domingo, 26 de mayo de 2024

LOS JUDIOS Y LOS PERSAS DE IRÁN, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ

                                                           (3ª Parte)



                       
 En el mes de octubre de año 1978 tuvo lugar en España un acontecimiento literario: La publicación del libro El camino más corto, una trepidante vuelta al mundo en automóvil. Su autor fue el escritor y periodista Manuel Leguineche, fallecido en 2014, y editado su libro por Argos/VergaraEse viaje lo hizo el periodista-escritor en compañía de otros tres periodistas norteamericanos, Steve, Al Podell y Wood Stans, y de un fotógrafo suizo Willy Mettier. El libro se inicia con una larga cita de Hermann Keyserling, cuyo inicio es muy conocido: “El camino más corto para encontrarse uno a sí mismo es dar la vuelta al mundo”.
            En ese viaje por el mundo, cuyo primer capítulo se titula Los felices sesenta, siendo la fecha del viaje el año 1965, el capítulo 15 se titula En un mercado persa (páginas 189 a 207, incluidas), en el que cuenta la travesía por Irán, tierra de Arios, de altas montañas y de desiertos vírgenes, de mares y lagos, de fértiles campos y lagos, tierra de nómadas y de antiguas ciudades con mucho arte. 



Leguineche y sus compañeros se detuvieron en Teherán o Tehran, que en la vieja lengua persa significa “lugar cálido”(Teh-ran), y capital de Irán desde 1788, gracias a Agha Mohammad Khan, el fundador de la dinastía Qajar. Se describe así Teherán: ”Ciudad de bulevares rectilíneos, donde, como en el París del urbanista Haussmann, un tiro de cañón bien dirigido detendría cualquier rebelión  de las masas contra la autoridad del emperador”. Y más adelante se escribirá: “Los edificios son feos  y hasta de mal gusto, una vulgar imitación de la arquitectura prusiana”. Y más atrás también se escribirá: “En 1965 pocas casas disponían de agua corriente y sus inquilinos debían tomarla de las fuentes públicas. La potable había que comprarla a los vendedores ambulantes”.


            Es verdad que en la ciudad de Teherán hay mucha fealdad; es muy gris, de mucha suciedad por mal saneamiento y con una contaminación que no se puede comparar con la de nuestras ciudades, siendo la nuestra ya peligrosa. Y se  distingue en Teherán una zona alta y otra baja; en la parte mejor y más burguesa, la alta, al lado del parque Getarieh, pueden verse las montañas, a veces nevadas, de Alborz (también montes Elburz), estando al otro lado el Mar Caspio. Allí, en lo alto y al norte, también está el Niavaran Palace, última residencia del Shah (palabra persa con la que se designa al monarca). La zona baja es más popular, en donde están el importante Bazar, política y económicamente, la Mezquita del Imán Khomeini, el Golestân Palace, donde está el Trono del Pavo Real, y diversos e importantes museos. Y una línea de metro, que en gran parte, atraviesa la ciudad de norte a sur, y otra línea de metro, de este a oeste, tratando de hacer competencia, sin conseguirlo, a los autobuses destartalados y a los taxis de tres colores: blancos, amarillos y verdes. 


Y Teherán capital de un Irán que nos da miedo, enigmático, que seduce y hace soñar, antes y ahora. Antes, siendo aliado de Occidente, con el Shah o monarca de Jefe de Estado. Ahora, enemigo de Occidente, con un “Guía Supremo de la Revolución” (vali-e-faqih) o primer personaje de la República islámica, proclamada en 1979, según la Constitución de ese mismo año, primero con Khomeyni (hasta 1989) y ahora con Alí Jamenei (desde 1989), ambos clérigos y autoridad suprema, política y religiosa (exigencia de ser de teólogía chiita). Mucho del miedo y del enigma viene de la pretensión, ya en tiempos del Shah, de disponer  de reactores nucleares, siendo ahora Irán ya una potencia nuclear, advertida, amenazada y controlada por Israel en primerísimo lugar, pues en ello va su permanencia,  seguido de EE.UU, que tiene, en lo nuclear, la última palabra. 



            Cuando se publicó el libro de Leguineche, el último Shah de Irán, Mohammad Réza Pahlavi, trató de mantener su reinado como fuere, habiendo sucedido a su padre, Réza Khan Shah, el 16 de septiembre de 1941 por la abdicación de éste. Un último Shah, Réza Pahlavi, primero adulado, luego criticado y finalmente en errante calvario, con muchas dificultades para encontrar una tierra en la que morir y reposar tranquilo, rechazado en Marruecos, en México, en Panamá, Las Bahamas, entre otros lugares, siendo finalmente acogido por Egipto, ya muy enfermo, donde murió (en El Cairo) el 27 de julio de 1980, siendo Sadat, luego asesinado, el presidente de la República egipcia entonces, y estando enterrado el Shah en la Mezquita cairota El-Rifaï el 29 de julio. Fue asombroso un final tan triste por parte de una persona que fue tanto, al que se llamó el Shahashah (Rey de Reyes), el Centro del Universo, el Vicerregente de Dios, y la Sombra del Todopoderoso, el descendiente del gran Darío. 




Un hijo, el Shah, de padre no perteneciente a la familia real, sino que fue un simple cosaco, al que el Golpe de Estado de 21 de febrero de 1921 elevó al Poder, siendo luego y sucesivamente, general y generalísimo (sardar-e sepah), terminando con el título de emperador, y habiendo sido coronado en el Palacio de Golestân, sentándose en el Trono del Pavo Real, en 1926; elegido Rey de Reyes por una asamblea constituyente, y  habiendo tenido la colaboración para la decoración palaciega de Vita Sackville-West, que más tarde escribiría el libro Pasajera a Teherán, publicado en España en 2010 por Editorial Minúscula. 

Del cosaco, del padre del último Shah de Irán, se escribió: “El poder y una cierta idea de Irán parecen haber sido las únicas pasiones”. Fue, por lo que parece, un hombre austero, a diferencia de su hijo, el de las tres esposas, siendo la última la llamada Shahbanou, la Farah Diva, que lo acompañó en el exilio de tanto calvario. 


Un iraní, Houchang Nahavandi, y un francés, Yves Bomati, escribieron un libro de más de seiscientas páginas, titulado Mohammad Réza Pahlavi, el último Shah / 1919-1980, en cuya última parte, la sexta, desde septiembre de 1978 al día del derrocamiento, el 16 de enero de 1979, se describen y analizan las últimas peripecias políticas del Shah, caído en desgracia por múltiples factores, desde lo de la “Revolución blanca” a lo de la Savak o poderosa policía política, elemento central, represivo, incluso con tortura y asesinatos, del régimen autoritario del Monarca persa. Parece que los americanos y británicos le abandonaron a su suerte, no obstante haber sido muy anticomunista, llegándose a afirmar que unos y otros maniobraron para el cambio de régimen, estableciéndose la República islámica con la llegada de Khomeini a Teherán  el 1 de febrero de 1979.  El 11 de febrero de 1979 la radio iraní anunció: “Aquí la voz de la Revolución islámica”. Y resultó que liberales, marxistas, religiosos, intelectuales, jóvenes, nacionalistas y otros se adhirieron  al hombre del turbante (Khomeyni), no durando la ilusión liberal más que unos meses, y así hasta hoy. 

Un Khomeyni fallecido el 3 de junio de 1989, después de haber causado una gran turbulencia con la condena del escritor británico Salman Rushdi, siendo su mausoleo un lugar de peregrinación, habiendo sido cabeza del islamismo más radical y terrorista. 

Acaso la falta de Tradición de la Monarquía de los Pahlavi, que parte de un golpe de Estado en 1921 –siempre los orígenes de las monarquías son discutibles y no ejemplares- justificase los excesos que tuvieron lugar en Persépolis, en octubre de 1971, conmemorando el 2.500 aniversario de la fundación del imperio persa por Ciro el Grande. La ceremonia fue fastuosa y en la que se gastaron muchos, muchísimos millones de dólares, “para levantar al pie del palacio de Dario, en el mismo lugar en que éste recibía a los nobles del imperio, una ciudad de lona en la que, a lo largo de dos años, trabajaron dos mil obreros”. 

Entre los muchos invitados, distribuidos en cincuenta tiendas de campo, siendo cada tienda un verdadero palacio, estuvo, entre otros,  el Príncipe de España, Juan Carlos, en nombre del General Franco. Un país, Irán, de gran miseria y con una importante burguesía aprovechándose del boom económico derivado del negocio del petróleo, tan importante en las peripecias políticas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX en Irán. .Las fiestas comenzaron el 12 de octubre de 1971, en Pasargades, en medio del desierto, siendo la primera capital del Imperio aqueménida, a 40 kilómetros de las ruinas de Persépolis, donde se oyó la voz del Shah, casi gritando:

“Ciro, gran rey, emperador de los Aqueménidas,

Monarca de la tierra de Irán.

Yo, el shah-in-shah, y mi pueblo,

Nosotros te saludamos.

Y sobre la tumba en donde reposas para la eternidad, te decimos:

Duerme en paz, pues nosotros vigilamos y vigilaremos siempre tu gloriosa herencia”. 

Y ha de recordarse que Khomeyni partió, en avión de Air France, desde París donde estaba exiliado, a las pocas semanas de haber dejado el poder el último Shah de Irán (el 16 de enero de1979), habiendo recibido todo el apoyo del entonces presidente de la República francesa, Valery Giscard d´Estaing, y de la progresía francesa, entonces de moda, encabezada por Sartre, la feminista Simone de Beauvoir y Michel Foucault, muertos prematuramente este último y su compañero por intimidades arriesgadas, y calificado por Nahavandi y Bomati de un “entusiasmo patético”, considerándolo ahora, en 2024, visto lo visto,  de ridículo. 

A tenor de lo ocurrido con la llamada “revolución islámica”, nacida en 1979, fueron ridículas las siguientes palabras de Foucault, como tantas otras suyas: “El acto principal va a comenzar: el de la lucha de clases, las vanguardias armadas, del partido que organiza las masas populares. Y Khomeyni es un santo hombre exiliado en París”. Después vendrían los Pasdarans o Guardianes de la Revolución islámica, una organización militar creada en 1979. 

Y Simone de Beauvoir, sostenedora en principio de Khomeyni y del movimiento islamista, luego le gustó menos, escogiendo el silencio, y ello cuando el ayatolá decidió, entre otras medidas, imponer la hidjab  a los iraníes, prohibir la píldora, restaurar la repudiación, bajar la edad de las mujeres a los 9 años para contraer matrimonio y criminalizar el adulterio y la homosexualidad, las flagelaciones públicas, etc. 

Miseria, pues, de la progresía e “inteligencia” tan francesa, la de los años sesenta y setenta del pasado siglo, y tan trascendente incluso para la Europa de ahora.

Continuará. 

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martes, 14 de mayo de 2024

LOS JUDIOS Y LOS PERSAS DE IRÁN, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ

                                             (2ª Parte)

            Dejo en “Paz y Bien” a mi amigo, el fraile capuchino, Víctor, que, aunque se apellida Herrero, no es asturiano, pues aquí, en Asturias, ese apellido es ordinario: hasta un puente, cerca de Pajares, se llama “Puente de los Fierros”. 


            Y sigo en el Aeropuerto de Teherán, que significa en persa “lugar cálido”, “batiéndome” con los Guardias de la Revolución, unos arios bigotudos, de impresionantes bigotes, muy de alardear de sexo de viril, que no me dejan de preguntar sobre la razón de mi visita, con la imprudencia de no llevar conmigo el reglamentario visado.  Máxime en unos tiempos, a principio de la segunda década del siglo XXI, en que la presidencia de Irán, tierra de persas, la ejercía Ahmedineyad, bajito y cabezón, llamado también Mahmud, que, con facilidad, ordenaba cortar cabezas cortaba de occidentales, juzgándolos judíos, sionistas, hijos de Israel. 

Es comprensible, aunque increible, que el tal Mahmud fuera premiado con un doctorado “Honoris causa” en Ciencias Políticas por la prestigiosa Universidad de La Habana, muy democrática por ser la de Fidel y la del pueblo cubano que, como es sabido, es “el no va más” de lo democrático y de los plátanos.

            Y no me devolvieron a Frankfurt en el mismo avión de llegada a Teherán,  gracias a que, casi de forma accidental, alegué mi amistad con un obispo de la Iglesia católica de Armenia, que en la capital persa tenía y sigue teniendo templo y oficinas. Fue mencionar al obispo y todo cambió; todo fueron facilidades, hasta incluso, por el tamaño de mi nariz, creyeron los bigotudos, policías del Aeropuerto, verme de ascendencia de Armenia. 



Aunque me requisaron los Guardias, el pasaporte y el DNI, pidiéndome por ello amables disculpas, me entregaron, a cambio, una enigmática “tarjeta de visita” a mostrar en caso de ser detenido, tal como me ocurrió una vez, y teniendo pase especial para visitar el palacio de Niavaran (Niavaran Palace), residencia de invierno, en la parte alta de Teherán, la zona de Shemiran, junto a la montaña nevada, del que fue el último Shah de Persia, Mohammad Réza Pahlavi 1919-1980) y de su última esposa Farah Diba. En ese Palacio el Réza Pahlav padeció depresiones y dolores de dientes y muelas, como en la tercera parte indicaré. Ese Shah, que predicó la que llamó “Revolución blanca” fue derribado por la llamada “Revolución negra” de clérigos y los ayatolás.


Es curioso lo siniestro que fue este hombre, que se creyó Dios, que de presumir de ser el Rey de Reyes, de llamar a su trono el del ”Pavo Real”, de organizar en 1971, en Persépolis, las ceremonias fastuosas de los 2500 años de la monarquía persa, pasó a ser títere de los americanos, que dejaron que en 1979, saliera de mala manera y con atropello de Persia al exilio egipcio, siendo sustituido por un clérigo chiita, el Ayat-ollâ, que significa “signo de Dios”. 

¡Qué error, error inmenso! Siempre los americanos equivocándose. Jomeini, nuevo “líder de la Revolución, fue muy claro: “Hay once cosas impuras: la orina, los excrementos, el esperma, los huesos, la sangre, el perro, el cerdo, el hombre y la mujer no musulmanes, el vino, la cerveza, y el sudor del camello que come excrementos”. Y también advirtió: “No es necesario ocultar el sexo con algo especial; hacerlo con la mano es suficiente”. 



En España, a finales de 1979, una mujer que ya apuntaba “listura”, llamada Rosa Montero, escribió un artículo en El País semanal, titulado Jomeini, los últimos días del exilio. Rosa Montero, en 2011, escribió: Siempre  me pareció un tipo siniestro”. 

Y fui prudente, pues en el interrogatorio del principio a los Guardias persas y bigotudos no llamé árabes, sabiendo que eso les disgustaría, no así ser llamados arios, aqueménidas o musulmanes. Y aquí y ahora que están tan de moda los locos de Nietzsche y Zaratustra, habrá de recordarse que la religión dominante de Persia, antes de la invasión musulmana, tuvo como gran dios a Ahura Mazda y como profeta a Zaratustra, el del mundo guiado por dos principios: el uno, bueno, Dios, y el otro malo, el Demonio; creador y ordenador el primero, y destructor el segundo. Fue Nietzsche el que descubrió en Zoroastro la medida de todas las cosas: “Zoroastro –dijo- fue el primero que vio en la lucha entre el bien y el mal la verdadera revelación”. El alemán acabo loco, naturalmente.


E Irán, en la actualidad, es en su mayoría de obediencia chiita, a base de unos clérigos poderosos que no existen en el otro Islam, el sunnita, carente de clérigos. Y cuando a Teherán llegué, lo hice después de haber visto en revistas españolas reportajes del Shah, apareciendo sus esposas por orden de boda: Fawzia, Soraya, el gran amor, y Farah, que le dio descendencia y que de eso se trataba, pues la anterior, Soraya, nada de nada. La Farah se llama, pues aún vive,  Farah Tabatabaï  Diba, que recibió el título de la shahbanou por matrimonio.           


                    Leí en 1974 la interesante entrevista realizada por Oriana Fallaci a Mohammad Réza Pahlavi; en esa entrevista, el Shah acredita su simpleza y tontería. Leí después el libro magnífico del periodista y viajero, Manuel Leguineche El camino más corto, fallecido desgraciadamente en 2014. Y finalmente leí, en 1982, el libro titulado El escándalo del Islam, escrito por el catalán José María Gironella

Y no puedo olvidar las infinita veces que escuché la música de En un mercado persa,colocando en un “tocadiscos”, “giradiscos” o “pick-up”, el disco de 78 revoluciones por minuto (formato RPM), de La Voz de su Amo, del inglés Ketèlbey, adquirido en Radio Norte, no recordando si en la tienda de la calle Uría, en Oviedo, o en la de Corrida, en Gijón. 

Si el Palacio de Niavaran, que visitaremos y fotografiaremos,  está al Norte, el importante Bazar de Teherán, importante centro comercial y político, está al Sur, y en medio Teherán, una ciudad de una contaminación espantosa, susceptible de ser atravesada en metro para respirar mejor.

Y señalo que la gran periodista, la italiana Oriana Fallaci fue compañera del argentino Helenio Herrera (H.H), que tuvo chalet aquí, en Asturias, en Celorio concretamente, y cerca del cual (del chalet) montaron guardia excelentes periodistas de La Voz de Asturias

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viernes, 3 de mayo de 2024

LOS JUDIOS Y LOS PERSAS DE IRÁN, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ(1ª Parte)



Señoras y señores: 

Esto parece el principio de una carta, mas no lo es. No sé bien qué es lo que es. Sólo sé que es importante, pues va de VA judíos y de persas, con comienzo desde atrás, hace años y terminando con ese y reciente bombardeo de los judíos a instalaciones iranies el viernes 19 de abril, en “represalia”, con el consentimiento de USA, por el ataque de Irán a Israel en la noche del 13 al 14 de abril, todo en este año de 2024. 

Y si concluiré con lo dicho, empezaré mucho antes, con mi llegada a Teherán y a Israel hace años, lo cual ya fue contado, de manera muy diferente, aquí también en “Lasmilcarasdemiciudad.blogspot.com.

De Israel y de Irán, me interesaron muchas cuestiones, habiendo allí permanecido, en Jerusalén y en Teherán, ya en este siglo, no habiendo sido aquellos días fácilmente olvidables, pues fueron peligrosos. 

Y es que Persia, para mí, fue siempre muy importante, desde los antiguos tiempos -teniendo este bachiller quince años- cuando tradujo del griego La Anábasis de Jenofonte, con Ciro y Artajerjes, mandamases ambos del Imperio persa. Así empieza La Anábasis: “Dario y Parisatis tuvieron dos hijos, el mayor Artajerjes, por una parte, y el más joven, Ciro, por la otra”. 




Mucho más tarde admiraría este bachiller la escritura poética de Nietzsche sobre el persa Zaratustra, que tanto habló y apenas calló. Un Zaratustra que fue figura legendaria, un filósofo persa del siglo VI a. C, que según el filósofo alemán dijo cosas como las siguientes: “En las montañas, el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre: para ello hay que tener piernas largas”.  Y también:” Tu camino es ya corto, dijo la víbora con tristeza: mi veneno mata”.  No fue cierto lo que dijo de que Dios estaba muerto ni lo de las alegres vivas o hurras al superhombre, jamás visto. 




Judea también me interesó mucho, conservando siempre la emoción por haber visto, en Roma, en el Arco Triunfal del Emperador Tito, los altorrelieves conmemorativos de la entrada triunfal de Vespasiano y Tito, padre e hijo, en Roma y en año 70 después de Cristo, viéndose los trofeos arrebatados a los judíos en la caída de Jerusalén, entre ellos la Menorah, que es lámpara o candelabro de siete brazos. Y es que los que tanto saben de la Historia del Imperio Romano apenas conocen lo de Vespasiano y Tito, emperadores, contra el Templo y los judíos de Jerusalén. Candelabros, muchos candelabros de brazos impares, que son los protagonistas del culto judío en las sinagogas de mármoles verdes y rosas con lámparas de oro.  




Y a Teherán llegué en avión o pájaro de la Lufthansa en vuelo directo desde Frankfurt, sobrevolando Rumanía, los montes del Cáucaso y Turquía.  Y a Tel Aviv llegué en avión de la Egytian Airlines en vuelo directo desde El Cairo, sobrevolando la Península del Sinaí, donde Moisés recibió Las doce Tablas, viéndose abajo el Monasterio de Santa Catalina. 

Nada más aterrizar en el Aeropuerto de Teherán, ya en este siglo, los barbudos Guardias de la Revolución, en sandalias, enseñando prominentes dedos enormes, aunque con las uñas bien cortadas, me preguntaron, en desafiante interrogatorio, del objeto de mi visita y estancia, dándose la particularidad de que únicamente disponía de pasaporte, sin el preceptivo visado. 



La cosa se ponía fea, pues por más que explicaba a los barbudos guardianes de la Revolución, que el objeto de mi presencia era artístico, no conseguía convencerlos, aparentando todo extrañeza. Que sí -repetía-queriendo visitar museos y palacios, entre ellos el de Niavaran, la última residencia del Sha y de su esposa Farah Diva; queriendo ver el Cyrus Cylinder y descender a los sótanos de la Banca Central de la República Islámica de Irán para ver las plumas de oro de los pavos reales. 


Y es que, en verdad, todo era raro, pues desde la Comisaría se veía que a un Yumbo de la Iranian Airlines, con rumbo a Venezuela, lo estaban cargando con material pesado. (Entre paréntesis, eran los mismos tiempos en que el ministro de Defensa español, José Bonó, vendió fragatas a venezolanos). ¿Cómo dice usted -me preguntaron en inglés torpe- que usted quiere ver palacios y museos, cuando éstos están cerrados, porque no hay turistas? No entendieron aquellos “guardias” mi espíritu de contradicción, pues siempre preferí a los persas, que eran los malos, frente a los buenos que eran los griegos. 




Y entonces les hablé de Artajerjes, de Darío, de Tisafernes y hasta del King Xerxes, y de Nabucodonosor, que no era persa, pero me daba igual, pues de él eran ignorantes los policías uniformados. Llegué a recitar un párrafo del loco Zaratustra, no recordando si el recitado fue en persa o en alemán, cuidando mucho no llamarles árabes, pues los persas detestan a los árabes, y ellos, musulmanes persas, no son como musulmanes árabes, o sea, sunnitas. Ellos son chiitas, como los ayatolás Jomeini y Jamenei. 

Mucho más pacífico fue pasar la frontera de entrada en Israel, en Tel Aviv, en cuya inmensa playa, de finas arenas, apetecía bañarse. El problema que tuve allí tuve fue laberíntico o intestinal, pues los dolores por culpa de una podre naranja, desayunada en El Cairo, eran de épica y los “retorcimientos” eran imparables. Ni siquiera, en tierra judía me consolaba recordar los penosos versos del judío Libro de Job, del que estaba también empapado por las explicaciones recientes de mi amigo, el capuchino Víctor Herrero, que sabe latín y que escribió pensando en Job Carne escrita en la Roca, editado por la pía Verbo Divino. 




Y sobre el pueblo judío copio lo que escribió un aristócrata español, que vivió en la primera mitad del siglo XX: “Es la eterna obsesión de la tierra, el sueño de este pueblo que amó siempre el paisaje, las montañas, los ríos, los rebaños de los patriarcas, cuyas ovejas doraba el crepúsculo, y las claras noches de Palestina, bajo la parra frondosa. Pueblo de tierras prometidas, de ingenuas geografías con arroyos de leche y miel”

Y es que Víctor Herrero, fraile menor capuchino, de la familia de los franciscanos, sabe también hebreo y resulta fantástico que, habiendo nacido en Salamanca, como Lazarillo, y junto a la ribera del Tormes, sea semita como Fray Luís de León. Es Víctor, de verbo fácil, de Salamanca como el vasco Unamuno, y tan charro como los que desayunan en Las Torres hablando ya de toros. Víctor hasta escribió, sobre Job y su paciencia, un libro -vuelvo a él-, que más que portadas tiene alas, y de color verde y amarillo. Es un libro que vuela y hace volar: es verde como los tréboles de cuatro hojas y es amarillo como los venenos de los demonios.

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