jueves, 30 de junio de 2011

POR EL PASEO DE BEGOÑA

Mi nuevo domicilio me obliga a atravesar cada mañana el Paseo de Begoña y en él me topo con personajes de lo más variopinto y opuesto. Algunos días me encuentro con Miguel, un chicarrón de edad indefinida –tal vez 30, tal vez 40-, con mentalidad de niño. A Miguel lo conocí en mi época de voluntariado en la Cocina Económica, de la que era usuario. De esto hace ya seis o siete años. Miguel es grande, por una enfermedad creció desgarbado, sin proporción. O, en todo caso, el cuerpo creció desmesuradamente a lo alto en detrimento de un cerebro que quedó estancado en la infancia: Miguel es retrasado. Camina, no sé si para disimular sus desproporciones o sencillamente para no descoyuntar su extraño cuerpo, encorvado. Tiene unos pies grandes, también grandes son sus manos. Y le faltan la mayor parte de los dientes, los que le quedan, cuando se ríe, le dan un aire de conejo. No controla muy bien las babas que con frecuencia resbalan por la comisura de los labios –ya diré por qué eso es importante señalarlo- y su nariz no suele estar limpia. Pero Miguel es tremendamente cariñoso, agradecido. Miedo me da cuando me ve desde la otra acera, porque entonces cruza a toda velocidad por la calle que da al Paseo -entre los coches- con una única finalidad: darme un beso. Ni que decir tiene que muestra una gran alegría al verme y que el beso va acompañado de babas que me dan cierto repelús, pero que aguanto estoicamente, porque será sin duda la muestra de cariño más sincera que recibiré en todo el día. Algunas veces me mira fijamente y me pregunta: ¿Puedo tocarte la cara? Ante mi afirmación me pasa su mano áspera reiteradas veces, a la vez que me dice: Guapa, guapa, que guapa eres. Luego sonríe con agradecimiento y sigue a toda velocidad con grandes zancadas y un balanceo de brazos que hace que los transeúntes le abran paso. Tardo un poco en reponerme, principalmente en secarme la humedad que dejan sus babas en mi cara.

Otro personaje que me cruzo con frecuencia -no le epondré nombre, aunque lo tiene- va enfundado en un traje impecable y pasa estirado junto a mí simulando que no me ve. Se trata de un ex amigo que en su día intentó establecer una relación conmigo y ante mi más absoluta negativa, con probabilidad herido en su orgullo de macho conquistador, finge no conocerme. Es uno de esos tipos que piensan que porque son fulano de tal, visten traje y corbata y van de guapitos, piensan que todas las féminas tienen que doblegarse ante sus encantos. Que para mí no los tiene y me temo que para su mujer ya tampoco. La verdad es que la compadezco, porque no ha de ser nada fácil convivir con un hombrecillo que está a ver a quién pilla para contarle lo infeliz que es en su matrimonio, lo especial que tú eres y bla, bla, bla.

Y ya cuando estoy a punto de abandonar el Paseo me encuentro con Valentín, el vendedor de cupón. Está sentado en su banqueta, siempre alegre. Me recibe con un cantarín buenos días, que tal. Unas veces hablamos del tiempo, otras aprovecha para contarme algún problema familiar o los planes para el fin de semana. Luego me obliga a elegir un cupón y se lamenta de que no me toque nunca. Traté de explicarle sin éxito–difícil de comprender, lo sé- que si compro es porque considero que con ello estoy poniendo mi granito de arena en esa cadena de trabajadores que somos los currantes. Los dos lo somos. ¡Oye, y si me toca! Pues mejor que mejor, pero ciertamente ese no es mi primordial objetivo. Con la poca fe que le pongo no me tocará nunca, así que dejo la puerta abierta a eso de desafortunada en el juego... ¡Ale, a esperar el amor! Ya me considero de todas formas afortunada al poder compartir con él esos dos o tres minutos de charla. De Valentín hecho mano cuando tengo que tengo que levantar el ánimo, en esos días grises que me dirijo a mi trabajo sin ganas. Él está siempre alegre, se siente afortunado, no se queja aunque tenga que pasar el día al aire libre, bajo un soportal, sentado en una humilde banqueta, aguantando el frío y el calor. ¿De qué me puedo quejar yo? La vida siempre me ha dado las más sabias lecciones a través de personas como Miguel y como Valentín. Y, por qué no, también de quien un día fue mi amigo y ahora ni me conoce he aprendido algo: lo que no quiero ser, a quién no quiero parecerme nunca.

martes, 28 de junio de 2011

CONFERENCIA DE JOSÉ LUIS CAMPAL EL VIERNES EN VILLAVICIOSA

"La sidra y su cosecha en verso" es el título de la conferencia que pronunciará José Luis Campal Fernández, investigador literario y miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos, el próximo viernes día 1 de julio a las 20 horas en el Aula de la Fundación José Cardín Fernández enVillaviciosa.

MALDITAS GUERRAS

El domingo recibía un mensaje en el móvil que decía: Dos muertos en Afganistán. Sentí un escalofrío, tremenda indignación –palabrita de moda pero que viene a cuento- y desolación por todos: por los muertos –por supuesto-, por sus familias, por los que siguen arriesgando al pie del cañón y hasta por los que han puesto la bomba. Los muertos porque se han ido en lo mejor de la vida. La ministra de turno dice que han dado su vida por la Patria -¿Afganistán era su patria?-. Y los niños que han quedado huérfanos, ¿entenderán que no tienen padre porque ha dado su vida por lo dicho, la Patria? Y los otros chicos, los soldados y las soldado que siguen en Afganistán empuñando las armas porque un Gobierno ha decidido enviarlos allí por unos convenios que ni les van ni les vienen y que pactan quienes no van a la guerra en sus cómodos despachos. Ahora suelto lo más comprometido: los terroristas que han puesto la bomba. Tremendo que me atreva a decir que también merecen atención. Pues me la merecen. Delictivo sería decir que apruebo su actuación, creo que es execrable bajo todos los puntos de vista; pero me imagino que detrás de cada terrorista afgano se esconde un gran fanático que, además, desprecia la vida –la ajena, y muchas veces hasta la propia-, sólo queda preguntar de dónde sale ese fanatismo, qué puede impulsar a esos hombres –también a algunas mujeres- a matar porque sí. Y veo miseria, veo incultura, veo gentes atrapadas en una pobreza que les ha venido dada. Muchas veces impuesta por quienes tienen el poder, por quienes viven cómodamente en países que no están –como el suyo- en desarrollo como se dice ahora, sino tremendamente desarrollados, principalmente en logísticas, en armamento en… demasiadas cosas destructivas. Y curiosamente esos países son los que los arman hasta los ojos y hacen posible que tengan munición para guerrear, que construyan bombas y que maten con ellas. Morirán los soldados –algunos abocados a serlo porque no deja de ser una salida profesional en tiempos de crisis- que no los negociadores: aquellos que les han vendido el armamento bélico, aún sabiendo que lo ponen en manos de quienes no conocen el valor de la vida, en realidad no conocen ningún valor y muchas veces no saben ni por qué luchan. A veces, cuando me paro a analizar estas cuestiones, que se escapan ciertamente a mi entendimiento y de las que soy tremendamente ignorante, pienso si todo ese dinero que se invierte, primero en armarlos hasta la saciedad y, luego a obligarles a usarlas para crear la necesidad de nuevas compras, no podría invertirse en su formación, en facilitarles medios para salir de la pobreza extrema en la que viven. Creo que les estamos enseñando a utilizar la fuerza como medio de subsistencia y cuando hay hambre y dificultades el hombre desarrolla los más bajos instintos: no tiene ningún inconveniente en matar, porque tampoco le importa morir. Terrible ha sido una noticia que ha salido en prensa hace unos días que decía: detienen a una niña afgana con 8 kilos de explosivos adosados a su cuerpo para ser utilizada como camicace. Muestra de que estamos ante un pueblo suicida, sin ningún principio moral. ¿No sería posible de alguna manera –que por supuesto yo no tengo- rescatarles de esa miseria sin esa terrible medida de fuerza que es la guerra? La televisión nos sirve en bandeja día sí, día también, las tropas de la ONU con grandes equipamientos: tanques, uniformes, armas…, y observando un poco las imágenes descubrimos a los lados de esas carreteras –por llamarlas de alguna manera- unos hombrecillos escuálidos, menudos, normalmente descalzos o en sandalias, y una prole infantil a su alrededor: desolador el panorama. Suena a hombre pobre, hombre rico. Aunque ese “hombre rico” sea un soldado a órdenes y todo lo que lleve encima –amén de su equipamiento guerrero- sea un kit de emergencia que las más de las veces comparte con los niños. Supongo que en algún momento esos hombrecillos aspiran a tener lo mismo que ese poderoso (a sus ojos) soldado y con su ignorancia a cuestas tratan de arrebatárselo como, por otra parte, nosotros les estamos enseñando: por la fuerza. No sé, puede que no sepa lo que digo, pero sí se la indignación que me produce la guerra y quienes la organizan y no digamos nada los resultados. Hoy tenemos un funeral, dos soldados han muerto: Manuel Agudín y Niyireth Pineda. Se les enterrará con todos los honores y recibirána título póstumo la Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo (que debe ser una gran condecoración), pero ya están muertos no podrán lucirla y dudo mucho que sus hijos logren entender por qué papá no está. Además, dentro de nada se olvidarán sus nombres. Repito lo que ya dije, ¿Por la Patria?

viernes, 24 de junio de 2011

EL PODER DE LAS MARCAS

Me refiero a las marcas de ropa que tan de cabeza nos traen, especialmente a nuestros hijos, que si los playeros no son de tal o cual marca, o el bolso, o cualquier otra prenda susceptible de lucir en la calle, se creen en inferioridad de condiciones y fuera de esta sociedad de consumo en la que nos ha tocado vivir. Mi primer contacto consciente con una marca concreta sucedió cuando mi hijo tenía tres o cuatro años. Hasta entonces yo –y quienes conmigo convivían- nos vestíamos con trapitos más o menos monos, adquiridos en función de nuestros gustos y nuestras posibilidades económicas, y no del gusto de otros señores –como pasa ahora-. Sucedió que una tía que vivía en Bruselas vino a conocer a mi vástago, y como regalo le trajo un chándal –pieza hasta entonces poco conocida en esa España que despertaba a la modernidad- que me pareció muy bonito. Y así se lo hice saber. Recuerdo que me miró y un poco extrañada –a saber qué cara pondría yo- me dijo, Te das cuenta que es de Adidas. Disimulé y redoblé el agradecimiento. Creo que en ese momento entré - la ignorancia de mis pocos años- en el mundo de las marcas. Según mi hijo iba creciendo demandaba ropa que sí era de marca; el argumento no era otro que lo tiene fulanito, que si está de moda, que… Con reservas me dejé atrapar de ese mundillo que nos obliga a parecer para ser alguien y que nos convierte en ciudadanos uniformados en función del poder adquisitivo, o de la habilidad para adquirir a bajo costo –las cada vez más extendidas tiendas outlet, que los/as caza marcas conocen muy bien- prendas con un determinado logotipo que nos haga sentirnos menos pobres de lo que en realidad somos, creyendo con ello que establecemos una diferencia de clase. La verdad es que resulta tonto y principalmente un atentado contra nuestra libertad de elegir cómo queremos parecer, porque ya lo dice el refrán: Aunque la mona se vista de seda.... Los "marquistas" intentan colocarse muy por encima de ciudadanos –entre los que me incluyo- que seguimos ajustando a nuestro presupuesto y a nuestros gustos la indumentaria. Me consta que muchas familias con tal de de lucir ropa de determinadas marcas reducen gastos en aquello que no se ve y que tiene lugar de puertas para dentro. Reconozco, que aunque en algún momento de mi vida –en los periodos más tontos- me dejé atrapar por ese consumismo irracional, la realidad es que nunca han ido por ahí mis prioridades. Ahora, probablemente por la experiencia que dan los años, me visto como me da la gana, sin que me preocupe lo más mínimo si la prenda que llevo la diseñó Pepito Pérez o María López. Compro porque me gusta, porque me ajusto a mi presupuesto y porque no quiero someterme a ese mercado irracional por el que unos pocos se hacen ricos a costa de nuestra tontería. Conmigo que no cuenten. Reconozco, no obstante, que determinadas marcas están avaladas más que por una moda por su calidad, ante esas me inclino. Todos sabemos apreciar unos buenos zapatos fabricados en España o un abrigo de paño inglés de esos que duran toda la vida y nunca se pasan de moda. Pero creo que eso es hablar de otro tipo de marcas. Esas son las que llevan los señores/as que no necesitan aparentar porque son y, además, se lo pueden permitir. Y no me refiero precisamente a los nuevos ricos.


Dicho lo anterior, soy consciente de que puede que más pronto que tarde tengamos que ir olvidándonos de las marcas para ajustar nuestra vida a la realidad económica en la que estamos. Ya hay modistas ofreciendo sus servicios, como las de antes, aquellas mujeres que sacaban dobladillos cuando crecías o daban vuelta a los cuellos de las camisas si se estropeaban. Y creo que les va muy bien. Van a tener trabajo seguro.

miércoles, 22 de junio de 2011

LA FRUTA, artículo de José Marcelino García

DOMINGOS POR EL RASTRO
Este rastro gijonés todo chatarra fatigada, barro viejo, ropajes pasados y cosas de derrumbe tiene también su interior, su adentro fresco de fruta, su mundo natural de huerta amotinada en cestas, cajas y serones de esparto. Fruta a la intemperie, entre verduras y legumbres que purifican y sanan esta ferralla y su cochambre.
Domingo tras domingo, el rastro de Gijón abre su abanico de fruta como si fuera un seno robusto y aldeano. Algo así como lo que va quedando de la alegría de la huerta asturiana. Cada estación nos devuelve aquí todo lo nuestro: nueces y castañas; higos y manzanas; avellanas y peras., y como ellas (las estaciones), uno va por aquí en rotación, en un eterno retorno de sí mismo. Mañana arbolada de botánica de palmeras, arces y chopos gigantescos, en la plenitud de la primavera gijonesa.
A este coso fluvial rodeado de parque y playa, llegan las cerezas de la Ascensión, las fresas de las calizas prehistóricas de Candamo; y cuando se acercan los octubres escolares, retornan las manzanas de balsaín (para el mordisco dulcísimo), rojas y amarillas, de Carreño, que pintara Piñole por las huertas de Prendes, Coyanca y Candás.
Otoños en racimo, luego, cuando la tristeza llena el campo: uvas del mercader del sur, guetas de castañas, carretones de membrillos que llegan del Bierzo, peras de cocer, como grandes pomos bruñidos de escalera. Y las ablanas de los sagrados días del vivir fiestas y romerías, perlas de cobre claro y femenino, de por los montes de Infiesto donde los árboles, junto a los ríos, son como grutas encantadas. Y frutas invernales, después, para remendar la muerte de los días cortos: granadas con sus gemas interiores, naranjas de carne y sangre con perfume a huerta de cura viejo.
Despacio y en silencio miro toda esta fruta honrada, esta vasta cosecha de los huertos jardineros de mis mayos que, en las alforjas de un lento borrico/furgoneta, cruzando temperaturas, ha venido hasta este mar de los Sargazos, plaza mayor de un rastro dominguero donde se puede adornar la vida con frutas del paraíso.
Publicado en el diario EL COMERCIO (22/o6/2011)

martes, 21 de junio de 2011

YO TAMBIÉN ME SIENTO INDIGNADA

Reconozco que es muy poco original escribir sobre los indignados. Prácticamente está todo dicho. No tenía pensado hacerlo, pero olvidaré esa mi primera intención y pondré mi cabreado granito de arena, porque resulta que yo también estoy indignada, aunque no salga a la calle a manifestarme. Cada día surge una nueva noticia que pone en ebullición el inconformismo natural que arrastro por carácter. Ese que me impide dar por buena cualquier circunstancia que no me afecte. Para ser sincera, mis aspiraciones son tan mínimas que los recortes que venimos padeciendo los ciudadanos –la ciudadanía que se dice ahora- desde que entramos en crisis tienen en mi vida escasas repercusiones. Desde pequeñita me han enseñado a no desear aquello que no está a mi alcance. Y ciertamente me ha dado bastante buen resultado. Casi nunca me planteo si esto o aquello es caro o barato, sencillamente calibro si puedo permitírmelo o no, y punto. Difícilmente yo me hubiese metido en una hipoteca que no pudiera pagar, o montado una vida por encima de mis posibilidades. Así que juego con cierta ventaja. Pero ello no es óbice para que no vea a mi alrededor: por un lado muchas necesidades y por el otro un despilfarro de muy padre y señor mío, precisamente por parte de quienes tendrían que dar ejemplo en una circunstancia difícil como la que estamos viviendo. Sí, hablo exactamente de la clase política. De ese espécimen que bajo el pretexto de gobernarnos vive como Dios a costa nuestra. Por eso no me extraña que los jóvenes, y los que no lo son tanto, se indignen, se revelen contra quienes les cierran las puertas del futuro, también del presente. Heredera de aquél mayo del 68 en el que nos dejábamos arrastrar por los jóvenes del país vecino, aunque nuestra rebeldía fuese mínima –en España a lo más que se podía aspirar entonces era a ser un poco hippie en indumentaria y a escuchar a los Beatles-, comprendo la indignación de esos chicos que hoy ocupan las plazas públicas; y entiendo con dificultad a los ciudadanos que los censuran, que muchos hay. Tal parece que nunca han sido jóvenes. Me comentaba un amigo no hace mucho que el problema radicaba en que entre los indignados se colaban individuos anti sistema y exaltados. Es posible. Pero resulta que yo –probablemente la más insignificante de las ciudadanas- no estoy de acuerdo con el sistema. Si por sistema se entiende –que puede que no sea ese el significado exacto- la extraña democracia que estamos padeciendo. Y digo bien padeciendo por sus resultados. Algo falla. Me resulta difícil entender que para estar a favor del sistema tengamos que consentir que unos cuantos chorizos –demasiados- se repartan el escaso pastel que queda. Así, leo hoy –y ayer y todos los días- que el Gobierno de Madrid tiene 31 cargos que cobran cerca de cien mil euros cada uno, y eso no es lo más grave, sino que acaban de incorporar alguno más. Lógicamente cada cargo supone coche a su disposición, dietas…, un largo etcétera que hace que al final esos veintitantos milloncejos de nada de las antiguas pesetas sean limpios de polvo y paja. No me parece mal que se retribuya con generosidad a la gente por su trabajo, pero ni creo que nuestros políticos lo hagan bien –patente está la ineficacia de sus gestiones- ni es prudente que en época de crisis cobren sueldos millonarios. No son grandes genios, ni tan siquiera la mayoría tiene una formación académica relevante, únicamente han elegido como medio de vida la política, probablemente atraídos por las prebendas de que gozan y porque es el único medio para hacerse rico en poco tiempo y con mínimo esfuerzo. Les basta con “negociar” compromisos que hablan de moderación salarial, contención del gasto en pensiones, prestaciones sociales, flexibilidad laboral…bla,bla,bla. Medidas que lógicamente no aplican a su persona. Eso ya sin hablar de las corruptelas que protagonizan, de la impunidad de sus delictivas acciones: nadie devuelve lo sustraído con medios ilícitos. Así las cosas no es de extrañar que todos estemos tremendamente indignados. No debe de sorprendernos que los jóvenes lo hagan tomando la calle, ¿es que tienen otra alternativa para que los escuchen? Ponen ciertamente contra las cuerdas el sistema, pero ¿qué sistema es este que nos ha sumido en una gran crisis económica?, por no decir de valores –ya tiene escasa importancia prevaricar, usar influencias…-. ¿Alguien pone en duda la necesidad de una transformación del modelo social? No se puede cuestionar que la democracia es el mejor medio de gobierno, pero como dicen los indignados, “democracia real”, y yo añado que para todos, aún a riesgo de que algún “exaltado” me llame rojilla. Aclaro lo de exaltado, porque tal me parece quien recomendaba ante mí mandar el Ejército a la Puerta del Sol para desalojarla.

lunes, 20 de junio de 2011

Mañana martes, día 21 de junio, a las 12 de la noche en el programa Destino España podremos ver a la familia de nuestra amiga -lo es de todas las personas de bien que se le acerquen- Virginia Álvarez Buylla.
Pertenece, Virginia, a una saga de personalidades importantes -recientemente se le concedió el Premio Príncipe de Asturias al neurocientífico Arturo Álvarez Buylla-, que han estado presentes en todos los ámbitos culturales. Pese a ello -otro en su lugar lo haría- nunca la he visto alardear de su estirpe familiar. Y podría con todo derecho presumir de su arbol genealógico. En todo caso, ha heredado lo mejor: la humanidad, la sencillez, el altruismo, que lo que haga la mano derecha no lo sepa la izquierda. Cualidades, que me consta por quienes le conocieron, tenía su padre. La he visto trabajar por amor al arte, sin esperar nada a cambio, he sido testigo de grandes injusticias hacia su persona. Espero que un día, quienes la ofendieron -pobres diablos rastreros-, padezcan en sus carnes la ingratitud a la que la sometiron. Cosa que estoy segura ella no desea, pero como yo soy mucho peor que Virginia, pues sí lo espero. La he visto, no obstante, enorgullecerse de hijos y nietos. Por eso me ha enviado un correo en el que me dice que su familia saldrá mañana -tal vez ya hoy- en la tele. Os aseguro que puede presumir de su clan, posiblemente lo mejor que le ha salido en la vida.

jueves, 16 de junio de 2011

LAS ALIANZAS DEL MIEDO

¡Madre mía, cómo está la política! De vergüenza, de auténtico bochorno. Creo que los ciudadanos hemos cumplido religiosamente acudiendo a las urnas y manifestamos con suficiente claridad nuestras preferencias. Pese a que la decisión haya sido bastante complicada, victimas de un desencanto generalizado por el bipartidismo nacional. Sin embargo, en Asturias las elecciones difirieron de las nacionales: un partido, FORO ASTURIAS, irrumpió con fuerza en el panorama regional. Muchos asturianos, desencantados, hartos de un sistema político ninguneado por intereses puramente partidistas decidimos darle nuestro apoyo en las urnas a una nueva formación política liderada por Francisco Álvarez Cascos. Y algunos lo hicimos sin demasiado convencimiento, pero con el deseo de propiciar un cambio necesario. Treinta y cinco años –me refiero al Ayuntamiento de Gijón- en manos del PSOE es demasiado tiempo, permite que los gobernantes se apoltronen cómodamente y olviden sus compromisos con los ciudadanos en pro de sus intereses. Por otro lado el PP, con el único gobierno de Sergio Marqués –que ya sabemos cómo termino- no era tampoco una buena opción. El resto lo dijeron las urnas: FORO ASTURIAS, un partido de poco más de dos meses se llevó de calle las elecciones en el Principado para sorpresa de unos y otros. Digo de calle porque prácticamente desbancó a su rival el PP y, aunque el PSOE siguió con sus votantes de izquierdas en lugares como las Cuencas Mineras –no podía ser de otra manera-, se hacía necesario establecer pactos que permitieran gobiernos estables y dejasen paso al FORO. Así sucedió en Gijón, donde el PP tragándose posiblemente sapos y culebras, facilitó que Carmen Moriyón fuese elegida alcaldesa; aunque para ello desoyese las indicaciones de los gobernantes nacionales de su partido. Era un riesgo necesario que supieron asumir, pese al castigo con el que les amenazaron. Nadie se hubiese planteado que se hubiese hecho de otra manera. Pero…no lo habíamos visto todo. Ese todo sucedió en Oviedo, en la Junta no se pusieron de acuerdo y dos partidos en gresca permanente, PP y PSOE, se aliaron frente al recién llegado FORO ASTURIAS. Y yo que soy neófita en política - aterricé con FORO y estoy muy verde en estos temas- no entiendo cómo se pueden unir dos formaciones con ideologías totalmente opuestas. Por pensar algo, opino que ambos –PSOE Y PP- tienen miedo. Miedo que puede entenderse en muchas direcciones: ¿a perder su sillón?, ¿a que alguien sacuda las alfombras de un lado y otro?, ¿o tal vez le tengan miedo al mismísimo Álvarez Cascos? Puede que a todo junto. Se me ocurre finalmente que también pudieran haber establecido algún pacto oculto que posiblemente nunca descubramos. Todo, señores, menos ponerse a trabajar. Como hizo nuestra hormiguita, Carmen, que ahí la tenemos pululando por el Ayuntamiento.

lunes, 13 de junio de 2011

RAFAEL SARAVIA NOS INVITA A LA PRESENTACIÓN DE SU LIBRO


Queridos Amigos,
Mañana miércoles día 15 de junio a las 19:30h. En La Librería La Buena Letra (C/ Casimiro Velasco, 12 - Gijón -).
Presentaré mi libro LLORAR LO ALEGRE (Bartleby Editores 2011)
Para este acto, contaré con el escritor y amigo Julio Obeso.

Aquí dejo una muestra del libro:

PETITE MORTE
Se fue sin prescindir de las bóvedas;
se las llevó todas puestas.
Sacó del extremo convulso una apetencia imposible.
Luego, llegó al presente:
Te asomo a mi boca,
te obligo y me obligas a reconocer lo inexacto.
Me bebo tus ángeles y sediento pido tu celo más abrupto.
Te tumbas sin sueños,
te agitas y brindas tu último gramo a mi tempestad.
Me vuelves aliento de ficus y baño de inusitada fe.
Te inclinas... me inclino...
lloramos lo alegre en nuestra piel.



Título: LLORAR LO ALEGRE
Autor: RAFAEL SARAVIA
Cubierta: Lachicadelasegundafila
Publica: Bartleby Editores
ISBN: 978-84-92799-36-7
Páginas: 64
PVP: 9 €

viernes, 10 de junio de 2011

LA OTRA CARA DE LA GUERRA

El texto y la foto me las ha enviado un "soldado" amigo, con una nota que dice: Aún existe el amor. Gracias, amigo, por mostrarme esa cara de la guerra que tanto me cuesta descubrir.

Esta historia es dura, pero muy reconfortante para el corazón, si miramos esta foto de John Gebhardt en Afghanistan. La esposa de John Gebhardt, Mindy, dijo que la familia entera de esta niña había sido ejecutada.Los insurrectos querían matarla también y le pegaron un tiro en la cabeza, pero por suerte fallaron y no murió, fue cuidada en el hospital de John y está en vías de curarse aunque llora y se queja. Las enfermeras han dicho que John es el único que logra calmarla, por eso John ha pasado las 4 últimas noches sosteniéndola en sus brazos y los dos duermen en esta silla. La pequeña se recupera lentamente. John es un verdadero héroe de la guerra y representa lo que Occidente pretende hacer allí

jueves, 9 de junio de 2011

Muchas veces me pregunto por qué escribo, qué sentido tiene verter aquí las ideas que bullen en mi cabeza las más de las veces sin órden ni concierto. Y ya qué decir del interés que puedan tener para el posible lector. La verdad, siento una tremenda vergüenza. Aunque no la suficiente como para dejar de hacerlo. Puede que se trate de un juego de mi subconsciente –de esa parte oculta que un amigo siempre relaciona con Freud, no creo que sea el caso- que más que poner a prueba mi osadía pone la paciencia de quien ahora me está leyendo. O sea: la tuya. Tuteo porque considero que sólo un amigo/a que me quiera bien puede asomarse a Las mil caras de mi ciudad. Son muchas las ofertas de este mundo virtual de la informática, y algunas tan interesantes que no deja de ser tremenda pérdida de tiempo pararse en este espacio; que, por otra parte, ni es literario, ni político, ni… nada. Con frecuencia lo pienso y me siento incómoda, bastante ridícula. No obstante, sigo. Al leer textos como los que publico de José Marcelino –Domingos por el Rastro-, poemas de Luis Fernández Roces –Salas de espera-, o de otros muchos que a diario generan artículos de opinión de enjundia, mi moral se desmorona. Y en ese momento puedo decir que yo me lo guiso y yo me lo como: primero constato mi insignificancia, torturo mi autoestima sin piedad, pero a renglón seguido me planto frente a este artilugio y comienzo a entrelazar palabras. En el fondo, ya lo digo al principio, creo que se trata de un juego que no tiene más pretensión que el divertimento, que me serena y da salida a mis impulsos descontrolados. Y ya se sabe, hay jugadores buenos y otros que no lo son tanto.

miércoles, 8 de junio de 2011

MÁQUINAS DE ESCRIBIR por José Marcelino García

DOMINGOS POR EL RASTRO
Las armas del tiempo parece que también han ametrallada a las máquinas de escribir, apagado su tableteo de carro o tren que nos llevaba hacia la alegría de las prosas y los poemas a tres copias, con papel de calco.
La población empobrece su lenguaje a medida que se va trasbordando del libro, de la máquina de escribir, del papel impreso y mecanografiado, de las letras de plomo del periódico, aquellas que salían de los cajetines de la imprenta. Nada de lo que se dice queda ya escrito por una mano guitarrera, por una máquina de escribir Olivetti y musical, arado con el que los escritores, muchos con voz de tabaco y catarro lírico, sembraban sus aldabonazos de palabras y adjetivos por el aire de la casa, de la redacción, del trabajo... Entre todo este revoltijo del Rastro gijonés se encuentran estas máquinas, ahora como trastos que ya no tienen manos pulsadoras para hacer sonar una caligrafía que iba cogiendo velocidad y ritmo. Máquinas de escritores de pensión o de buhardilla desde donde podían verse tejados ruinosos, ropa tendida, gatos al sol, con las que los escritores clásicos iban componiendo, a manos llenas, su música de palabras; esa tarantela de letras en formación armoniosa, marcial y admirable que yo, muchas veces, contemplé en mi amigo Luis Fernández Roces, cuando, tecleando con manos de narrador y gold finger's en su errabunda máquina, descifraba paisajes, componía poemas densos de luz y de cenizas, creaba novelas y cuentos de prosa pura sonantes a infancia, a tristezas y esperanzas del ser. Ahora, con los rescoldos del idioma entre sus dientes, llenas de longevidad, estas máquinas del Rastro, huérfanas y abandonadas como un tren en vía muerta, son como viejas amantes a las que un día acariciamos con pasión mientras escribamos poemas y relatos de la vida y de la muerte, y que, cuando la memoria va siendo un hueco de aire, volvemos a encontrar guardados en los cartapacios de entonces. Historias escritas con pequeñas letras azules, negras o rojas. Impregnadas del perfume de cuando los cielos y nuestra cabeza estaban llenos de los dulces pájaros de juventud.

martes, 7 de junio de 2011

LOS PRIVILEGIOS DE LA FAMILIA REAL



Eso es lo que no entiendo, lo que reza en el título. No soy monárquica, ni lo contrario tampoco, Es decir, la Familia Real no me produce ni frío ni calor. Pensándolo mejor… puede que no sea muy monárquica. Pero bueno, eso es lo de menos. Viene esto a cuento por la “salida de tono”, no lo digo yo le he visto publicado, del Monarca en una audiencia en la que los medios de comunicación le preguntaron al Rey por su salud. Y de bastantes malos modos -todos vimos las imágenes- respondió algo así como si querían meterlo ya en un ataúd. No le doy mayor importancia al comentario, cualquiera puede tener un mal día, aunque haya sido educado para disimularlo. Lo que ya me indigna –palabrita de moda- es que a renglón seguido se haya prohibido a los periodistas entrar a las sesiones de fotos –solían hacerlo- , y se les obligue a permanecer con la boquita callada: ninguna pregunta. En realidad lo más interesantes suelen ser las respuestas, y si se les puede sacar punta, pues mejor que mejor. Pero por lo que parece la Familia Real es intocable. Vuelvo al principio: no lo entiendo. Tengo una amiga que colabora en un diario local con un artículo cada cierto tiempo y cuando se lo pidieron le dijeron que podía escribir de lo que quisiera, excepto de la Familia Real. Resulta sorprendente que en pleno siglo XXI y en España donde se dice –digo bien, se dice- se puede hablar de todo, se impida hacerlo de quienes han sido educados para… Pues no sé muy bien para qué, la verdad. Que sí, que trabajan, que nos representan, que…que mona luce la Princesa, que si el modelo es de…., que si es portada de Hola, que… Todo muy hermoso, como en los cuentos. Lo único que ya no somos niños, aunque tengamos reyes, príncipes y princesas. Creo que se me ha visto el plumero.