lunes, 19 de septiembre de 2011
EL VALOR QUE TIENE UN AMIGO
El valor que tiene un amigo, que dice Alberto Cortéz en una entrañable canción. Ese es el que yo quiero resaltar aquí, aunque con mis escasos recursos dudo mucho que sea capaz a decir con palabras lo que de verdad quiero transmitir. Voy al grano. El domingo, tras una siesta arrebujada en el sofá, acunada por una película de una de mis actrices favoritas –Julia Robers-, que, pese a la protagonista, no consiguió mantener mi atención, y tras vacilar si quedarme en casa o salir, me enfundé en mis cascos, bolso al hombro y en un santiamén me planté en el paseo de la playa, uno de mis lugares favoritos cuando la nostalgia, la añoranza, o no se sabe qué acecha mi frágil alma. El mar ejerce sobre mi espíritu un poder tranquilizador y hasta me infunde cierto optimismo cuando el estado de ánimo no anda muy allá, como sucedía el domingo. ¡Menudo rollo! Y no he dicho aún nada, periodísticamente en la Facultad me suspenderían. Retomo. Providencialmente me encontré con un entrañable amigo –omito el nombre, conociéndolo sé que lo que voy a decir no le va a gustar- que hacía tiempo no veía. Pero, por expresarlo de alguna manera, la alegría de vernos de nuevo –creo que mutua- fue proporcional al tiempo que hace que no nos veíamos.. Y, así, a la vera de un café, nos dieron las tantas, hablando… un poco de todo. No viene a cuento la conversación, entre otras cosas porque casi me limité a escuchar, y no estoy muy segura de que aquello que yo aporté tuviese más valor que la benevolencia y el cariño que él ponía en agradarme. Adoro a mi amigo, aunque nos veamos de pascuas a ramos siempre está en mi pensamiento y creo que yo estoy en el suyo. Media entre ambos una diferencia cultural que me achica, pero que me atrae como un imán: él me ha enseñado, sin pretenderlo, muchas cosas. Y, además, siempre me siento identificada con su manera de ver la vida. Su sencillez, la forma de expresar las cosas importantes, de utilizar la palabra justa, de dejar caer sus conocimientos con la delicadeza precisa que oculte mi desconocimiento… entrañable. Me sentí, lo reconozco –y ya es raro en mí- en algunos momentos sobrepasada, sin saber muy bien si lo estaba entreteniendo y era su cortesía la que hacía continuar la conversación. Por ello, dos o tres veces le sugerí que nos marchásemos. Curiosamente, siempre obtuve la misma respuesta: ¿Tienes prisa? Lógicamente ninguna, ni tan siquiera me esperaba ya Obladi, mi mascota, que también fue tema de conversación. Así que continuamos hasta que se hizo noche. Regresamos por la playa, viendo el mar, que a los dos nos fascina. Hoy recibí un correo en el que me dice: El tiempo que estuvimos juntos me sentí apapachado. ¿ Que qué es un apapacho? Un abrazo del alma, que dicen los mejicanos, ni más ni menos. Gracias, Antonio.
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