presente como si estuviese del otro 
lado de la línea telefónica, o estuviese tocando a la puerta como el Rey Mago 
para quien cualquier día es 6 de enero y todos los días un motivo para ofrecer 
ayuda. Por ello, doy la bienvenida a mis fantasías e irracionalidades; una de 
las cuales es que muchas de mis acciones las sigo punteando como si estuviese 
comentándolas con ella.
Durante los días 
que siguieron a su dies 
natalis, familiares y amigos enviaron sentidas notas con el respaldo de 
la autenticidad. Valga destacar que Patsy encarnaba la aspiración evangélica de 
dar la otra mejilla y en esto quiero hacer hincapié porque fue la única persona 
que he conocido  con ausencia de rencor.
Si, había ocasiones 
en que se molestaba con alguien o algo y también es cierto que regañaba a quien 
a su juicio, niño o adulto, merecía una alerta de corrección; pero hagamos 
memoria y aceptaremos que siempre era movida por una intención sana sin permitir 
que en ella se asentara ningún rencor porque adolecía de memoria para el 
desquite. Pensemos en nosotros, yo incluido, ¿cuántas veces negamos una ayuda 
porque cuando la pedimos no se nos dió?; ¿cuántas veces descartamos a alguien 
porque en un momento nos ignoró?; ¿cuántas veces negamos un simple saludo a 
quien no nos saludó?; ¿cuántas veces nuestros actos son gobernados por el 
egoísmo o la cicatería?…la lista es larga; pero en el caso de Patsy es tan corta 
que no existió.
Esto me trae a la 
mente -si me permiten la referencia- el famoso panegírico convertido en arenga 
que Marco Antonio dedicó a los romanos en el drama “Julio César” de Shakespeare 
cuando dijo “el mal que hacen 
los hombres perdura mas allá de la muerte… el bien, a menudo, es enterrado con los huesos”. En el caso de Patsy, 
el mal no lo hizo ella, lo recibió de Crohn, de las alergias, y de las 
incidencias cardiopulmonares, incluyendo el asma. Todos los cuales quedaron en 
sus cenizas; pero el bien que hizo perdurará mas allá de nuestra generación 
porque, en la aventura de vivir, Patsy fue una heroína de lo 
cotidiano.  (Germán, su hermano)

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