(Artículo 
exclusivo para el blog Las 
mil caras de mi ciudad)
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| CARICATURA DE JOSÉ LEÓN DELESTAL, POR FALO | 
Los minusválidos 
psíquicos tienen en la novela de José 
León Delestal Suso 
y la música 
(Oviedo, Biblioteca de la 
Caja de Ahorros de Asturias, colección “Los contemporáneos asturianos”, n.º 14, 
1990 [diciembre], 195 
páginas) 
uno de sus 
mejores hitos, ya que en ella se cincela para el futuro la entrañable biografía 
de un discapacitado asturiano, como tantos que se podrían 
encontrar en las villas y pueblos de 
España.
Suso vive en La Felguera 
pero no se mantiene inmóvil en su territorio, sino que le gusta desplazarse en 
tren más allá de la cuenca y en autobús a lo largo y ancho del valle del Nalón, 
al que describe muy gráficamente, situándose en una posición de altura, como 
«un 
rosario interminable de casas, cortado solamente por la cuchillada oscura del 
río minero o por las paralelas de la vía del ferrocarril». Suso convive 
armónicamente con los niños de su comunidad, a los que conocemos 
por su nombre de pila (Adenso, Tano, Fonso, Chema, Colás, Blasón) y si en 
ocasiones lo convierten en el chivo expiatorio de sus travesuras, no dudan luego 
en purgar su culpa.
Al héroe de esta fábula lírica 
sobre la dignidad de los discapacitados nos lo pinta Delestal con una paleta 
admirativa: «Suso es 
ese niño que siguió creciendo sin dejar de ser niño», leemos al iniciarse 
la novela; un personaje, nos dirá después, sin desarrollo intelectual que ha 
quedado «encallado 
en la orilla de la primera infancia». De la sensibilidad 
del literato 
asturiano 
da cuenta 
el esmero en retratar su nacimiento, para lo cual recurre a contundentes 
imágenes de índole religiosa que ya lo colocan por encima de los demás: 
«Cuando 
Suso nació, una golondrina se equivocó de alero y de nido. En cualquier parte, 
un rosal floreció a destiempo con peligro de agostarse a la primera helada que 
llegara. (...) Por las ondas del río, el resplandor de una estrella caminaba de 
puntillas». 
Como vemos, tiene muy presente Delestal su cultura cristiana al mencionar la 
estrella de Belén que pregonó el nacimiento de Cristo. No será el único rasgo 
religioso que jalone la historia de Suso. Cito dos más: al pregonero que viene a 
inaugurar las fiestas felguerinas lo hace cerrar Delestal su disertación 
con el “Credo” escrito por Wagner, que 
imita la oración católica con finalidad musical y que comienza así: 
«Creo en 
Dios, en Mozart, en Beethoven, así como en sus discípulos y en sus 
apóstoles», 
y cuando el narrador no encuentra explicación a hechos protagonizados por Suso 
afirma que la razón última de ellos sólo la sabe Dios.
La bonhomía del 
narrador 
nos dibuja 
a un disminuido que no se siente de ningún modo desplazado o ignorado y al que 
los demás niños incluyen en sus juegos y con quien comparten todas sus 
posesiones materiales, aportándoles Suso, a su vez, en las pequeñas cosas de una 
convivencia sin adulterar, momentos de memorable dicha. Para otorgar renovado 
valor a la acción benefactora de Suso, Delestal coloca a su lado a un niño cojo, 
enfermo de poliomielitis, en cuya protección el disminuido psíquico volcará su 
utilitarismo social, pues el personaje recreado, que existió en la vida real 
–y en el cual posiblemente quiso el escritor construir un reconocimiento sentido 
a todos los disminuidos psíquicos, ya que, en la declaración de intenciones que 
abre el libro indica que en el mundo hay muchos Susos «necesitados 
de nuestro respeto, de nuestra comprensión, de nuestro amor»–, trata de superar 
constantemente sus limitaciones y nunca se automargina de su entorno; es decir, 
se erige en ejemplo moral a imitar puesto que para él la 
perfección reside en la constancia.
Un bello ejemplo de superación.
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