miércoles, 11 de agosto de 2010
HISTORIAS DE MI ASCENSOR
A mi vecino se le ha muerto su mascota. Era un perro callejero, feucho, viejo… No tenía ninguna característica que le agraciara, por eso no les caía bien a la mayoría de los vecinos. Pero era su mascota: era el perro del del segundo, así se le conocía en el edificio. Yo sabía algo más: que se llamaba Sultán y que su dueño, Miguel, lo había recibido en herencia de su madre, además del susodicho segundo piso. Varias veces me comento que al fallecer su progenitora dudó mucho en llevarlo a la perrera, pero que fue dejándolo de un día para otro y cuando se dio cuenta el perro –como todos los cuatro patas, muy listo- se lo había metido en el bolsillo. Y así conocí yo a Miguel: por su perro. Coincidíamos en el horario en el que se suelen sacar los canes a pasear – al atardecer-, casi siempre en el ascensor. Algunos días, mientras nuestras mascotas se medían sus fuerzas a golpe de gruñidos amenazadores, charlábamos un ratito a pie de portal. Curiosamente en el ascensor nuestros perros ni se miraban, pero al llegar al portal la cosa ya cambiaba: ninguno de los dos estaba dispuesto a consentir que sus amos entamasen conversación alguna. Tal como si supiesen que el único tema entre Miguel y yo eran sus gracias o sus travesuras. Y hace algunos días he coincidido, después de cierto tiempo sin encontrarnos, de nuevo en el ascensor. Pero Miguel iba solo y cabizbajo. No me dio tiempo a preguntar, él se adelanto a contarme lo de su mascota. Me relató su enfermedad, lo que le había dicho el veterinario y todos los pormenores de su, para él, tremenda tragedia. Apostilló la información con un, Y ahora qué voy a hacer yo. Y desde ese día nos cruzamos ya varias veces en el ascensor, pero no tenemos de qué hablar. Es decir, como con cualquier vecino: del tiempo o de no importa qué vaguedad. Cuando vivía Sultán era otra cosa. Para empezar, Miguel siempre estaba de buen humor, tenía alguna anécdota que contar, vivía. Ahora es un hombre triste, que sale del portal indeciso, mirando a ambos lados, como si no supiese muy bien qué dirección tomar. Algunas veces lo veo sentado en el parque con la mirada perdida. Yo creo que la próxima vez que me cruce con él voy a animarlo para que se haga con otro perro. Y pensar la cantidad de veces que se quejaba por tener que abandonar el sillón para que el chucho diera una vuelta a la manzana... De lo que no se daba cuenta es que era al revés: Sultán sacaba a Miguel a pasear todas las tardes.
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