lunes, 18 de octubre de 2010
DOMINGOS POR EL RASTRO, artículo de José Marcelino García
EL BARRO
A medida que sus mujeres envejecían, sus dueños se iban muriendo y su mundo se iba disipando en algo nuevo que venía, el barro se fue haciendo un objeto solitario. El barro, los barros, están ahora arrinconados en esta cultura del refinamiento y de la nada, de las noches de plástico, botellón y ocio inconsolable. En un mundo que no es el suyo, el barro se ha ido llenado de herrumbre, como menaje inútil poblado de cosas ausentes.
En este nido de intemperie que es el Rastro, hay un lirismo de los objetos de barro como nostalgia de algo bueno perdido que todavía se añora. Maestro de la imagen, el hombre ha pasado casi toda su vida fabricando cosas con el barro, aprendiendo a moldear con él (feble como es), dioses y reyes, ángeles y demonios, a los que transfería su espiritualidad, llenándolos de la solidez de las cosas irreales y fantásticas. Así, el barro, como un viejo camarada, fue ganando la tierra y el cielo para el hombre, acompañándole en sus buhardillas y llares, en sus cabañas y casas de paja y piedra. Por eso, el barro huele a bisabuelo, a filosofía inclinada hacia lo más hondo del tiempo. Barro obrero y labriego, recipiente cotidiano de vecindario antiguo, vaso alfarero de las viñas ancestrales, último romántico de noches españolas por colmados y mesones de Luis Candelas, ese genial bandido que estuvo en Gijón. Aquí, en este Rastro costero, encuentras alguno de estos viejos amigos: un botijo desertizado de agua; una cazuela de madre antigua; una jarra blanca del Rayo pintada de azul, del tiempo de las lecheras; un barro negro asturiano de Miranda para beber por él la salud del agua; una fuente de una época en la que se depositaba el pescado deslumbrante de los boteros o se horneaban, lenta y melancólicamente, manzanas de balsaín; un puchero, en fin, de Faro, todavía no enterrado por los dioses electrónicos.
Así están los barros por el Rastro de Gijón. Los puedes encontrar con la misma sorpresa con que se descubre la alfarería en la barca sepulcral del faraón. Y si los compras y llevas a casa, guárdalos con fervor, porque tienen el alma vieja y noble de la tierra, nuestra verdadera madre. (Publicado en el diario El Comercio)
Magníficas estas estampas del rastro. Me parece que su autor es fundamentalmente un poeta.
ResponderEliminarRecuerdo en especial una dedicada a los manteros.
Saludos cordiales.