viernes, 3 de septiembre de 2010
VUELO IL8714, Por VÍCTOR GUILLOT
VUELO IL8714
Hay noches en que los muertos se encuentran más entremezclados con los vivos. La noche del miércoles fue una de ellas. Resulta que Telecinco estrenó la primera parte de «Vuelo IL 8714». A continuación le siguió el documental «Las voces de la tragedia», y yo no tardé mucho en cerrar la pestaña. Hay noches en que los muertos se inmiscuyen en nuestra vida, participan de ella, allanan nuestra morada y se dejan escuchar con la voz de la tragedia.
Uno pensaba que la tragedia servía para purificar, para estimular, para vivir más, y resulta que no, que le deja a uno mal cuerpo durante toda la noche, un cuerpo que comienza a oler sospechosamente a muerto. Entonces resulta que cuando el hombre inyecta unos gramos de ficción sobre la herida abierta de la realidad descubre que no está ante una tragedia, ni un drama, sino ante una obscenidad necrófila sometida a una permanente especulación. «Vuelo IL 8714» trata de ser un homenaje a las víctimas que fallecieron en el vuelo de Spanair y termina siendo un thriller malo, incapaz de alcanzar un solo miligramo de verdad entre muertos de plástico.
El hombre es, en sí mismo, una pasión inútil, una droga lírica y cruel para otro hombre que esnifa ficción, porque la realidad dolorosa de la muerte se le hace demasiado insoportable y, en ocasiones, como la del «Vuelo IL 8714», extremadamente incomprensible. Quiere decirse que con este estimulante vestido de tragedia que ha elaborado Telecinco el espectador se construye una realidad paralela en la que refugiarse y, por tanto, en vez de actuar se limita a contemplar otra historia, una ficción que no cambia en nada las cosas.
La muerte no existe, mayormente porque los muertos no terminan nunca de morirse. Hay una voz que permanece eternamente en nuestra memoria que los trae a la periferia de la vida. El recuerdo es una ficción que se eleva como un barrio negro de nuestra existencia donde los muertos se mueven en comandita. Lo sabe muy bien Telecinco, que nos vende una tragedia de diseño, un manjar no apto para escrupulosos.
El miércoles fue una noche propicia para los muertos que llegaron a través del cable y de la TDT para recordarnos que el caso aún sigue abierto, después de dos años de investigaciones. A los muertos se les investiga mejor cuando están lejos, en el archivo de un inspector, en la mesa de un forense y no en la oficina de un guionista que estraga y hastía con tanta especulación mortuoria.
Los muertos se van con la noche. No suelen estar más de una hora sentados en el sofá del salón o en la silla del dormitorio, a los pies de la cama. Nos miran atentamente, nos recuerdan su tiempo. Después, la noche se los lleva. Yo tuve días de soñar mucho con mi abuelo. Lo veo ahí, sin necesidad de tragedias. Supongo que mi memoria lo convirtió en un personaje literario, estético, difícil, que eclipsó al abuelo de verdad, el muerto, ay.
Artículo de Víctor Guillot (Publicado en La Nueva España)
Comparto el "cierre de pestaña" contigo; soy de quienes creen que el recuerdo de los muertos son para la intimidad de nuestras propias noches y no para pasearlos comercialmente, com ahora esta al uso, las revindicaciones son otra cosa, no eso.
ResponderEliminarUn saludo