lunes, 1 de noviembre de 2010
LAS TRABAJADORAS DE LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA
Siempre presumo de pertenecer a una familia de mujeres trabajadoras. Desde muy jóvenes casi todas compaginamos trabajo y estudio. Supongo que como la mayor parte de quienes nacimos –no en la posguerra exactamente- pero sí en esa España que trataba de reponerse de la miseria que acarrean todas las guerras. La pionera fue mi abuela, no ejerció profesión determinada, pero fue el motor que movió los hilos para que todas estudiásemos y formásemos parte de esa sociedad por aquél entonces machista, en la que con casarse era ya suficiente. Mi madre, que estudió su bachiller en el Instituto Jovellanos, se casó demasiado joven –en la época nada extraño- y una vez casada decidió seguir estudiando –eso sí era ya un poco más extraño- y durante un tiempo compaginó el cuidado de un bebé –que era yo-, con un trabajo de oficina a media jornada y con todas las horas de estudio que le permitían sus ocupaciones; todo siendo aún casi una niña (sólo 18 años). Contaba mi abuela, la mujer más sabia de mi familia, que la acompañaba a la Facultad de Medicina de Valladolid -donde le dieron el título de Practicante-Comadrona-, que pasaba noches enteras en una pensión estudiando, durante los cuatro o cinco días que duraban los exámenes. El esfuerzo, no podía ser de otra manera, mereció la pena: conservo su titulación con la calificación de sobresaliente. Pero la cosa no quedó ahí; al volver a Gijón y tratar de buscar trabajo, se encontró con que le dijeron que el título de más valor en esa profesión era el expedido por la Facultad de Salamanca. Y mi abuela, a la que nada se le ponía por delante, cogió a la niña- que eso era- y la encaminó hacia Salamanca, nuevos exámenes y mismo resultado: sobresaliente. Así que guardo dos títulos que saco de vez en cuando, fundamentalmente cuando necesito superar alguna barrera que me parece un poco más difícil de lo normal. ¡Aquello sí que fue difícil! Y nunca ella me lo dijo. La historia me la contaba mi abuela, con toda naturalidad, como algo normal. Y yo siempre le preguntaba, ¿pero abuela, había dinero? ¿Cómo se arreglaba? Y siempre me respondía lo mismo,con esfuerzo y ganas, niña. Luego pasó toda la vida ejerciendo su profesión. A cualquier hora del día o de la noche sonaba en mi casa el teléfono: siempre había una parturienta en alguna parte reclamando sus servicios. Guardo cientos de fotos de niños regordetes, desnuditos, con una dedicatoria que casi siempre decía,a mi segunda madre. Así que durante muchos años –durante 8 fui hija única- me adjudicaba cada uno de los hermanos putativos que iban llegando a mi casa. Lo que solía ser motivo de alegría. Nada era mejor recibido que una caja de bombones acompañando a la foto, lo que traía una “señora”, que decía Julia. No con menos regocijo acogía yo gallinas, pavos por navidad, conejos, o cualquier otro ser viviente, que Julia anunciaba como, señora una clienta del pueblo viene a verla. Para mí deliciosos animalillos que correteaban por la cocina hasta que Julia –la sádica asesina- cuchillo en mano, los convertía en puchero del día siguiente. Creo que eso es algo que nunca le perdoné. Una gallina no era más que un pago en especies, nunca reclamado, por supuesto, porque en la mayoría de las casas no había dinero, y sí muchos niños. Los tiempos cambiaron, los hijos dejaron de nacer en casa, las parturientas comenzaron a visitar al ginecólogo, todo fue mejor. Y nacieron menos niños. Mientras tanto mi madre se fue haciendo mayor. Me consta que trabajó mucho – como Gloria, María Antonia, Lolina, Asela… y tantas comadronas como hubo en el Gijón de la década de los 50-, y que fue muy feliz con su profesión, aunque muchas veces el trabajo no se compensara con dinero. Vocación, pura vocación, espíritu de trabajo. Todas ellas fueron pioneras del trabajo de la mujer, compaginaban vida familiar y laboral con gran naturalidad. Creo que algunas más seguimos su estela, pero me temo que las cosas están cambiando. Nuestras hijas, que han podido estudiar sin dificultad, para quienes todo es más sencillo –con honrosísimas excepciones que conozco- parecen ahogarse si tienen que compaginar la crianza de un hijo con el trabajo. Pretenden que sean los abuelos quienes carguen con sus hijos. Y así ves a los pobres y viejos abuelos, con mucho amor y pocas fuerzas, tirar por los nietos camino del parque, camino del colegio…No sé si estaremos en el buen camino. No sé si no querremos prolongar la vida laboral de quienes ya de suyo la tuvieron complicada. ¿Para cuándo el descanso de los viejos? Mi madre, por si le cayera algún biznieto, ha decidido anotarse a un curso de teatro para mayores. ¡ faltaría más después de tantos años de trabajo, seguir cuidando niños! Ahora toca divertirse. Están preparando una obra de Pachín de Melás. No me la pierdo, ya os contaré.
Caray con la señora¡¡¡¡claro que conociendo a la hija...¿Avisaras cuando sea el estreno?
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