domingo, 7 de noviembre de 2010
ANTE EL ESPEJO
Hay dos momentos en el día que son muy importantes para mí. El primero es cuando me levanto, y el otro cuando me acuesto. Todo lo que sucede entre ambos, de una forma u otra, pasa por ellos. Parece extraño, pero no lo es tanto. No suelo levantarme de mal humor, pero tampoco con la alegría puesta. Con los años duermo menos, despierto temprano, tengo dificultades para poner la maquinaria que mueve mis huesos en funcionamiento, y qué decir de las endorfinas –a esas les cuesta más espabilar-. Así que he tenido que poner en práctica estrategias que me permitan encarar la jornada. Dejando a un lado ducha, café en vena, higiene general, etcétera, etcétera, le confío el resto al espejo. Tenéis razón, pura frivolidad. Pero como no tengo con quien hablar, pues lo hago conmigo misma. Y como, por otra parte, me gusta mirar a la persona con la que hablo, pues a ello me pongo. Al principio ni nos reconocemos, yo diría que nos odiamos. Se empeña en decirme que estoy llena de arrugas, que esos pelos hoy no los endereza nadie, que me están saliendo demasiadas canas, que si el código de barras, que si las ojeras… ¡Vamos, la Biblia en verso! Tras ese primer encontronazo, procuramos limar asperezas, habida cuenta que hay, lo que hay. Una cremita por aquí, otra cremita por allá. Una dice que quita las arrugas, la otra las patas de gallo, la tercera asegura borrar diez años, y…, como estoy dispuesta a creérmelo –aunque no sea más que por lo que me costaron- pues la fe hace el resto. Supongo que más por esa fe, que por la realidad, se eleva mi autoestima, y hasta me veo favorecida. No opinen señores –si es que hay alguno leyendo- esto es cosa de mujeres; seguro que todas me han entendido. Y mira por donde, voy a aprovechar la ocasión para decirlo. A los caballeros les gusta vernos guapas, pues a nosotras nos gusta verlos ídem –cambiando “a” por “o”: guapos-, así que lo mismo que cuidan su estómago, su colesterol, cuiden también su piel, no es ninguna frivolidad. No digo que se maquillen, ni que intenten parecer más jóvenes –eso lo hacemos nosotras…, con bastante poco éxito-, pero cuídenla un poquito: la piel es para toda la vida. ¡Jesús, parece que vendo cosmética! No se trata de eso, se trata que de ir eliminando esos tópicos por los que el hombre que se cuida es un…, un hombre actual. Creo que me he metido en un jardín del que no saldré bien parada. Entendiendo por tal, que se me tildará de frívola, de superficial y, lo más probable, de tema carente de interés. No importa, yo sigo, quien no debe de seguir perdiendo el tiempo es el lector.
Y ahora voy al segundo momento: al final del día. Tanto si éste ha sido bueno como malo, es maravilloso. En el primer caso, uno lleva a su cama la alegría de una jornada redonda (no sucede con demasiada frecuencia, pero puede ser); y en el segundo, la noche hace de liberadora, queda atrás la jornada ingrata. A estas dos condiciones que son de gran importancia, yo le añado que es el que tiempo que dedico a la lectura –mis amantes siempre me esperan en la mesita de noche-; y también son los momentos en los que escribo estas tonterías. Lo hago en un ordenador minúsculo que me regaló Pablo, al que me resistí en un principio; pues si él es pequeño, más aún lo son sus letras, pero me permite colocarlo cómodamente sobre mis rodillas. Así que ya me he acostumbrado a este minúsculo artilugio, que me espera junto a mis libros. Es el espejo de mi noche, aunque no me devuelva imagen alguna, me permite imaginar tu cara, amigo lector/a.
A estas horas de la noche es una buena terapia reir, ó sonreír, al leer tu escrito con tanta con gracia
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