miércoles, 4 de agosto de 2010
ARTÍCULO DE JOSÉ MARCELINO GARCÍA
Nunca le he pedido permiso a José Marcelino para publicar en mi blog sus artículos del periódico. Hoy he dudado si hacerlo de nuevo, sé que como hombre prudente que es nunca me dirá nada. Su prudencia contrasta con mi atrevimiento -que no diré imprudencia, aunque lo sea-, pero sé que sus escritos os gustan, así que va. El autor siempre puede protestar por ello con un comentario. Los retiraré inmediatamente. Mientras tanto, gracias José Marcelino.
EL CALZADO
JOSÉ MARCELINO GARCÍA
Domingo. Hace sol y los perros tempraneros sacan a sus dueños a pasear por las inmediaciones del parque de la Católica Reina.
El Rastro, a esta hora, arma sus puestos, tiende sus mantas, vuelca sus fardos de género desamparado, de su chatarra lírica, canalla y trucada. Hay ruidos metálicos de angulares descargados en geométrico desconcierto, y voces de gitanos gordos, cuajados de negro, y gitanillas con ojos de Virgen de pueblo. Hay vahos de churrería y del chiringuito de Dioni, que empieza a vender café y bocadillos de panceta con cebolla pochada. Cambalachean ya algunos puestos por este jardín desvariante, elegante, planetario y municipal. Las fetichistas del calzado, los mileuristas, el lento mercancías de parados y pensionistas rebuscan, miran, prueban y vuelven a probar todo este calzado trasladado, descasado y suelto de las terceras y cuartas rebajas. Es una especie de minué donde ellas buscan zapatos baratos para enseñar las uñas de los pies pintadas de morado; donde muchos buscan zapatos levitantes, o sandalias de tirilla, o algún zapato de vestir; donde, sobretodo, las 'chorbitas' buscan calzado gótico, como el de las hijas del Presidente. Todo un trajín de zapatos, sandalias, botas de la mili, Katiuscas, Chirucas, chinelas y zapatillonas de fieltro para viejos encamados en transito hacia el retrete a fumar; de calzado para los meses que vienen llenos de lluvia, de frío y vida vieja. Todo barato, barato, barato.
Mañanas de simulación y fingimiento de domingos por el Rastro, donde a algunos, que fueron raza altiva, se les ve de lejos, como embozados, reponiendo el ajuar, probando ropa tras los tenderetes, con el aíre en el rostro, sobre una yerba aún moja por el rocío.
Y aquí y por aquí andamos todos: ricos y pobres, tontos y listos, en este reino creado y recreado cada domingo, en esta frondosa manigua del mirar lírico, ladino, zorro y engañador. En este teatro de cosas ahumadas en el que uno se siente feliz en busca del tiempo perdido.
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